Adolescencia

En esa crisis del desarrollo biológico, emocional y social, la pregunta central es ¿Quién soy?. La búsqueda de sí mismo y de la identidad. De la permanencia ante los cambios. De  la apuesta  de cambiar y seguir siendo el mismo. De la nostalgia a la angustia.

Es un período de pérdidas. Del “dolor de ya no ser”. De duelos.

El duelo es una reacción frente a una pérdida. Y la operación psíquica tendiente a procesarla. Cursan con tristeza. Ensimismamiento, para asumir las ausencias. Duelo por el cuerpo infantil. Imperturbable, tranquilo, latente, sin las amenazas del sexo. Duelo por el yo infantil. Duelo por los padres de la infancia. Esos padres que eran ídolos, desnudan ahora sus carencias de seres terrenales. Ya no son Dioses, y si no lo son, se sienten inseguros, solos, indefensos. Hay que inventar nuevos héroes. Otros dioses, una ideología, una religión, un artista o deportista grandioso que ocupe la vacancia.

La relación con los padres no solo es ambivalente en los afectos, amor/odio. También lo es frente al crecimiento. Manifiesto en el deseo y el temor de crecer. Por eso nos  es tan difícil a los adultos situarnos. Tan pronto recriminan sentirse abandonados, como abrumados cuando nos acercamos intentando atender ese reproche.

Y los adultos no estamos exentos de contradicciones. Deseamos y tememos que crezcan. Y van a crecer, en ese movimiento conflictivo que es la adolescencia, atravesados por las tristezas y las ansiedades, se “harán grandes, en un abrir y cerrar de ojos”. Ansiedades depresivas, de pérdidas, pero también persecutorias, de ataque. Estas últimas se expresan por la angustia frente a lo desconocido. El cuerpo “nuevo”, la sexualidad, los noviazgos, los padres, la familia, la escuela, el futuro. Todo es amenaza. O desafío. Es “síndrome normal”. Síntomas, padecimientos que fuera de esa etapa califican como “patologías”. Despersonalización, tristeza profunda, dolor, angustia, soledad, sentimiento de vacío, perplejidades, vacilaciones, violencias y misticismos, sugestionabilidad, cambios en conductas, formas de pensar  y actitudes, inestabilidad emocional,  intensos cambios en el humor y el estado de ánimo.

LOS SONIDOS DEL SILENCIO: CUANDO LA PALABRA FALTA

No obstante, a no confundir, la adolescencia es creatividad, frescura, lucidez, nobleza, lealtad, crítica,  decisión  y compromiso para cambiar un mundo inhabitable. Es un período revolucionario, razón por la cual, las sociedades reaccionarias, conservadoras, tienden a estigmatizarlos. A situarlos como  chivos expiatorios. En ese lugar en el que, como decía Charly, “los inocentes son los culpables”.

Quienes convivimos o trabajamos con adolescentes tenemos claro que son aire fresco en un mundo viciado. Son las condiciones de esa vida insoportable que le ofrecemos, las que enturbian su deseo y esperanzas. Una sociedad que a una gran parte de los jóvenes los excluye de los sueños. Que aniquilan sus esperanzas. Que no brinda oportunidades para elaborar proyectos de vida. Que los hunde en el vacío del “ni, ni”, ni estudiar ni trabajar. Que los conmina a compartir una vida colmada de hipocresías, egoísmos, individualismos, donde el “otro” es un competidor, una amenaza. Una sociedad que confunde la felicidad con el éxito, y el éxito con el tener, con el consumo, que los deja vacíos. En la que  el” tener” reemplaza al” ser”. En la que la indiferencia frente al dolor, a las enormes desigualdades, al desfallecimiento, muestra el rostro más horrendo, monstruoso del ser humano. Que ofrece una vida sin amor, en definitiva. Que extingue brutalmente la llama del deseo, del “gusto por vivir”.

