24 DE MARZO DE 2008: A 32 años del golpe de Estado mas sangriento de nuestra historia

Quien esto escribe, pasó más de 8 años en los campos de exterminio que tras la fachada de cárceles, instaló la dictadura militar en 1976. He sido junto a miles de jóvenes de mi generación, un testigo directo del terrorismo de Estado; he sido un protagonista que con mi testimonio acerca del funcionamiento de esa maquinaria del horror, quiero contribuir aportando al rescate de la memoria colectiva.

MILITANCIA Y COMPROMISO
Fui y soy parte de una generación militante, que se atrevió a enfrentar a los dueños del poder en nuestro país; nuestro “pecado capital”, fue exigir ser protagonistas en lo político-social de nuestro tiempo y no delegar en nadie el ser participe de la construcción de nuestro propio destino.
Con esta actitud, hacia mediados de los 70, los jóvenes participábamos masiva e intensamente en la vida política del país, y eso se traducía en organización en las fábricas contra la burocracia; en las facultades con agrupaciones antiimperialista, en defensa de la soberanía y la justicia social y en los barrios junto a las comunidades de base y los curas tercermundistas en una intensa actividad de concientización social. Todo eso, en el marco de una firme solidaridad y coordinación de muchas de las luchas. La otra cara de la moneda, era una clase política corrupta y decadente, y un gobierno que después de la muerte de Perón, solo se ocupaba de favorecer a la oligarquía nativa y sus socios, los monopolios imperialistas, pero que además desprestigiado había perdido el rumbo, produciéndose un vacío de poder institucional, que llevaría al golpe de Estado.
Desde comienzos de 1974, antes el crecimiento de la protesta social, la derecha en el gobierno, aumenta la represión y crea las bandas parapoliciales y paramilitares, manejadas desde el Ministerio de Bienestar Social, que se dedican a sembrar el terror. La tristemente célebre triple A, asesina a luchadores populares: activistas, legisladores, religiosos, estudiantes, son sus victimas. En el campo popular reaccionamos; los militantes no estábamos dispuestos a dejarnos matar mansamente. Algunos, optaron por responder con la violencia armada. Otros, optaron por la resistencia no violenta y buscaron alternativas de presión nacional e internacional para denunciar las graves violaciones de los derechos humanos a manos del estado y sus secuaces.
La crisis se profundiza; la represión aumenta. En Santa Fé, cierran el comedor estudiantil; hay resistencia y lucha y muchos de los participantes somos detenidos y encarcelados.

LA CARCEL
Corren los primeros días de septiembre de 1975, me llevan al penal de máxima seguridad de Coronda; allí me encontrará el golpe de marzo del 76.
La cárcel, debe ser uno de los peores lugares donde a un detenido político lo encuentre un golpe de Estado.
Y mas aun, si como en la dictadura de 1976, los golpistas tienen entre sus objetivos la destrucción física y Psíquica de los presos.
El preso político es un rehén indefenso, en manos de asesinos uniformados, que repiten siempre: “Soy Dios, por que yo decido quien vive y quien muere en este lugar”.
En el caso del penal de máxima seguridad de Coronda, la situación era mas critica para quienes estábamos presos allí, ya que la dictadura, había decidido luego del golpe de Estado de 1976, que esa cárcel fuera un verdadero laboratorio experimental. Se aplicó en ella uno de los más sistemáticos planes de destrucción física y psicológica con el claro objetivo de quebrar ideológicamente a los presos e inducirlos al suicidio o la locura..
Los presos políticos en general, sabíamos desde meses antes del golpe, que seríamos sometidos a condiciones durísimas, y que muchos de nosotros no sobreviviríamos a la crueldad represiva.
La noche del 23 de marzo, los presos no dormimos esperando El Golpe. Al amanecer el 24, Coronda tenía un movimiento frenético con la llegada de camiones del ejercito, repletos de nuevos prisioneros, que entre gritos y golpes, iban llenando los calabozos preparados para ellos, multiplicando varias veces la población del penal.
La llegada de los militares a Coronda después del 24 de marzo, confirmó lo demencial del plan de destrucción al que nos sometieron, solo equiparable a los campos de concentración de la Alemania nazi. Ese mismo día del golpe se hace cargo del penal la gendarmería e inmediatamente requisan severamente todas las celdas, despojándonos de casi todo lo que poseíamos; solo nos dejan algunos elementos de aseo personal; después clausuran las celdas con cada uno de nosotros adentro, y no la vuelven a abrir por 15 días. Pasado ese periodo de “ablandamiento”, solo saldríamos de nuestra celda 1 hora por día para caminar en círculos de a dos. Se suspendieron las visitas y por un año no vimos a nuestra familia; después de lo cual se nos autorizó la visita de un familiar directo 1 hora cada 45 días.
Sin lectura, sin laborterapia, sin deportes, sin recreación, sin escuchar radio ni ver televisión, casi sin atención medica y permaneciendo en la celda 23 horas diarias, solos y aislados, los presos soportamos durante más de 2 años el régimen de destrucción aplicado para eliminarnos.

