Por esos años 90, la figura de femicidio no existía, pero el caso María Soledad sería embrionario de la lucha feminista que consiguiera la aprobación de la ley en 2012, donde se concibe la causa de muerte ni más ni menos que por el ejercicio del poder machista y patriarcal, sobre las mujeres.
La Sole, hija de una maestra y un remisero, una más entre 7 hermanos, era el prototipo de adolescente pobre, que, a modo de objeto, los jóvenes de familias bien, tomaban y siguen tomando, como elemento de satisfacción de su ego y su poder.
El primer elemento que desato la protesta social, fue la impunidad de “los hijos del poder”, una sociedad cansada del abuso descarado de este en diversos ordenes, encontró en esta muerte el símbolo que sintetizaba todo lo que ya no podía soportar.
Las compañeras y amigos de La Sole, acompañadas, por los padres y la rectora de la escuela, a la que concurría, la monja Marta Pelloni pusieron en marcha un engranaje que se tornó imparable y recorrió el país. Se conjugaron la injusticia con la herramienta apropiada, “las marchas silenciosas” a modo de grito de los sin voz.
Así la muerte de María Soledad, se transformaría para siempre en el “caso María Soledad” y objeto continuo de investigación.
En aquellos años, puso al descubierto la impunidad del poder político, y definitivamente, despejo las dudas sobre los encubrimientos y abusos de la connivencia entre la política, la policía y la justicia, que, hasta el día de hoy, 30 años después, cuesta tanto transformar.
Varios años llevo la sanción de la ley de femicidio, pero sin duda el caso María Soledad fue emblemático para que la sociedad comprendiera que el patriarcado es una conjunción sexo genérica, donde la expresión violenta sobre la sexualidad de las mujeres es una marca del poderío masculino.
Otra “puerta de entrada” que abrió el caso María Soledad, fue la concepción de juventudes como sujetos de análisis en las coyunturas socio-históricas. Hasta los 90 los estudios sobre jóvenes, se centraban básicamente en el concepto de “pibes pobres o pibes chorros” (así, en masculino), a partir de la marea política de las y los jóvenes, que movilizaron las marchas de silencio, en Catamarca y varias ciudades argentinas, se comienzan a pensar a las juventudes (en plural) como sujetos políticos propicios de transformaciones sociales.
En resumen, el caso María Soledad y las marchas de silencio produjeron la apertura de largos procesos para estudiar, analizar, y legislar, sobre los privilegios de clase del poder político-judicial; sobre el sentido transformador de las juventudes como protagonistas; inició la interpelación al patriarcado machista mediado por la cuestión de género y sexualidad, que hasta ese momento reinaba en el dominio de la masculinidad.
A 30 años del, por entonces asesinato, hoy femicidio de María Soledad, muchas siguen muriendo por pobres, por jóvenes y por mujeres. La gran mayoría en el más silencioso anonimato, donde la conjunción entre poder político-económico-judicial, sigue dominado por el patriarcado machista. El legado de las “puertas abiertas” por el caso María Soledad es claro: como ciudadanos y ciudadanas, tenemos la responsabilidad y obligación de educar para evitarlo y de denunciar para condenarlo. Legislativamente se ha progresado, culturalmente aún falta mucho… la lucha continua.
[1] Doctora en Antropología (Universidad de Buenos Aires) e Investigadora Independiente del CONICET, con sede en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Directora del Programa de Actualización en Comunicación, Géneros y Sexualidades, de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Argentina.
Nota de Lic. Verónica López
Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación
