Ante esta realidad, de hace apenas un par de años, hoy vemos como en muchas instituciones educativas se vuelve al debate del celular sí o el celular no, en la escuela y en el aula.
Esa tecnología que fue durante los dos últimos años, requisito indispensable para acceder a la escolaridad, de golpe vuelve a ser visto con desconfianza en el ámbito escolar.
Las tecnologías transformaron la manera en que se informan (los y las jóvenes), la manera en que se entretienen, la manera en que se relacionan, la manera en la que se educan, la manera en la que estudian. Todo está atravesado por la tecnología, expresa Roxana Morduchowicz, que dirige el Programa Escuela y Medios en el Ministerio de Educación de la Nación y es coordinadora de las jornadas Los jóvenes y el cine nacional, de la Academia de Cine.
No se puede tapar el sol con un dedo, ni pretender que las escuelas son las mismas hoy, que en la pre pandemia.
Ya en la década del 90, Livingtone, denominaba a los miedos y mitos que rondan el uso de las tecnologías por parte de niños, niñas y adolescentes como pánicos morales asociados al uso de internet.
Es verdad que hay riegos, y que en ocasiones también hay daño, pero los estudios demuestran que estos son proporcionalmente menores a los que estos mismos niños, niñas y adolescentes sufren en la vida física cotidiana. Por ejemplo, los casos de abuso sexual infantil se dan mayormente en el entorno familiar o de los vínculos cercanos. Los que se producen por contactos entablados en las redes sociales, son infinitamente reducidos.
La generación analógica leía en forma secuencial, mientras que los nativos digitales tienen capacidades multitasking, es decir, realizan varias tareas a la vez: leer, escuchar música, responder en las redes sociales, ver un video y hacer la tarea escolar.
Las consecuencias neurológicas de estas conductas, son áreas de estudio de las neurociencias por estos días y aún no podemos tener una clara definición de riesgos y beneficios.
Lo que es real es que la restricción no sería el mejor camino, la adolescencia tiene necesidad de relacionarse socialmente, como características propias del crecimiento. Esta inserción en el mundo irá construyendo su derecho a la ciudadanía. Restringir o prohibir entablar vínculos mediados por las tecnologías estaría limitando sus derechos.
¿Cómo abordar, desde el ámbito escolar y familiar, esta época de las infancias y juventudes?
Tal vez pensar en dos líneas de acción: por un lado, las del ámbito estatal y las empresas dueñas de los ecosistemas digitales; y por otro las de los ámbitos escolares, familiares y sociales (donde los medios de comunicación tienen un rol importantísimo).
Los primeros deberían trabajar en regulaciones y políticas públicas de protección.
Los segundos enseñar estrategias de autocuidado y desarrollar actitudes, prácticas y habilidades para la gestión de riesgos.
El uso seguro de las pantallas requiere conocimientos operacionales, informacionales y sociales que se pueden enseñar, aprender y fortalecer. También exige la generación de espacios de confianza que nunca podrán establecerse si hay restricciones o prohibiciones.
Gestionar los riesgos es conocer su origen (en principio): estos pueden ser de contenido, de contacto y/o de conducta.
Los riesgos de contenido pueden ser la violencia, pornografía, racismo, discriminación y, también, estar en el marketing. Entre los de contacto están el hostigamiento, ciberbullying, grooming, sectas religiosas o posicionamientos ideológicos extremos como el nazismo. En cuanto a los riesgos de conducta se encuentran los de acoso cibernético, stalkeo, sexting, apuestas, entre varias otras.
Conocer para ser libres de actuar, esa es una de las premisas de la educabilidad. Conocer permitirá reducir daños, acotar riesgos y formar generaciones de ciudadanos librepensantes.
Lic.Verónica López
Tekoá Cooperativa de Trabajo para la educación