Carlos Díaz, un chico de barrio, que tiene mucha calle y mucho mundo también. También tiene una destacada carrera como militar. Es sargento primero de Arsenales del Ejército. Egresó de la escuela militar y estuvo destinado en Campo de Mayo. Después en una base en Boulogne (Bs. As.) durante dos años y de ahí pudo elegir ser destinado a Villaguay. Empezó a estudiar inglés y cuando iba a ser trasladado de Villaguay a Concordia tuvo la chance de incorporarse a los Cascos Azules. Fue su oportunidad de viajar dos veces al exterior. Estuvo en Chipre, Turquía, Grecia, Inglaterra y Egipto. Su más reciente experiencia fue un año y dos meses en la Antártida. Partió a finales de octubre de 2020, antes de que fuera declarada la pandemia de Coronavirus. Carlos cuenta que se fue con uno de los primeros contingentes de relevo que partió hacia el sur: “Nos llevaron en tres partes, yo fui en avión. Hay gente que va en el buque rompehielos, Almirante Irizar, que es el que llega a la parte más austral del Polo Sur”.
Es uno de los pocos concordienses que ha viajado y vivido tanto tiempo en la Antártida. “Creo que sí, creo que ha ido gente de Concordia, pero muy poquitos”.
-¿Por qué decidiste hacer esta misión a la Antártida?
Carlos Díaz: Ir a la Antártida fue una aspiración personal que tenía dentro de mi carrera militar. He ido varias veces al exterior, tuve la suerte de participar en misiones de paz con los Cascos Azules y después me quedaba esta misión de ir a la Antártida. Todo el mundo, de mi ámbito laboral, hablaban bien, que era muy lindo y tenían mucha razón. Y bueno, para eso tuve que hacer un curso que duró un año, en Buenos Aires que nos enseñaron de todo. Imaginate: yo concordiense, lo más frío que tuve fue salir a correr en short y remerita en invierno. Te enseñan andinismo, esquí, me enseñaron a hacer nudos de rapel, para bajar personas, para rescatar gente. Después de hacer el curso y depende de cómo te desempeñaste te mandan a distintas bases.
-¿ A dónde te tocó ir?
CD: De la Argentina, tenemos una base que es el aeropuerto de la Antártida, que se llama Base Marambio, que es la más conocida. Allí van las celebridades, bajan ahí. Tocan la Antártida y se van. En Marambio hay veinticinco personas que operan los aterrizajes, el mantenimiento, el abordaje y todo lo que conlleva un aeropuerto internacional. En la Base Esperanza, donde yo tuve la suerte de ir, operan unas cincuenta personas, entre civiles del servicio meteorológico nacional, los científicos que se van relevando. Después está la más austral de todas, bien en el punto del polo sur, donde hace frío siempre, no tiene un verano o un veranillo como nosotros. Hacen temperaturas extremas todo el año y hay alrededor de veintidós personas.
-¿Cuál era tu trabajo en la Antártida?
Las bases tienen distintas misiones. En la base Esperanza era dar apoyo a los científicos nacionales e internacionales. Van glaciólogos, antropólogos, biólogos marinos, y otros que se rotan cada tres, cuatro y seis meses. Son los que sondean tempranamente lo que puede pasar a factor climático mundial, desde ese lugar. La erosión de los glaciares, el movimiento de placas, hacen perforaciones y sacan información importantísima sobre los cambios climáticos que afectan después a nivel global. Básicamente lo que nosotros hacemos es el apoyo. Nosotros somos como los exploradores cuando salen de expedición.
-Supongo que además del entrenamiento de supervivencia debe haber una preparación psicológica.
CD: Sí, hay un grupo de psicólogos, a lo largo de todo el año de preparación, que te evalúan. Tuvimos muchas charlas de liderazgo con gente importante, que te dan mucho ánimo y te hacen cambiar la forma de pensar, porque allá podés pasar de un segundo a otro a una situación de catástrofe. Se puede morir un compañero y no hay hospitales, los médicos somos nosotros. En realidad, sí hay médico, pero cuando salimos de patrulla, el único que te puede salvar es tu compañero o vos a él, salvarlo de morir congelado. En mi caso soy muy acelerado y me bajaron un montón de cambios en cuanto a las decisiones a tomar. Una cosa que me costó mucho en la preparación previa.
-¿Cómo era el lugar donde vivías?
