De acuerdo a un trabajo de la Comisión de Exploración y Desarrollo de Hidrocarburos del Instituto Argentino del Petróleo y del Gas, entre 1950 y 1969 se realizaron 17 perforaciones en busca de petróleo en la denominada cuenca Chaco-Paranaense, que integran Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe, Chaco, Formosa, algunas zonas de Córdoba y La Rioja, la República Oriental del Uruguay, centro sur del Brasil y Paraguay.
El 21 de agosto, el gerente de Explotación de YPF, Indalecio Pelaez, autorizó la perforación; y el 8 de noviembre de 1961, el presidente de la empresa, Juan José Bruno, le comunicó por nota al gobernador Raúl Uranga sobre el inicio de los trabajos en el pozo denominado ERN-1: “Ya se encuentra en la zona de Nogoyá el personal especializado que tendrá a su cargo el montaje del equipo y la perforación del primer pozo de exploración en esa provincia” y luego agregó: “Ya se tiene para ello la subestructura, el mástil y el circuito de inyección, como así también herramientas y elementos auxiliares, esperando que en el transcurso de la presente semana puedan llegar el cuadro de maniobras, las bombas de inyección y la transmisión, como así también dos trailers, casillas rodantes y un grupo electrógeno”.
Sobre los motivos de la elección del lugar donde realizar el pozo, hay quienes lo atribuyen a un pedido especial del gobernador Uranga al Presidente Arturo Frondizi, aunque eso no consta en ningún registro, como tampoco se conocen declaraciones públicas del mandatario provincial sobre el tema. En la propuesta de perforación elaborada por YPF se planteó la “necesidad de conocer la secuencia estratigráfica del subsuelo de la provincia, con miras a valorar sus posibilidades petroleras” y se pretendía “ajustar la información sísmica obtenida, ver la utilidad del método en zonas de similares condiciones geológicas y si se justifica continuar con este método en la exploración de esta provincia”.
En El Pueblito había entonces un rancherío con una veintena de familias. La mayoría había emigrado a las ciudades durante el primer peronismo. No había agua potable ni luz eléctrica, ya no estaba la tienda ni la panadería, tampoco quedaban mecánicos ni herreros. Ni siquiera funcionaba el viejo molino. El almacén de ramos generales que otrora fiaba a un año también había cerrado. Pero la llegada de los petroleros, como todo el mundo les decía, generó un gran entusiasmo y expectativas de progreso futuro.
La perforación se inició el 8 de diciembre en el campo de un tal Clemente Grosso, debido a que la locación original era una zona de bañados. Primero llegó un equipo con media docena de personas y, una vez iniciadas la exploración, unas 40 personas trabajaban durante todo el día. Los turnos eran de seis obreros y cada uno trabajaba durante ocho horas. También había un turno de relevo para los francos.
La mayoría de los obreros vivía en Nogoyá y una estanciera de doble tracción los llevaba y traía diariamente, sin importar la lluvia o el viento, hasta que se instalaron varias casillas en el campo alrededor del pozo y las cercaron.
Casi a diario llegaban curiosos de pueblos vecinos para ver el trabajo en el pozo. Todos conocían a los obreros y se relacionaban con ellos.
Y una decena de pobladores también fueron contratados. Amarillo, Caminos, Camusso, Schultz y Hereñú, son algunos de los lugareños que trabajaron en el pozo.
Horacio Taborda tenía entonces 25 años y vivía a 200 metros del pozo. Un día se presentó ante el encargado y enseguida fue contratado. Comenzó a trabajar en el pozo petrolero desde el primer día y lo hizo para YPF por 15 años, primero como contratado y luego ya como empleado de la petrolera estatal, en Calchaquí, Ceres (Santa Fe), Mariano Boedo, Pirané (Formosa), Santiago del Estero, Chaco, Salta y también en Río Negro y Neuquén, hasta que problemas familiares lo obligaron a volver al pago chico.
