Así por ejemplo, si Solano López emprende un desarrollo industrial que lo independiza del imperio británico, esta decisión estaría determinada por su carácter megalómano. Es claro que esos supuestos padecimientos no son evaluados “objetivamente” por el autor, sino que reciben las más severas descalificaciones morales. A pesar de que Jorge Thenon haya demostrado la pretensión absurda de explicar la historia por la biografía, y aún por la psicopatología del héroe, considerándolo un patético reduccionismo, este método ha atravesado los tiempos y llegado hasta nuestros días. Esta vez no el terreno del historiador sino del periodista.
Uno de los que más ha abusado de la treta ha sido Nelson Castro. Amparándose en un purismo cientificista que se auto atribuye, ha diagnosticado, reiteradamente y sin pudor, a Cristina Kirchner. Ha pretendido explicar, livianamente, actos y decisiones políticas por su supuesta “bipolaridad” o “su síndrome de hubris”.
Lamentablemente la estrategia de reducir a la “enfermedad mental” del personaje, determinados hechos y conductas públicas, no son patrimonio de nuestro país.
En ocasión de uno de tantos episodios de balaceras inexplicables, emprendidas por algunos individuos, de manera indiscriminada en colegios o supermercados u otros espacios públicos en los Estados Unidos, Donald Trump aseguró, en una oportunidad, que esos acontecimientos, no se debían a la superpoblación de armas de fuego alentada por su gobierno, sino que era un producto de los problemas de salud mental de quienes la perpetraron.
De esta aseveración se derivan dos consecuencias: primero, la que esconde las verdaderas y complejas causas del fenómeno. En este caso, esos hechos son un emergente del país imperial más violento del mundo, el más deshumanizado, del capitalismo más descarnado, el que saquea a otros a través de cruentas guerras, de la injusticia y la desigualdad, el que propone la liberación absoluta del uso de armas, para que -como en la selva- los unos se maten con los otros. Esas causas aspiran a ocultar el reduccionismo psicopatológico. Por otro lado, alimenta en el imaginario colectivo el prejuicio y el estigma de la peligrosidad de las personas con padecimientos mentales. Del mismo modo, los medios hegemónicos impusieron la versión de que el intento de magnicidio de Cristina Kirchner había sido perpetrado por “loquitos sueltos”, soslayando una campaña de odio y demonización hacia la figura de la vicepresidenta que ellos mismos, y el sector político que se les asocia, vienen enarbolando sistemáticamente. No proponen discusiones políticas sino una inusitada violencia verbal y descalificación moral.
En esa trama, pero atravesando límites éticos inconcebibles, se inscriben las obscenas y repudiables expresiones de Canosa y Di Marco respecto de la salud mental de Florencia Kirchner, y la responsabilidad, siempre moral, que en ese cuadro le cabe a su madre. Afirmaciones falaces, irresponsables, crueles, intrusivas, vulgares, estigmatizantes, desautorizadas, ignorantes, que deben ser firmemente repudiadas, tanto hacia quienes la vuelcan obscenamente como hacia el canal que las difunden sin ninguna objeción.
Los padecimientos psíquicos deben ser tratados públicamente con la seriedad y el respeto que corresponde. No deben ser banalizados por personas que desconocen temas tan delicados y que solo son utilizados para la descalificación de las personas.
Muchas jóvenes sufren de los llamados trastornos alimentarios, síntomas graves que responden a complejas causas, que no se simplifican en la burda interpretación del carácter moral de una madre. Aún más, uno de los factores asociados al cuadro, son los modelos y patrones de belleza idealizados desde una cultura de la hiperdelgadez, de la tiranía de los cuerpos esqueléticos -impuestos, entre otros, por esos mismos medios de comunicación- que las jóvenes quieren alcanzar desesperadamente para sentirse bellas, para ser aceptadas.
A ese mandato cultural, a esa indecente tiranía, precisamente contribuye Canosa cuando manifiesta, abiertamente, desprecio y odio a las personas gordas o con problemas de obesidad que, entre otras múltiples formas de la discriminación, de modo deshonesto y procaz, vomita impúdicamente la pretendida “periodista”, en cada una de sus emisiones.
Es hora de exigir que la discusión política se juegue en el campo de las ideas, para mejorar las condiciones de una sociedad siempre en pugna por conflicto de intereses, no en el de las triquiñuelas de los caracteres personales y los delicados padecimientos subjetivos, como táctica de ocultamiento de los intereses que esos periodistas representan. Es hora de desechar y rechazar estas pestíferas prácticas pseudo-periodísticas y requerir inflexiblemente una comunicación respetuosa y responsable de los temas que atañen a la salud mental de la población.
(*) Psicólogo. MP243