De tal palo tal astilla

Muchas veces los medios de comunicación reflejan casos de violencia escolar o de bullying. Dos formas de violencias diferentes. La primera es un acto aislado que se da entre estudiantes, o de estudiantes a docentes, dentro o fuera de la institución escolar, pero cuyo origen está en la relación vincular que se origina en esta. Mientras que el segundo, consiste en una serie de actos de acoso y violencia, que perduran por un tiempo prolongado, erosionando la estabilidad emocional de todos las y los actores que participan de este. En cualquiera de los casos la mirada se centra en las conductas del estudiantado y la forma en que resuelven sus diferencias, ejerciendo el poder tanto físico como cognitivo o emocional.

Pero en pocas ocasiones se hace referencia a la violencia ejercida entre integrantes –trabajadores- de la institución educativa, en muchos casos llegando al moobing. ¿Qué significa esto? Es el llamado acoso laboral.

Hace poco resonó en los medios locales el caso de una rectora, que fue denunciada por un numeroso grupo de docentes por acciones de persecución y violencia. Esto se resolvió rápidamente separando del cargo a la denunciada hasta realizar la investigación pertinente.

Pero la realidad es que este no es un caso aislado. Las diferencias hacia el interior de las instituciones escolares, entre docentes, directivos, administrativos y personal de maestranza suele ser moneda corriente.

El maltrato, las expresiones inapropiadas, el ejercicio del poder desmesurado, la persecución, hasta llegar al moobing, son parte de casi todas las instituciones educacionales. Personas que presentan pocas herramientas para la gestión de sus emociones y otras que utilizan los resquicios de la normativa para ejercer el poder de forma arbitraria, con total manejo de los resultados.

¿Cómo saber si se está ante un caso de maltrato, de persecución, de arbitrariedad o de moobing?

El maltrato podría considerarse el estadio más débil en la escalada de violencia, puede consistir en agresiones verbales en relación a características personales o a la labor que se desarrolla en el ámbito de trabajo. El maltrato se produce en forma ocasional y por única vez, es negativo para las relaciones personales y colaborativas en los equipos de trabajo, pero no genera efectos emocionales duraderos en la persona que recibe el maltrato.

La violencia es un estadio mayor de acciones, puede ser verbal, psicológica y hasta física. No solo en relación a la persona en sí sino también sobre el producido en el lugar de trabajo, como ser destrucción de elementos y/o documentos, necesarios para el buen ejercicio de la labor.

La arbitrariedad es cuando se tergiversan las normativas organizacionales del entorno laboral, para privilegiar, discriminar y/o excluir. Este tipo de acciones, producen profundas alteraciones emocionales y psicológicas. Sensaciones de injusticia, enojo, ira, tristeza y hasta estados que pueden derivar en depresiones. Afecta no solo el efectivo desarrollo de la labor, sino también los vínculos intra y extra laborales. El mal humor es difícil de manejar y suele trasladarse al entorno familiar afectado los vínculos parentales.

En la escalada de violencia el mayor estadio es el moobing, que es el persistente acoso laboral. Maria del Luján Boné (2017)[1] sintetiza en distintas categorías las actitudes, comportamientos y actos hostiles que se producen en el entorno laboral. La primera categoría: se apunta a impedir que la víctima se comunique y se exprese de forma adecuada y libremente con otros, por ejemplo: gritarle y/o interrumpirla cuando habla, agredirla y amenazarla verbalmente, criticar permanentemente todo lo que dice, insultarla, etc. La segunda, contempla aquellos comportamientos dirigidos a aislar social, psíquica y físicamente a la víctima y evitar así que mantenga contactos sociales. Algunos ejemplos de ello son: asignarle un puesto de trabajo que mantenga a la víctima aislada de sus colegas, evitar que mantenga contacto con los mismos, ignorar su presencia, excluirla de eventos sociales tanto formales como informales, entre otros. La tercera, se refiere a todas aquellas acciones dirigidas a difamar a la víctima impidiéndole que mantenga su reputación personal y/o laboral; por ejemplo: menospreciarla, descalificar su persona delante de sus compañeros de trabajo, burlarse de ella, asignarle tareas humillantes, ridiculizarla, hacer correr rumores falsos acerca de su salud mental y/o su vida privada y atacar sus creencias personales. La cuarta categoría, involucra aquellas acciones dirigidas a desacreditar profesionalmente a la víctima, por ejemplo, criticar y subestimar su trabajo, asignarle tareas insignificantes o muy inferiores a su capacidad laboral, o por el contrario, tareas muy difíciles que requieren de una mayor competencia y/o experiencia de la que la víctima posee, cambiarle las tareas de forma muy seguida, brindarle información falsa acerca del rol profesional que debe cumplir, brindarle información ambigua, omitirle información necesaria para que pueda llevar a cabo su trabajo de forma satisfactoria, sobrecargarla de trabajo o ir reduciendo sus tareas hasta que la misma no tenga nada que hacer. La quinta y última categoría, se refiere a acciones que afectan la salud física de la víctima, tales como amenazarla físicamente, asignarle tareas peligrosas para su salud, hacerla trabajar en ambientes nocivos, entre otras. Así, el objetivo es desestabilizar psíquicamente a la víctima logrando que la misma abandone su lugar de trabajo.

Las instituciones educativas no son ajenas a lo que ocurre en todos los entornos laborales, pero se parte siempre del prejuicio que como está integrada por adultos orientados a la formación de las jóvenes generaciones, están exentas de actitudes violentas y acosadoras, donde prima el ejercicio del poder.

En general, ante situaciones de violencia estudiantil o de bullying se pone en cuestión la familia y la sociedad como ejemplos de adultos violentos. Pero lo que sucede hacia el interior de las instituciones rara vez se observa, aunque la lógica diría que los y las trabajadores de las escuelas, son personas que además son padres, madres e integrantes de la sociedad que se pone como modelo de violencia.

Sabido es el alto porcentaje de licencias por stress laboral que hay en el colectivo de la educación; se suele presuponer que es debido al ejercicio propio del trabajo con niñes y adolescentes, aunque muchas veces no son estos los causantes de los desequilibrios emocionales de los y las adultos encargados de la educación, no solo desde la enseñanza, sino también del área administrativa o de maestranza.

“Los niños, niñas y adolescentes aprenden lo que viven”.

 

Lic. Verónica López

Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación. Ltda.

 

[1] Boné, M. L. (2017). Mobbing : características específicas e intervenciones preventivas en las organizaciones de hoy [en línea]. Tesis de Licenciatura, Universidad Católica Argentina, Facultad de Psicología y Psicopedagogía. Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/tesis/mobbing-caracteristicas-especificas-intervenciones.

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