De esas condiciones de una sociedad construida en base al Darwinismo social, a la “supervivencia del más apto, en la lucha por la vida”, en la que la solidaridad, la empatía, el amor y la cooperación entre los hombres parecen quimeras, emergen las formas del padecimiento que agravan el dolor propio de la adolescencia. El delito callejero en aquellas “existencias destino”, las que no pueden elegir otra cosa, que no pueden optar, a secas. La depresión en adolescentes frágiles, sensibles, que no pueden tolerar pérdidas o “fracasos”, en un mundo que empuja al “éxito”. Que los hace sentir inútiles, inservibles, impotentes. Que los confronta con el “sinsentido” de la existencia o con un dolor insoportable. O que intentan el éxito aferrándose a la exigencia de un cuerpo híper – delgado, para complacer al “Otro”.

La depresión es una respuesta habitual a las violencias, a los maltratos, a los desprecios, a los abusos, a los abandonos emocionales por parte de la familia y la sociedad que sufren los adolescentes. A no sentirse contenidos ni escuchados por adultos absortos en sus propios dramas.  A los rechazos frente a las “elecciones” de su orientación sexual. Al “Bullyng” como reflejo de la crueldad del mundo adulto, del sometimiento del  más fuerte al más débil, en la sociedad adolescente. Condiciones que empujan a la soledad y el aislamiento social. Al rechazo del grupo de pares, que es el grupo de pertenencia y referencia identificatoria más importante en estas edades, con todo lo que ello implica. A la construcción de noviazgos violentos. Adolescentes solitarios, aislados, replegados sobre sí mismos, suelen ser sus resultados.

Y ante tanto sufrimiento, aparece la depresión o el intento de “anestesiarla”. El consumo de alcohol o drogas para llenar el vacío, como forma de “supresión tóxica del dolor” (Sigmund Freud), una cancelación silenciosa, carente de palabras. De un sentido que” hable del dolor” (adicción significa etimológicamente, imposibilidad del decir).  También las palabras, el sentido faltan en las autolesiones adolescentes. En la violencia, en el maltrato. Las palabras y el amor han faltado a la cita.

VOS Y YO PODEMOS CAMBIAR EL MUNDO

Hace unos años, con Nancy Zanandrea, creamos un espacio para ayudar a los chicos a procesar estas formas del sufrimiento. Sobre todo aquellos que  ponían en riesgo su propia vida. Comenzó siendo un “taller literario”, un espacio grupal, compartido  que estimulaba y promovía  la escritura como modo de “decir el dolor”. Un dispositivo “soportado” por nosotros como adultos que alojábamos las angustias indecibles. Un lugar de circulación de los afectos. Y de las palabras. Para crear nuevas realidades y sentidos. Para simbolizar el sufrimiento. Los símbolos y las estrategias se fueron ampliando. Los mismos chicos fueron creando y proponiendo nuevas vías de expresión. No solo el diálogo, la lectura y la escritura. Compartir una canción, una película, un dibujo. Concurrir al teatro, a exposiciones de pinturas o presentaciones de libros. A pasear, a charlar.

Dos pilares sostuvieron el taller y sus resultados extraordinarios: la facilitación de las vías de expresión y el sostén afectivo, emocional, la escucha de los adultos que alojamos el dolor y la angustia del grupo. Que en esa contención, posibilitamos su metabolización. Que los chicos pudieran, como dice Pichón Riviere, transformar, “lo siniestro en maravilloso”. Que pudieran darle palabras al dolor. “Dad palabras al dolor, el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe” le hace decir Shakespeare a Malcolm, ante las desgracias de las que se anoticia Mc duff en Mc Beth. De eso se trata el taller de expresión para adolescentes en situación de fragilidad, de vulnerabilidad emocional.

