Así, entre sinagogas y cementerios de negros, entre “gauchos judíos” y tamboriles africanos se descubre Sajaroff, a la vez que se vela y se esconde bajo el predominio de cementerios que gritan historias, “El Carmel”, “Los manecos”, cuyos muertos hablan, gritan un pasado legendario, fundacional. Es que esta tierra se nutrió de perseguidos, oprimidos y esclavizados que buscaron bajo sus árboles tranquilos, libertad paz y trabajo.
A principios, era una zona de Posta que se llamó “La capilla” por el pequeño oratorio, una humilde capillita donde estancieros y gauchos concurrían para el cumplimiento del culto. Recién a mediados del Siglo XIX recibe, perpleja, visitas inesperadas. Es que aproximadamente en 1850 llegan a la Capilla, tras una huida trágica e infinita, atravesando selvas y montes, la comunidad de “Los Manecos”, un grupo de esclavos Afrodescendientes que rompieron cadenas y grilletes que segaban sus vidas en los cafetales de Santa Catarina, al sur de Brasil.
Cementerio de «los manecos»
Fundamentalmente Manuel Gregorio Evangelista con su mujer y su hermano constituyeron el germen que desarrolló el colectivo afro que aún hoy persiste en Ingeniero Sajaroff y que con insistencia vocean una historia que entre mitos y leyendas necesitan extraer del olvido y la invisibilización.
Roisman, Almacén de Ramos Generales
Es por eso que Ricardo y Jaime, después de ver los cementerios, y previo paso por el Almacén de Ramos Generales de los Roisman, me llevaron al “Patio” de los manecos, donde aún se levanta el orgulloso Ubajay que trajeron sus antepasados. Allí dialogamos en un clima de amabilidad y nostalgia con Soledad e Isabel, cuarta generación de los Evangelista, aquellos negros que pisaron estos territorios soñando libertad, que escondidos entre los muertos de una ignota guerra, lograron separarse de sus grilletes y realizar un viaje mágico por la selva, escapando de la esclavitud, recién abolida en 1888 en Brasil, destino al que llegaron sus padres, atravesando mares en las bodegas infesta donde morían millones de negros esclavizados de África.
Patio de los Manecos, Sergio Brodsky con afrodescendientes
En el dramático camino el angelito que entre tanto había nacido del vientre de la mujer de Manuel, fue dado al descanso eterno del alto de un árbol, para evitar que lo devoren las fieras.
Así llegaron y se integraron al trabajo rural. Así desarrollaron vida y cultura, construyendo ranchos y recreando religión, música de tamboril y cantos letárgicos en el “Galpón de los manecos”, donde el pionero Manuel, que huyó de las cadenas bailaba y cantaba al son de los tambores y de la inspiración de la cachaza.
A los indios, gauchos y criollos originarios se sumaron, a partir de 1892, los judíos. También perseguidos y agobiados por los progroms del Imperio Zarista, encontraron en la colonización agrícola en Entre Ríos, promovida por el Baron Hirsch, el “Moisés de las Américas”, la tierra prometida.
Cementerio Judio
En Basabilbaso, Villa Clara, Carmel, Villa Domínguez, San Gregorio y también, claro “La capilla”. Allí encontraron la libertad y la paz, el trabajo agrícola que los liberó de la salvaje persecución de los Cosacos, aquella aventura que surcó océanos de esperanza en vapores de “ultramar”, conmovedoramente descripto por el genial Alberto Gerchunoff en su obra “Los Gauchos judíos”, oxímoron magistral para una integración difícil en épocas en que la Oligarquía local comenzaba a mirar con desconfianza xenófoba a los inmigrantes. Allí se lee, en su capítulo inicial, sugestivamente llamado “Génesis”: “El señor Hirsch, a quien Dios bendiga, ha prometido salvarnos…A la Argentina iremos todos y volveremos a trabajar la tierra, a cuidar nuestro ganado, que el Altísimo bendecirá…”
Gerchunoff recuerda las palabras de su padre cuando atravesaban la última frontera, señalando un cosaco. Es el último rostro malvado que veremos, allí en Argentina nos espera gente que no odia, que nos recibirá como hermanos en la paz y el trabajo de la tierra, donde encontraremos la libertad. Como una triste paradoja, encontró la muerte en una confusa reyerta con un “gaucho malo”.
Esos judíos de Rusia y Besarabia que llegaron a Entre Ríos vivían el infierno de los «progroms», crueles linchamientos multitudinarios de los policías rusos desatados en 1881, desde que se les atribuyó el asesinato de Alejandro II.
El filántropo Barón Hirsch los ayudó a escapar. Llegaron a Entre Ríos. Llegaron a “La Capilla” y se asimilaron, no sin dificultades, no sin tensiones a originarios, gauchos, criollos, Alemanes del Volga, suizos y esos enigmáticos negros que escaparon de la esclavitud.
Extraordinario choque cultural que construyó la maravillosa historia de “La capilla”, que a partir de 1968 cambió su nominación por “Ingeniero Sajaroff”, en reconocimiento a uno de los pioneros, impulsores del cooperativismo en el país. Sajaroff condensa todos esos complejos, excepcionales y singulares procesos históricos, por eso invitamos a los lectores a desgranarlos en sucesivas notas dominicales. A desenterrar ese pasado que es el nuestro. A traer a la luz nuestras raíces pero también a difundir la pujanza de un pueblo que transformado hoy en Comuna, quiere edificar un prolífico futuro para sus habitantes.
- Ricardo Moreyra historiador, junto a Abraham Arcushin y Muchnik Irma Susana, autores del libro “Los manecos de la capilla”
- Jaime Vélez jefe de la comuna “Ingeniero Sajaroff”.
- Un enorme agradecimiento Ricardo Moreyra, Jaime Vélez, Isabel y Soledad (afrodescendiente de los manecos) por su bienvenida a Sajaroff para contar esta maravillosa historia.
(*) Psicólogo. MP243