CD: Las viviendas son como chalecitos, son de tres dormitorios, con sala común. Son de tres dependencias, con las comodidades de cualquier casa normal. Son de materiales especiales, con revestimientos por fuera de fibra de vidrio con placas termoselladas, aislante en el medio, todas tienen calefacción, calefacción eléctrica y calefacción con un combustible antártico que no se congela, se llama GOA y se usa también para los vehículos. El trabajo es de lunes a viernes o sábado de acuerdo a lo que haya que hacer y a las condiciones del tiempo, porque a veces no se puede salir en toda la semana y se aprovecha el fin de semana si está mejor el clima. Por el viento se han volado techos, portones, capot de los vehículos. Lo que te enseñan es que cuando vas a abrir un vehículo tenés que poner la punta dirigida al frente del viento, sino puede ser tan fuerte que te arranca las puertas.
Un ciclón sobre Base Esperanza
-¿Te tocó vivir situaciones de riesgo que recuerdes?
Tuve dos situaciones: una anécdota graciosa y otra más complicada que tengo el recuerdo que nos salvamos. Voy a contar la graciosa primero: allá hay muchos animales, petreles, otros animales y muchas variedades de focas. Una de las focas, la leopardo, la más voraz y depredadora, no ataca al humano, pero es muy curiosa, ataca las crías de los pingüinos. Es un animal enorme, que en el agua es rapidísimo. Estábamos nosotros con trajes térmicos, como de neoprene, como los buzos, estábamos arreglando un muelle. Para esos arreglos así nos metemos al agua, pero al contrario de lo que piensa la gente, está más caliente el agua, solo si se congela está más fría. Sin embargo, si no está congelada está en 0º y afuera la temperatura está en 10 o 15º bajo cero. Bueno, estábamos arreglando el muelle, que se rompe muy seguido, porque hay témpanos que flotan y se estrellan contra ellos. Eso hace que constantemente estén en reparación y es importante que siempre estén en servicio, pues allí se realizan las descargas logísticas. El carpintero estaba arreglando y de repente le empezamos a hacer señas para que saliera despacito. Venía la foca, enorme, con una sonrisa que parecía malvada, llena de dientes. Le decíamos: ¡Fabián salí! Él estaba ensimismado en su trabajo y cuando se da vuelta queda petrificado, era una estatua. Empezó a salir despacito y ella quedó quietita, mirándolo. Para eso no nos prepararon nunca. A mí me salió la del barrio cuando era chico. No tenía gomera, pero empezamos a los toscazos. Después se fue, pero Fabián, el carpintero, nunca más se quiso meter al agua. Hay una historia previa que nos contaron y que sucedió en 2016. Una bióloga, con un grupo de buzos fueron a sumergirse para hacer un estudio, y una foca la llevó, no la devoró, pero cuando volvió a la superficie ya estaba infartada y falleció.
-Lo de andar tirando piedras no parece muy de soldado profesional…
CD: Allá no podemos reaccionar con violencia, ni armas tenemos, está prohibido el uso de armas. Es una de las cláusulas antárticas. No se puede militarizar la zona. No andamos vestidos de verde, andamos vestidos de naranja. Nosotros estábamos al lado de la base inglesa. El triangulito que vemos en el mapa no es argentino, es internacional. El tratado Antártico que hicieron los 12 países soberanos vence dentro de 20 años: no se puede contaminar, no se puede extraer petróleo. Es un lugar neutro, es de todos solo con fines científicos. Son los doce países con los participantes que pueden visitar. Son muchas las pautas del tratado. Es un lugar que hay que cuidarlo y mantenerlo intacto. Para que te des una idea junto con nosotros volvió toda la basura que generamos en todo ese tiempo que estuvimos allá. La basura se compacta, se recupera y se comprime y después se evacúa junto con nosotros. Volvemos con nuestro bolso y la basura.