“Ante una existencia que jamás pedí, colmada de abandonos tempranos que reaparecieron como llagas en mi adolescencia, pensé muchas veces en mi muerte. Eso quería cuando me volvió a dejar aquella que amaba. Tal vez lo hubiera hecho, de no ser por mi estupenda preceptora que al ver mis ojeras y brazos cortados no se quedó callada con ese prejuicio podrido de las personas cuadradas de mentes limitadas que dicen: ‘se corta porque es estúpido y quiere llamar la atención’. De no ser por ella que me mandó al Psicólogo, por Nancy y los chicos del taller, no sé qué me hubiera pasado. Solo quiero que sepas que siempre hay otra salida. Que todo es pasajero y se da de a pedazos, que nunca habrá felicidad ni tristeza absolutas, solo momentos. Y el secreto es disfrutar las cosas bonitas y tratar de sacar provecho de los infortunios. Por mi parte he encontrado un refugio de la tristeza  en la literatura, en los talleres de expresión, en hacer radio con mis amigos, en la escritura, en la filosofía, yendo al psicólogo, etc. solo hay que buscar un propio refugio y dejarse ayudar, y es quizás con estas u otras palabras que quiero decir que nunca estaremos solos, que hay que abrirse y quererse más a uno mismo, y por sobre todo pensar y repetirse, si me ayudas en mis peores momentos, sin esperar nada a cambio, invirtiendo tu tiempo y afecto en mí, qué tan malo yo podría llegar a ser?”, escribió Andy, dos años después de haber iniciado esta aventura del taller de expresión.

TALLER DE EXPRESION

“Lazos en red”, la red de voluntarios para la prevención del suicidio de Concordia, renueva el dispositivo con nuevas coordinadoras: Paula Silveira, Lucía Rossatto y Valeria Benítez, quienes todos los jueves a las 18, esperarán a los chicos que deseen participar del “taller de expresión”, sobre todo aquellos que atraviesan las situaciones de vulnerabilidad emocional descriptas. Deben concurrir con autorización de los padres. El lugar es la Biblioteca “Julio Serebrinsky” de la cooperativa eléctrica de Concordia, Urquiza 721 que, con Mónica González, su Directora, se viene sumando a los proyectos de la red (consultas por mje de texto o audio al 3454-038837). Otra vez, la apuesta es dar palabras al dolor, utilizar todas las vías de expresión creativa para transformar el sufrimiento en arte, ya que “ no hay nadie que jamás haya escrito, pintado o esculpido, y modelado, construido, inventado, a no ser para salir del infierno” (Antonín Artaud).

ANEXO: DOS PALABRAS SOBRE MOFFATT:

Una gran pena me dio ver a Alfredo Moffatt pidiendo ayuda económica en las redes sociales, a sus 87 años. Que la Argentina sea un país injusto, una sociedad ingrata con aquellos que han realizado extraordinarios aportes, que el camino de la resistencia al poder conduzca muchas veces a la cruz, no matiza la indignación que produce esa imagen terriblemente inicua, dolorosa. Yo joven, en la facultad aprendía las fórmulas engoladas que explicaban el psiquismo con la sutileza de los autores franceses de moda, cuando cayó en mis manos el libro de Alfredo, “Psicoterapia del oprimido”, que me puso en crisis. Que me ayudó a comprender que esas herramientas técnicas y conceptuales no tenían sentido si no las adaptábamos a nuestra condición de país periférico. Que no hay Psicología si no es en situación. Sin un trasfondo ideológico. No integrada a un proyecto político, a una idea de país. Que no hay sujeto sin identidad, sin historia, sin vínculos, sin proyecto. Que en esta sociedad desigual hay que optar. Luego lo conocí personalmente. Le conté la influencia de su libro en mi vida profesional. Me narró  la anécdota, contada mil veces, de cuando los milicos lo interrogaron acerca del contenido de sus libros: respondió que su título era “psicoterapia del deprimido”. “Este tipo no puede hacerle mal a nadie” dijeron los brutos. Y no solo tenían razón, sino que su vida es un testimonio de ayuda a los locos, los pobres, los parias, los condenados de la tierra.

 

(*) Psicólogo. MP243

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