“En esa época había mucha gente que se acercaba al pozo, de curiosa nomás, para ver cómo era y qué se hacía. Como se trabajaba durante las 24 horas, la gente se acercaba a toda hora; pero era como todo pozo, no había mucho para ver”, rememora Taborda ante la propuesta de EL DIARIO.
El trabajo parece sencillo: “Se hacía una perforación, se sacaba la tierra y se entubaba. Para eso se utilizaba una máquina mecánica, con una torre de 45 metros, que trabajaba con tres motores de 240 caballos de fuerza cada uno y unas bombas extractoras, que funcionaban con grupos electrógenos porque estaban en marcha permanentemente. En los días de lluvia se trabajaba igual. No se paraba ni por mal tiempo ni por viento ni por nada”, cuenta. La perforación se realizaba con trépano, que es la herramienta de corte que permite perforar, y a medida que se avanzaba en la profundidad, se realizaba el entubado del pozo con cañerías de protección que luego eran cementadas.
Así lo hicieron hasta que surgieron varios problemas, a partir de un cálculo erróneo en los estudios previos. A los 1.131 metros de profundidad apareció una formación rocosa llamada diabasa, que es extremadamente dura y resistente y de características desmoronables en grandes trozos, “lo que provocó varios ‘agarres’ de la herramienta, aunque no llegó al aprisionamiento”, según consta en el informe técnico de YPF al que accedió EL DIARIO.
Ante esas dificultades, y después de numerosos intentos, se inyectó al pozo una mezcla de petróleo y aditivo de alta presión para provocar la ruptura de las rocas. Las maniobras continuaron sin ningún resultado hasta alcanzar los 2.088 metros, hacia abril de 1962. Una maestra jubilada que conoció al encargado de la exploración asegura que ante tales dificultades “se pidieron otros elementos para continuar perforando y como la empresa no los envió, lo obligaron a levantar el campamento”.
Federico Arnst es un agricultor de El Pueblito que entonces recién había vuelto tras cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Todavía recuerda “el ruido que hacían las máquinas cuando las sacaban para cambiar las coronas… se sentía a varios kilómetros, y a medida que avanzaba la perforación cada vez se gastaba con mayor velocidad y tenían que sacarla más seguido”, exclamó.
Taborda cuenta que “el pozo se abandonó porque nos encontramos con una piedra durísima y que cada vez se hacía más dura a medida que se avanzaba en la perforación. Hasta que no se pudo continuar más hacia abajo”. Inclusive, recuerda que por aquellos años “había intenciones de hacer un pozo en La Paz, con el mismo equipo, cuando se terminara de trabajar en El Pueblito, porque inicialmente estaba programado hacer dos perforaciones en la provincia, pero no dio por el terreno que se encontraron y consideraron que no era conveniente, así que se decidió continuar el trabajo en el norte santafesino”.
Las actividades en el ERN-1 se terminaron oficialmente el 23 de mayo de 1962, a casi seis meses de iniciadas las perforaciones. El pozo de El Pueblito fue entubado y cementado por etapas para proteger las napas acuíferas a fin de evitar su contaminación. El último de los caños está a 216 metros de profundidad y en la boca le soldaron una tapa con un calce. Hoy sólo se ve la cabeza de ese caño, que sobresale a no más de un metro. No tiene ninguna protección ni cerco que lo rodee aunque está oculto bajo un denso yuyal y por la tapa se escapan peligrosamente algunas avispas.
El fracaso del pozo realizado en Nogoyá hizo que YPF decidiera abortar también la idea inicial de realizar otra perforación en La Paz. Los obreros desembarcaron entonces en la provincia de Santa Fe e iniciaron un largo derrotero que terminó en el sur argentino. Recién el 30 de septiembre de 1964 la Gerencia de Exploración de YPF oficializó el abandono del pozo denominado ERN-1. Y entonces se dio paso a la leyenda.