Sin duda no se trata solo de justicia punitiva; no podemos quedarnos en ese escueto reclamo, que más allá de lo importante que es para el orden social, es evidente que no es otra cosa que la resolución al problema ya consumado.
Tal vez en ese aspecto, lo más interesante es la idea potencial de evitar un caso similar que en el futuro podría darse por la reincidencia del autor, pero en definitiva no se trata de otra cosa que evitar la repetición del daño ya producido.
El caso de esta nena, es solo uno de los tantos, que se denuncian diariamente en los tribunales de Concordia, y de otra gran mayoría que no se denuncian. Niñas y niños abusados sexualmente por mayores del entorno familiar o por terceros que deberían velar por su seguridad y que a menudo no serían encausados judicialmente de no ser por la alerta de un vecino, de un docente o de otro familiar.
Pero ¿Cómo es posible que la denuncia llegue a la justicia recién a los cuatro meses del abuso? Pues sin dudas, no fue otra cosa que el embarazo de esta niña, lo que hizo que el caso se visibilice, pero seguramente, de no haber sido así, de no haber quedado embarazada, nunca nos hubiéramos enterado, ni los periodistas, ni la Justicia y tal vez siquiera sus padres.
La niña posiblemente hubiera guardado el secreto, atemorizada, amenazada y muchas veces hasta avergonzada, y lo que es peor, posiblemente el abuso hubiera continuado, volviéndose sistemático.
¿De quién es la culpa? ¿Quién se hará responsable por cada vez que una niña, es violada nuevamente?
Porque –si damos licencias- Posiblemente podamos, dejar pasar la excusa de que no se puede cubrir todos los frentes a la vez, y que no pueda garantizarse desde el Estado que ningún niño sea abusado, porque son delitos que se dan en espacios privados, con la intimidad de las personas y demás.
Pero lo que sin dudas se puede garantizar, es que -en caso de no llegar a tiempo- al menos que ese abuso, no sea sistemático, que cuando un niño atraviesa esa situación, tenga las herramientas a su alcance para transmitírselo a alguien, pueda denunciarlo, y estar a salvo.
Y con herramientas, me refiero a información, conocimiento, familiaridad con el tema; que la víctima sepa que no es culpable de nada, y que no tiene porqué sentir
avergüenza. Y que si no puede confiar en sus tutores, sepa a dónde recurrir.
Esta información, acerca de qué es el sexo, qué es el abuso, a dónde concurrir en caso de sufrir una situación de abuso, o que haces, e incluso como evitar situaciones peligrosas; es decir, herramientas para que el menor pueda diferenciar cuándo una situación se pasa de la raya, no puede faltar en la formación escolar de una niña de 12 años, que ya tiene su periodo menstrual. Como tampoco debe faltar en sus padres.
Lo primero, quizá sea más fácil; basta con que se cumpla la Constitución Provincial que exige la educación sexual en las escuelas, pero que esa educación se dé con programas realistas, pensados para la realidad de nuestras sociedades, y no las importaciones de programas europeos, orientados a otra sociedad y a otra realidad, ni los inventos de “educación sexual cristiana” que solo tienen por objeto decirle a los chicos que no usen profilácticos, y que en definitiva “de eso que está escrito en el pizarrón no se habla”.
Vamos… que ya es sabido que el silencio tiene por costumbre hacerse de las más oscuras amistades.
Una buena educación sexual y preventiva en la escuela primaria, es la primera herramienta con la que un niño puede contar para protegerse del abuso sexual y con la que un adolescente puede cuidarse de no meter la pata. Si a eso le sumamos, confianza en los docentes como para poder acudir ante un caso semejante, la mitad de la tarea estaría hecha.
Lo segundo -decía- puede costar un poco más, pero no por ello ser imposible, ni siquiera difícil, y se trata de enseñar educación sexual a los padres, en un trabajo de campo, de servicio social, que serviría también para hacer un mapa de la sociedad. Donde pueden detectarse casos de abuso que no son denunciados, o situaciones de explotación sexual y prostitución infantil.
Es evidente que la materia no puede darse de acuerdo a las opiniones personales o a la fe religiosa de cada profesor ni escuela, y también lo es, que el programa definido para la materia, debe guardar relación con la realidad de nuestra sociedad.
En otras palabras ya no solo debe preparar a los chicos en las herramientas para la planificación familiar y la seguridad de no contraer enfermedades venéreas; sino que la realidad acusa que también se los debe preparar en el discernimiento de lo que es el sexo, lo que es abuso, y cómo puede prevenirse, y de la importancia de no ocultarlo.
Pero mientras sigan operando los lobbies de la doble moral, y de la falsa moral, de quienes creen saber cómo deben ser las cosas, y mientras la sociedad siga creyendo más en las “verdades reveladas” que en la realidad que nos pisa los talones, o que ya hace tiempo se nos ha adelantado, poco podremos hacer para evitar los flagelos más atroces de la humanidad, que como siempre, toman por víctimas a los más vulnerables.
¿De quién es la culpa? Pues es muy simple, de quién no aparte por un momento la mirada de las páginas su libro, para ver lo que pasa a su alrededor y actuar en consecuencia, y de quienes no se toman el tiempo de cuestionar esas caprichosas interpretaciones del manual de las verdades reveladas. Que han logrado con esa actitud estrecha, silenciar, ocultar y disfrazar la realidad, en desmedro de los que la padecen.
Y mientras la falta de sentido crítico permite a miles de mortales sentirse mejores personas por defender el concepto obtuso de negarnos el conocimiento, por temor a lo que hagamos con él y nuestro libre albedrío; cientos de niños son abusados, y victimizados gracias a la complicidad del silencio, la ignorancia, el tabú, el pudor: Es decir los males hijos de la ignorancia en el bien del sentido crítico.