La ética de la preocupación por el otro en la prevención del suicidio

PERIODISMO Y CHISME

No muy diferente es este” periodismo” al ejercicio del  chisme. Era otra sala. Otro pueblo de una zona rural. Una pequeña comunidad. Desarrollaba una charla informativa. Un vecino de los muchos que habían ido, preocupado por las reiteradas  autodeterminaciones, comenzó a narrar una historia. La señora estaba deprimida. El marido la golpeaba, la engañaba. Todos lo sabíamos. “pueblo chico, infierno grande”, acá todo se conoce, se murmura, se cotillea. Pregunté qué pudieron hacer con ese chisme. No hubo respuesta. Como de la reflexión se aprende, comenzamos a pensar alternativas. Preguntarle, invitarla a tomar unos mates, escucharla. Acompañarla a denunciar violencia de género, a buscar ayuda profesional. El chismerío es falto de empatía, indiferencia frente a la suerte del “otro”, ejercicio de la pura crueldad. Estos hechos nos sitúan en el interrogante respecto del modo en que una comunidad se posiciona frente al sufrimiento del “otro”, del dolor del semejante. No es insignificante, nos habla del grado de salud o alienación colectiva. Las conductas suicidas no son ajenas a estas modalidades de relación social que expresan la ruptura de los lazos comunitarios de solidaridad. Cierto periodismo como el mencionado en el primer apartado, sigue los cánones de la chismosa del barrio, es decir, de la impiedad.

CAMBALACHE

Una situación así sucedió en San Salvador.

En el siglo XXI y más allá de los ingenuos anhelos de salir mejores de la pandemia, la maldad insolente sigue reinando. Todo es igual en este cambalache, claro que nada es mejor. Discepolín se quedó corto.

El hombre publica en su medio digital, por llamarlo de algún modo,  un hecho de autodeterminación. Desbordado por su excitación malsana brinda el nombre de la víctima, el método utilizado, detalles de todo tipo que satisfacen sus turbias tendencias. Una compañera de “lazos en red” se lo cuestiona y el responde en su Facebook con una violencia inusitada, con comentarios discriminatorios incluso. Otra persona, familiar de una víctima de conductas suicidas,  le pide explicaciones por wahtsaap y responde de igual modo, con la misma exaltación. A su modo de ver, dice, nada hay que afecte esas publicaciones, salvo la libertad de expresión. Un familiar postea que vio en la tv. Imágenes del cuerpo malogrado. Un tercero que años atrás, cuando perdió a su hermano por esta penosa causa, se enteró literalmente por la televisión. Nos solidarizamos con nuestra compañera y con todos los agredidos por esta violenta forma de comunicar dolorosos hechos.

Hay que insistir, hay que argumentar porqué es aconsejable no publicarlos. Aunque parezca obvio. Primero por respeto al dolor. Por empatía. Por no perder humanidad, sensibilidad. Además por el “Efecto Werther”.

EFECTO WERTHER

Goethe escribió, a fines del siglo XVIII una novela que traducía, talento literario mediante, un drama personal. Un desengaño amoroso del autor lo deprimió profundamente. Necesitó “escribir para no morir” como decía Alfonsina. Elaboró así una novela, “Las penas del joven Werther”. Es la historia de un romántico enamorado no correspondido. Su frustración termina con la determinación suicida.

La publicación de esa obra generó la conducta imitativa de cientos de jóvenes en toda Europa, al punto que fue prohibido en varios países.

Claro que no fue la única motivación. Era una época en el que el romanticismo exacerbaba en los jóvenes la protesta por un mundo que los despojaba de su sensibilidad, los decepcionaba  y los proponía como un engranaje en un racional sistema alienado. Pero fue, claramente, un factor contribuyente, desencadenante.

David Phillips, Sociólogo norteamericano, fundamentó a través de sus investigaciones, estas hipótesis. Cuando el New York Times publicaba de un modo sensacionalista hechos de suicidio, estos se incrementaban notablemente. Más aún cuando se trataba de una celebridad pública. A este efecto contagio, imitativo lo denominó Efecto Werther.

Esos conocimientos llevaron a la OMS a recomendar pautas para la  cobertura de estos hechos. Entre otros no publicar en tapa, no mostrar imágenes de la víctima, no referir el método utilizado ni el escenario del suceso, no dar explicaciones simplistas, no referir el suicidio como una solución a problemas etc.

Esta información es fácil de encontrar, googleando, incluso para los “periodistas” como el de San Salvador que dice “no creer” en estas cosas. También el Ministerio de salud de la Nación y la Defensoría del Público en su “Abordaje de la problemática del suicidio en los medios: claves para una comunicación responsable”, en su punto dos señala: “desarrollar un abordaje riguroso e integral evitando conjeturas y  difusión de método. El suicidio tiene muchas dimensiones y causas. Por  eso se sugiere evitar la difusión de hipótesis y análisis personales sobre los hechos y las causas que pudieron derivar en un suicidio o en su intento”.

Del mismo modo la ley nacional de prevención del suicidio, sancionada en 2015 establece la capacitación de los medios de comunicación para una cobertura responsable. Claro que para que eso se cumpla, esa ley debería traducirse en políticas públicas concretas. Eso está lejos de realizarse, a pesar de la creación en la provincia de Entre Ríos del “Programa provincial de Prevención del suicidio” en el año 2020. Ellos deberían llevar adelante esta tarea y ejecutar integralmente el programa establecido por la ley. Es responsabilidad del Estado.

Lamentablemente no lo hacen, quedando desprotegidos muchísimas personas, sobre todo en este contexto de crisis post pandémico y económica social, que afecta notoriamente la salud mental de la población. Es hora de dejar los “como si” y embarcarse a cumplir con sus responsabilidades. Es allí donde deben interrogar los periodistas. Interpelar a las autoridades sobre las políticas que (no) están llevando a cabo en prevención del suicidio. Sobre la gravedad de esta realidad. Claro que es mucho más difícil. Claro que es más sencillo mancillar a las víctimas y sus familias. Claro que es más fácil humillar a la sociedad  publicando de este modo el dolor del otro.

Claro que es más fácil, también más cobarde.

 

(*)Psicólogo. MP243

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