Pero era difícil avizorar curas que estuvieran en una posición intermedia, esto es que fueran simplemente “democráticos”, que, como Fray Mamerto Esquiú, aunque no terminara de gustarles la filosofía “liberal” de la Constitución de 1853, se jugaran por defender el pluralismo, los derechos civiles, y la diversidad de opiniones.
Por eso, quizá, a diferencia de las Iglesias de Chile y hasta de Uruguay, la Iglesia Argentina, salvo casos aislados, no cumplió el papel relevante que debió haber tenido en los duros tiempos de dictadura.
Una de tales excepciones era monseñor Vicente Zaspe, obispo de Santa Fé que reemplazara al muy conservador Fasolino a la muerte de este.
Eran muy escuchados y comentados sus famosos sermones dominicales, trasmitidos por radio.
Traigo a colación precisamente uno que me llamó la atención en su momento. Hablaba del fenómeno de 1945, que hizo eclosión en el famoso 17 de octubre.
Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre el suceso, el hecho cierto es que marcó la irrupción de una “Argentina secreta”: una clase social nueva, los trabajadores, especialmente de la industria.
Que desde entonces, y mayormente a través de los sindicatos, tuvieron presencia fuerte en la vida argentina.
Según el inteligente análisis de Mons. Zaspe, en esa oportunidad “emergió”, para sorpresa y desconcierto de muchos, una parte de la sociedad sumergida, hasta entonces ignorada y desconocida por la mayor parte de la dirigencia política y los intelectuales de entonces.
Se preguntaba el sacerdote si, en esos años de forzado, y aparente, aquietamiento de las aguas-del 76 al 80- no se estaría incubando algo parecido.
Otra “Argentina secreta”, que, en algun momento vería la luz.
Cuando se produjo el colapso de Malvinas, que shockeó a buena parte de la población, atiborrada por la campaña triunfalista de la mayor parte de los grandes medios, hubo un hombre político que se apartó de la euforia y seguidismo de la casi generalidad de la dirigencia partidaria.
Raúl Alfonsín, hasta entonces líder de una fracción minoritaria del Radicalismo, fue el primero en tomar la iniciativa: todavía no terminada formalmente la guerra, reclamó públicamente la inmediata renuncia de la Junta Militar.
Reiteró con fuerza la solución “a la griega”: esto es la formación de un gobierno civil de “solución nacional”, presidido por don Arturo Illia.
Alfonsín tomaba el modelo del derrumbe de la dictadura de “los coroneles” en Grecia. Que, al perder la guerra con Turquía, formaron un gobierno encabezado por Constantino Karamanlis, el último primer ministro civil antes del golpe de 1967.
E hizo algo más: a poco de terminada la guerra de Malvinas, aún cuando estaban todavía vigentes en el papel las disposiciones de facto, que prohibían las reuniones políticas, anunció un gran acto público para el 16 de julio de 1982, en el local porteño de la Federación de Box, Castro Barros 75.
Muchos nos sorprendimos de la audacia de la decisión:
Las relevantes condiciones del Dr, Alfonsín sólo parecían, en aquellos tiempos, ser apreciables para la gente joven, mayoritariamente proveniente de la militancia estudiantil que lo veníamos siguiendo.
Y, en general, algún viejo simpatizante radical que venía a escucharlo.
Sin perder de vista que, en la mayoría de elecciones internas Alfonsín sufría derrotas, a veces contundentes, por parte del aparato “balbinista” .
Además, las especiales condiciones en que se desenvolvían las actividades políticas en la segunda mitad de los 70 y principios de los 80, hacían difícil llegar al gran público: la actividad de los partidos estaba vedada, más de una vez los actos eran prohibidos u obstaculizados por la Policía, era imposible acceder a la radio o la televisión, la prensa escrita apenas nos daba cabida.
Por ejemplo la presencia de Alfonsín en Concordia a mediados de 1980, y su disertación en el salón de un hotel céntrico, traído por una agrupación extrapartidaria local que respondía a la sigla (C.E.R.A.) (Centro de Estudios de la Realidad Argentina) no merecieron ni una línea en el vespertino de mayor tirada local.
Sólo una panfleteada de los servicios de informaciones, escrachando los nombres de quienes auspiciaban ese “radical de izquierda”.
A todo eso sumarle que, cuando la guerra de Malvinas, Raúl Alfonsín fue, prácticamente, el único político importante que se opuso abiertamente y no acompañó las grandes movilizaciones populares en apoyo de la supuesta “reivindicación soberana” ¿su actitud no sería entendida como “antipatriótica” por importantes sectores de opinión?.
Por lo demás el lugar elegido para el acto: se trataba de un estadio, lejos del centro, con capacidad estimada para cuatro o cinco mil personas ¿no sería más prudente, dado que era el primer acto después de un largo ostracismo, buscar un lugar más chico y no correr el riesgo de no poder llegar a juntar gente más que, para a lo sumo , ocupar la mitad del local?…
Sin embargo, y para sorpresa de muchos el día y a la hora señalada ¡seis o siete cuadras antes del estadio no se podía pasar de la cantidad de gente que había!
Desafiando la prohibición oficial, hubo que instalar apresuradamente altavoces en la calle.
La voz de los oradores se escuchaba muy mal.
Pero a la mayoría de los presentes, ganados por el entusiasmo y la emoción, no les importaba, se sentía parte de un momento histórico..
¡había aflorado la “Argentina secreta” que anunciara el Monseñor!