-Y la otra situación complicada que te tocó atravesar fue menos risueña decías…
CD: Estábamos en junio y allá pega feo, se empieza a congelar el mar, las temperaturas empiezan a bajar más allá de – 20º, si bien tenemos buen equipo polar, ya no te alcanza y tenés que reforzar. Se congeló el acueducto, el que lleva el agua potable, que se juntaba de una laguna, que se formaba del derretimiento de glaciares (comenta que es un agua riquísima y que tiene fotos de donde la sacan). Y salimos todos a dar una mano a los que estaban afuera trabajando, que eran los “plomeros”. Allá cuando pasa algo, todos dan una mano y pueden cambiar de roles: el que es mecánico, puede ser cocinero y así. (bromea que cuando se congelan los caños de las cloacas nadie quiere ayudar). Bueno, se congeló el acueducto, llevaban un par de días trabajando y allá los vientos superan de 200 km por hora y no te dejan salir de los vehículos, te podés caer, quebrar, doblar un pie, etc. Cuando salimos vamos todos encadenados, acordonados entre compañeros y a determinada distancia unos de otros. Está prohibido salir solo, circular solo. Siempre tenés que avisar cuando te vas y cuando llegás. Entonces vimos cuando estaban arreglando el acueducto y empezamos a buscar agua en unos vehículos orugas grandes, originarios de Alaska. Llevamos recipientes para traer agua. Bombeamos el agua y empezamos a hacer viajes. Hasta ese momento estaba todo bien, y de repente (el clima cambia en poco tiempo, de un tiempo calmo a un viento muy fuerte, de una nevisca tenue a una muy cerrada, viento blanco que no te deja ver a más de un metro) veníamos con el vehículo cargado con agua, con 5000 litros arriba, iba manejando yo y éramos cuatro en el camión, se levantó el viento, no nos dimos cuenta, fue error nuestro, porque hay que prever cuando vemos cuando se arma la nube en la montaña, hay que irse rápido. Nosotros no prestamos atención, estábamos en el afán del agua, el viento blanco nos agarró en el medio de un campo y nos perdimos. Empezamos a hacer contacto radial y nada, después empecé a avanzar con el vehículo, había caos en el grupo: cada uno marcaba una dirección para la base. No veíamos nada. No podía avanzar porque salirse del camino marcado puede hacer volcar al vehículo. Ni la puerta podíamos abrir. No se veía nada. Uno del grupo dice: vamos a avanzar de a metros y así lo hicimos. Íbamos despacito, pero después se volvió medio peligroso porque agarrábamos rocas que no veíamos porque el vehículo es alto, no se alcanzan a ver. Es más, varias veces el vehículo quedaba con la rueda arriba de una roca. Salió el rescate a buscarnos. No teníamos enlace radial, pero uno de los protocolos es que cuando a los 20’ el tipo no te dice no o sí, se sale a buscar. No podés quedar un segundo afuera porque te morís. Si nosotros volcábamos nos quedábamos sin calefacción, de repente cuando casi volcamos, me di cuenta que si salíamos del vehículo nos congelábamos. Nos moríamos los cuatro. No lo hago dramático, pero es así. Es una realidad, vuela uno y no lo encontramos nunca más. Fue preocupante, yo en ningún momento tomé decisiones desesperadas y siempre tratando de bajar los decibeles. Cuando nos detuvimos un rato, pudieron salir dos a vaciar el agua del tanque, que se animaron, que se acordonaron y se fueron enganchando al vehículo hasta salir por la parte de atrás, y pudieron drenar algo de agua para que el vehículo sea más liviano en caso de tener que seguir. Siempre tratábamos de comunicarnos, probábamos todas las frecuencias, hasta que en un momento vimos una luz y dijimos, bueno ¡ya está! Ya más livianos, sin agua, empezamos a ir al encuentro. Pero en el medio había una barranca, que la conocíamos pero no veíamos dónde estaba. Nos quedamos frente a un precipicio ahí quietitos. Después vino el rescate, tenían un navegador satelital, llegaron hasta nosotros y los seguimos. Al llegar a la Base se veían todos preocupados, nos saludaban como si veníamos de la guerra. Después de aflojar un poco la tensión, había que guardar el vehículo en un hangar, donde se guardan todos los vehículos. Cuando lo fuimos a guardar, nos habíamos olvidado que estaba cargado, nos olvidamos bajar el tanque y rompimos la entrada. Al otro día tuvimos que arreglar todo. Yo estaba quebrado, me quería ir a dormir. Pero ya nos reímos, en comparación con lo que habíamos pasado.
-¿Cómo pasan las horas cuando no se hacen trabajos ni se sale de expedición?
CD: Comíamos bien. (En broma dice milanesa de pingüino…. Risas). Comíamos bien, buen vino también. Había tres cocineros sensacionales y es importante que te cocinen muy bien, porque te mantiene alta la moral. Te cocinan de acuerdo a la cantidad de calorías que necesitas. Tienen una lista de comidas y ellos la siguen. Hacen todo, panadería también, vine más gordo, aumenté 8 ó 9 kilos. En cuanto a la comunicación, nos podíamos conectar con las familias, ver películas. La única antena satelital que hay es la de Movistar, era normal el servicio. Por ahí, Internet era medio lento, teníamos 2G, no podíamos cargar ni audios ni imágenes. Pero por lo general la rutina es un desayuno de trabajo donde se ordenan las actividades que se deben realizar y después trabajamos hasta las 12.