RESISTENCIA
Muy a pesar de los milicos, salimos de esa situación más o menos airosamente, aunque en mayor o menor medida pagamos algún costo. Convertimos la cárcel en un frente de batalla, generando la resistencia colectiva permanente, respondiendo con ingenio y convicción a la brutalidad del régimen; nuestra consigna fue “los verdes (ellos) de un lado, los grises (nosotros) del otro”; luchamos por nuestra vida, y no hubo barrote o candado que pudiera encerrar nuestros sueños de libertad.
Nuestros familiares, hicieron el resto; se organizaron entre ellos, se ayudaron y denunciaron permanentemente la brutalidad del régimen de Coronda; y así golpeado desde adentro y jaqueado desde el exterior, el intento de exterminio colectivo se hizo pedazos, y a mediados de 1978, la dictadura se vio obligada a levantar ese penal, trasladándonos masivamente a otras cárceles.
Coronda, fue uno de los frente de resistencia a la dictadura. En cada prisión, en cada campo de concentración, en cada “chupadero”, los detenidos generaron su resistencia; no se entregaron, lucharon por sobrevivir. Los milicos, nunca comprendieron como esos jóvenes, que habían sido despojado de todo lo material, a quienes solo les quedaba su dignidad de ser humano, pudieron pararse sobre esa dignidad, soportando condiciones infrahumanas, manteniendo la moral alta y el espíritu de lucha suficiente para aprovechar a su favor hasta la más ínfima falla del represor de turno.
Aquellos que hemos sufrido la prisión e injusticias de los señores de la muerte de la Dictadura Militar, quedamos marcados por las vivencias dentro de las prisiones. Cada experiencia y testimonio son un aporte a la memoria colectiva del pueblo y en particular a las nuevas generaciones que no vivieron esa época de terror.

AYUDAR A LA MEMORIA COLECTIVA Y EVITAR LA IMPUNIDAD
El tiempo no ha desdibujado el pensamiento y a más de 30 años de acaecidos los hechos narrados y en momentos en que Argentina confronta una particular resurrección de su «memoria histórica», debemos hacer hoy una lectura serena de los hechos, de la historia vivida; teniendo en cuenta aquello que ha dicho el ex preso político y premio Novel de La Paz, Adolfo Pérez Esquivel “La memoria no es para quedarse en el pasado, la memoria nos debe iluminar el presente, porque es a través del presente donde podemos generar el futuro.” No se trata de hacer catarsis; se trata de poder contribuir a la memoria colectiva, ya que es necesario que los jóvenes puedan recuperar una etapa de la historia vivida por el pueblo argentino y en ese sentido aportamos aquellos que vivimos el drama del pueblo, para contribuir a generar un país mejor.
Debe hacerse carne en nuestro pueblo, que sobre el olvido no se puede construir una sociedad más justa y humana; la impunidad jurídica pone en serio riesgo el proceso democrático y posibilita que hechos aberrantes como los vividos durante la Dictadura Militar se repitan.
Como se ve, nosotros, los presos políticos, simplemente fuimos seres humanos comunes y corrientes, puestos sistemáticamente en situaciones límites, a las que enfrentamos y salimos de ellas más o menos airosamente.
Nuestro mejor estímulo sería saber que colaboramos con un grano de arena en la prolongada tarea de reconstrucción de la memoria: transmitir un mensaje que desde hace mas de 30 años nos debemos a nosotros mismos, a los que hoy no están, a nuestras familias y a la conciencia colectiva de nuestro pueblo.

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