16 de septiembre: Día Nacional de las juventudes

La llamada Noche de los lápices se conoció recién en 1986, cuando en el transcurso del Juicio a las Juntas Militares, la declaración de Pablo Díaz, joven sobreviviente, despejo una de las atrocidades cometidas por la dictadura.

En 1998, en la provincia de Bs As, reivindicando la lucha de estos jóvenes, se instituye el “Día de los derechos del estudiante secundario” porque el único hecho del que pudieron ser acusados para tan atroz acción, fue el reclamo realizado por el boleto estudiantil, en los medios de transporte. Aquel 16 de septiembre de 1976, 10 estudiantes secundarios, de 16 y 17 años de la Escuela Normal N°3 de La Plata fueron secuestrados, torturados y desaparecidos por el batallón 601 del servicio de inteligencia del Ejército y la Policía de la Provincia de Bs As, dirigida por el nefasto General Ramón Camps.

En el año 2006 se declara al 16 de septiembre como el “Día Nacional de las Juventudes” con el objetivo expresado en la ley, de “reivindicar la militancia y el compromiso de aquellos jóvenes que fueron desaparecidos en la última dictadura militar”

El movimiento estudiantil tiene una larga historia en Argentina. En junio de 2018 se cumplieron 100 años de la Reforma Universitaria, cuyo punto de partida tuvo lugar en la Universidad Nacional de Córdoba cuando un grupo de estudiantes se organizó para reclamar por la democratización de la enseñanza. Las demandas de los estudiantes eran revolucionarias para la época: pedían la autonomía universitaria; el cogobierno (que los estudiantes participen en el gobierno de la universidad); concursos para las cátedras; y el desarrollo de políticas de extensión universitaria para acercarse a la sociedad. El movimiento reformista se extendió por otras universidades argentinas e hizo eco en todo el continente americano.

En 1953, con la creación de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), los estudiantes ya tenían su lugar en la escena pública. Que se hizo muy visible ante el conflicto conocido como educación «laica» o «libre» y el movimiento estudiantil secundario se alió con el universitario, organizado por la FUA (Federación Universitaria Argentina)

Otro hito se marcó el 29 de julio de 1966, cuando tuvo lugar la llamada «Noche de los bastones largos». Esa noche, la Policía Federal desalojó violentamente cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires ocupadas por estudiantes, graduados y docentes que se oponían a la decisión de la dictadura de Juan Carlos Onganía, de intervenir las universidades.  

En estas últimas décadas, los estudiantes fueron reinventando las formas de organización, que no se agotaron en la creación de centros de estudiantes, sino que también en otras estrategias de participación política tendientes a hacerlos visibles como colectivo social. Ello coincide con la reciente sanción del «voto joven», lo que permite –optativamente- la elección de representantes a partir de los 16 años. 

La pregunta es ¿la escuela sigue atravesada por el contenido implícito “en la escuela de política no se habla”?

Realicemos un ejercicio mental: pensemos qué pasaría si decimos en “en la escuela no se habla de ecuaciones”, o “en la escuela no se habla de fotosíntesis” o “en la escuela no se habla de la composición química del oxígeno”.  Y ante esto la respuesta fuera: “que le enseñen los padres, ellos tienen la libertad de educar a sus hijos e hijas como quieren”. Sucedería que cada familia explicaría (o no) según sus prejuicios, preconceptos, intuiciones, conocimientos (en caso de ser contadores, bioquímicos, biólogos) la parte que le parece que es necesaria que su hijo o hija conozca. ¿Qué si hay intereses en ello? ¡Claro que lo hay! ¿O alguien se imagina enseñando a un terrateniente los derechos de la peonada o a un contador, la historia del socialismo o el comunismo?

El argumento de que hablar de política en la escuela es segado, que es “pervertir” la mente juvenil es justamente eso ¡Muy perverso! En la escuela es el lugar donde se puede pensar con otras y otros, se puede poner en tensión ideas, donde se cuestiona, se reflexiona, se piensa.

En la escuela se construyen ideas, es verdad; pero nadie construye ideas sin la intervención de discursos circulantes. Nadie piensa “por sí mismo” sin antes haber escuchado infinidad de ideas que pensaron otras personas. ¿Cuál es la diferencia? Que en la escuela se está permitido cambiar de ideas, cometer errores, poner ladrillo sobre ladrillo hasta que la casa esté levantada. Hay muchos albañiles, hay varios arquitectos. Les estudiantes van viendo qué mezcla es adecuada, cuál es más firme, cuál es más o menos oportuna. Mentira que hablar de política en la escuela, condiciona el pensamiento joven, lo que hace es abrirlo, extender el horizonte.

Ahora bien: ¿Cuánto se habla de política en la escuela? ¿Cuántos docentes están preparados para educar en formación política? ¿Cuántos entienden que educar es una acción política y por lo tanto amplían sus miradas para extender el horizonte de los y las estudiantes? Si se leen los Diseños Curriculares de la Provincia de Entre Ríos, se podrá ver que pretenden que esta formación política se desarrolle en la escuela. Pero las matrices arraigadas, intencionadas y reafirmadas desde quienes ven que la educación política puede poner en riesgos sus privilegios y sus intereses, hace que un gran porcentaje de docentes ni se forme, ni se anime a educar en política.

El voto joven es una realidad. Y que cada vez más se espera que la gestión política esté en manos de la juventud, es otra realidad. Que hoy están a la deriva, buscando solos y solas como “educarse” es indiscutible. En muchos ámbitos se escucha la preocupación y hasta el asombro, porque un grupo joven (politizado) se vuelca hacia la extrema derecha. Es parte de la búsqueda y es lo que encuentran.

La escuela tiene una responsabilidad no solo ciudadana sino impuesta por el sistema educativo. ¡No puede seguir mirando para otro lado!

 

Lic. Verónica López

Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación.

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