Las Crónicas de Oxímoron : Sinfonía agridulce

Eran las ocho y media de la mañana y las puertas de la escuela recién se habrían para que los ciudadanos pudieran entrar a votar. El tipo canoso, unos cuarenta y pico de años, iba de un lado a otro del patio interno como un trompo enloquecido. Tal vez reconozcan a esos personajes: son del tipo encaradores, sin pudores, despiertos y con chispa, bastantes mandados a hacer. Del tipo que se las arregla para caerle bien a quien necesite caer en gracia. Rápidos para la excusa. Muchas veces sus habilidades suelen ser usadas para el engaño y el ardid.

Yo estaba de fiscal junto a mi amigo “El Pata” que era también candidato a algo en una lista de segunda línea. Le faltaban fiscales, me pidió que le haga el aguante y le dije que sí -un poco por conciencia cívica y mucho por amistad- . Seríamos los únicos dos fiscales de la lista para cubrir esas diez mesas. Una experiencia nueva y también curiosa, entretenida, agobiante.

El canoso andaba con la frente en alto, miraba como si quisiera mirar por arriba de la gente, observando el tablero de juego en su totalidad. Atento a todos los movimientos. Como si pudiera ver algo que los demás ignorábamos. Resultaba simpático y repulsivo a la vez. Adueñándose de la situación y determinando, con impostado espíritu participativo, la manera y la regularidad con la que todos los fiscales generarles haríamos nuestra tarea de recorrer las aulas para reponer las balotas de nuestros candidatos y verificar que nada irregular estuviera sucediendo en el cuarto oscuro. Eran las ocho de la mañana de un domingo cansado. “Canoso” agarró la batuta desde el principio. Él conocía el juego de haberlo jugado tantas veces.

–          Al que madruga Dios lo ayuda.

–          Y a los dormidos los madrugan.

Así que cargamos con balotas los cuartos oscuros y la jornada inició. Resulta llamativo como tanta gente se levanta un domingo temprano para votar. Imaginé que es la gente acostumbrada a ir a la iglesia, o la que suele salir a caminar por las mañanas. También podría ser la que va a pasar el día a las termas o la que quiere ganar lugar en las parrillas de la costanera. Las filas se hicieron largas en esa primera media hora. Quién suscribe votaba en esa misma escuela así que esperé a que se descomprimiera un poco para votar y después poder dedicarme en exclusiva a mi tarea de tomar mates hasta que “Canoso” nos convocara a todos para recorrer las aulas.

“Canoso” estaba haciendo otra cosa: Estaba trabajando. Hablaba con unos y otros. Salía a la vereda, pasaba por el baño y siempre con su teléfono celular a tiro. 

Asi que iba a votar la lista de mi amigo, pero cuando entré en el cuarto oscuro ya no estaban sus balotas. Lo pensé por un instante, pero de inmediato desistí de la idea que la gente lo estuviera votando masivamente. Las elecciones son como los torneos de fútbol: Sólo dos o tres equipos juegan a ganar, el resto le pone color al campeonato. Había pasado poco más de media hora, una docena de votantes por esa mesa, y las boletas de mi amigo candidato “Pata” vaya a saber desde cuándo faltaban. Tampoco estaban las de otros candidatos, los más “grosos”… Así que salí del cuarto oscuro e hice lo que casi nadie suele hacer: decir que faltaban balotas.

 Cuando nos tocó hacer la primera ronda nos reunimos en el centro del patio y nos dirigimos al primer cuarto oscuro. Otra vez no estaban nuestras balotas. Las de otro candidato habían sido escondidas bajo un pupitre y las de un tercero tapadas con las de otra lista.

“Canoso” propuso hacer las rondas cada quince minutos entonces (en apenas una hora se había convertido en la pesadilla de los presidentes de mesa), pero durante las primeras horas de esa mañana siempre se repitieron las mismas anomalías: Algunas boletas faltaban, otras estaban tapadas, a veces escondidas o cambiadas de lugar.

En nuestros intervalos, mientras el resto votaba, nos fuimos conociendo y hablábamos con la misma impostura que hablan los jugadores en una mesa de truco: A verdad y mentira, disfrazando las cartas, cruzando guiños y miradas. Alguno teorizó acerca de que mucha gente se asusta en el cuarto oscuro y vota lo primero que tiene a mano. Otros agregaban que, al que vota por la contra y no por la positiva, le daba lo mismo cualquier contrincante. Algunos intuían que tal vez funcionaba como la publicidad en las revistas: la atención del observador suele centrarse hacia su derecha primero, por eso las publicidades más costosas son las que salen en la página izquierda de las publicaciones. 

“El que no sabe vota en blanco o mete en el sobre lo primero que ve”, dijo “Canoso” como si supiera todo sobre la conducta del votante incauto. Al parecer buena parte de la batalla en el cuarto oscuro era estar presente y visible para el elector: Para ese votante que no corta balota. Para el que tiene decidido a quién no votará pero no sabe a quién votar. Para ese que simplemente le da lo mismo que gane cualquiera. Para el que va porque le dijeron que es obligación o porque lo buscan, lo traen y lo devuelven a su casa. Para el que no conoce a ninguno de los candidatos. Para el que nunca saldrá del cuarto oscuro a decir que faltan balotas porque ni siquiera lo notará. Ahí, en esa franja negada, indecisa e indiferente, es donde se disputan los votos el último día, el de la votación.  

Supusimos que “Canoso” mandaba a alguno de los suyos a votar, después de cada ronda de fiscales, para que hiciera la manganeta dentro de alguno de los cuartos oscuros. Lo vimos hablar con alguien que luego fue directo a una de las mesas a votar. Una de las mesas donde hubo problemas. Pero sólo lo vimos una vez: “Canoso” era inquieto y escurridizo.

De todas maneras no nos enloquecimos porque, transcurridas las horas, la batalla empezó a ser entre los otros. Entre los que jugaban por el campeonato y, como en el básquet, cada punto podía ser decisivo.

Para nosotros no había mucho para hacer que pudiera torcer la historia. Lo hecho, hecho estaba. En realidad nunca hubo chance cierta: una lista de urgencia, sin tiempo ni dinero, con más buenas intenciones que ideas, con más ganas de participar que la determinación de ganar. Los que aspiran al gobierno juegan en serio y juegan todo el tiempo hasta el último día, hasta el último voto.  Eso es lo que hacía “Canoso”: Él era el último eslabón del juego. El que tenía que capturar los votos voladores, hacer algún foul táctico si era necesario. Manejar los tiempos del juego y jugar hasta el pitido final.  

Cuando la campana de la escuela sonó anunciando el fin de la jornada, me senté con Pata a fumar y repasar nuestra primera experiencia en una competencia electoral. Coincidimos en el sentimiento de ser todavía extraños, ajenos y lejanos a lo que se disputaba. Nos vimos a nosotros mismos como unos tiernos a quienes pintaron la cara de principio a fin. Unos amateurs a quienes dejaron toquetear la pelota un poco, pero sabiendo que nos metían cuatro pepas en cada tiempo. Coincidimos también en lo que decía un viejo diablo que sabía más por viejo que por diablo: para ganar elecciones se necesitan decenas de miles de personas detrás o varios millones de pesos por delante… para el atardecer ya ni cigarrillos nos quedaban.  

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