-¿Cómo es la convivencia en la Antártida con el resto de los compañeros, teniendo en cuenta como decías que son los mismos durante mucho tiempo, pasan mucho encerrados, no hay casi momentos de intimidad, se debe andar siempre en patrulla o con un compañero?
CD: Allá es lindo porque no hay jerarquías como acá. Es como una familia, convivís un año, te ayudás. Los ánimos se van caldeando después del mes 10 u 8, ja . La tolerancia decae mucho y hay que tener capacidad para entender y adaptarse a la situación. Vos allá tenés tu casa, vivimos en grupo de tres personas, son 11 casas, algunas están ocupadas de a dos, otras de cuatro, depende la afinidad que tenías, podías elegir tu compañero de vivienda. Yo vivía con el encargado de la base y por ejemplo el día domingo es tradicional el asado, o si no te quedabas en tu casa y te cocinabas, mirabas TV, se podía estar solo, en tu dormitorio. Uno de los compañeros era muy joven (veinte y pico) y se juntaba con otros jóvenes y el otro señor era mayor que yo, era la tercera vez que estaba en la Antártida y era un ermitaño. Le decíamos el oso dormilón.
-¿Había compañeras de trabajo o eran todos varones en la base?
– Tuve dos compañeras militares que tenían más fuerza que nosotros. Las mujeres tienen más ánimo, más ímpetu, más ganas de hacer cosas. Una de ellas era licenciada en enfermería y miembro de la patrulla de rescate y esquiaba mejor que todos nosotros. Era una líder nata y daba pie a que la sigas y la ayudes.
-Con respecto a la pandemia de Coronavirus, ¿cómo la llevaban? (Los primeros casos de coronavirus registrados en bases argentinas en la Antártida llegaron con los contingentes que relevaron a los grupos entre los cuales estaba Díaz y los mismos se conocieron después de esta entrevista)
– No, allá no hay ni hubo coronavirus en las bases argentinas. Pero sí, en la base chilena O´Higgins y no teníamos permitido relacionarnos con los chilenos por el Covid. Además, como estamos bajos de defensas, porque allá no hay virus… etc. Antes de ir te hacen hacer una cuarentena estricta de 25 días. Te hisopan antes de subir al avión y si da positivo, no podés viajar. De hecho, dos compañeros míos dieron positivo porque se contagiaron en la despedida con los familiares. También a nosotros antes de irnos nos sacan el apéndice a todos, porque no hay operaciones de alta complejidad. Hubo un médico en la Antártida que tuvo apendicitis y se tuvo que operar solo, y desde ese momento, se decidió eso. Es decir que si no cumplís con ciertos requisitos médicos no vas a la Antártida. Tenés que estar bien de salud bucal, salud mental, salud física, sino no podés ir. Son filtros, de 400 postulantes solo quedamos 100 y pico. Si tenés un diente mal, te quedás. Tenés que ir sano, sano, porque allá no hay operaciones. Nos pasó que un compañero se sacó un hombro y una médica que fue con nosotros mal que mal se lo acomodó. Pero él no se pudo ir, porque en invierno no te pueden evacuar. Tuvo que esperar a que esté el tiempo bueno.
-¿Volverías a la Antártida?
– Me encantó la Antártida, pero tiene sus pro y contras. Para contarle cosas a los nietos y agrandar las historias ya tengo material, ja. Obtuve muy buena puntuación para seguir mi carrera. En Buenos Aires tenía la posibilidad de quedarme destinado en el Comando Conjunto Antártico, pero ya no me iban a dar la posibilidad de elegir mi destino, de elegir volver a Concordia, después me podía tocar Rio Negro o la Quiaca… o no sé. Ahora pude elegir volver al regimiento Blandengues. Lo que me queda por hacer es una campaña de tres meses, en el rompehielos Irizar, una misión de apoyo logístico. Llevar los víveres para la dotación que va a pasar el año y volver.
-No habrá sido fácil pasar de esos fríos extremos a la ola de calor que te recibió cuando volviste al continente
CD: Cuando llegué de Antártida al continente, primero pasando por Río Gallegos, en el primer avión, y después hasta Palomar, el cambio de temperatura fue terrible. Allá en Antártida, el último mes, con 5 grados, arreglábamos las cosas para dejar todo en orden para el recambio de dotación vestidos con remeras mangas cortas. Cuando llegamos a Palomar sentíamos que nos derretíamos. Estuvimos ahí un tiempo para que nos hagan todo tipo de análisis. Volvimos bajos de defensas porque allá no hay bacterias ni virus. Recién me pude vacunar ahora cuando volví. Tengo una sola dosis contra el covid y tengo que cuidarme.