La ropa textil con fibras naturales de origen animal y vegetal, después de una larga historia, que comienza aproximadamente unos 9000 años a.C. en los confines de los que hoy es Turquía, Irán e Irak, cambia completamente en el siglo XIX en la forma de producción de los tejidos y la fabricación.
Esta revolución es primero técnica. La industrialización del hilado permitirá bajar el costo de la materia prima y, así, controlar la calidad. A esta revolución, se añade en 1932, una revolución tecnológica. En Estados Unidos la marca Dupont de Nemours inventa una nueva fibra llamada “sintética”: el nailon. Obtenido de un derivado del petróleo. El nailon es una fibra resistente con un costo de fabricación muy bajo, si se compara con las fibras naturales. A esta primera fibra sintética, se añadirán rápidamente otras similares, como el poliéster y el acrílico, cuyos nombres se ven con frecuencia en las etiquetas de las ropas.
La producción de las fibras sintéticas supera hoy a la de fibras naturales. En 2015 se usaron 48 millones de toneladas de poliéster frente a 26 millones de toneladas de algodón. Un fenómeno que se explica por su bajo costo de producción, la facilidad para tejerlo y una mayor resistencia de los colores. Este cambio, causado por la llegada de las fibras sintéticas, va de la mano del surgimiento de la ropa hecha en serie, que también se beneficia de los inventos técnicos y que se convierte en la norma.
La ropa hecha en serie que aparece en los años 50, tendrá en la segunda mitad del siglo XX un enorme desarrollo. Al ser más barata fabricarla, se vende más ropa, la moda se democratiza y, a partir del año 2000, la compra de ropa se multiplicó. Ahora compramos el doble de ropa que hace 20 años y la usamos la mitad del tiempo que antes. Es la llamada fast fashion. La moda, objeto de consumo, es hoy un fenómeno mundial. Hay cientos de publicidades sobre el tema que influyen en los consumidores.
Los más fervientes compradores son los británicos con casi 27 kilos de ropa por año, que equivale a 16 vaqueros o blue jeans y 40 remeras. La media, a nivel mundial, es de cinco kilos. El mayor consumidor del mundo sigue siendo, por ahora, occidente, pero los chinos, que hoy están en unos seis kilos al año, se esperan que consuman entre 10 y 16 kilos para 2030. China es hoy el primer mercado por delante de Estados Unidos y representa por sí sola el 38% del crecimiento mundial del sector desde hace diez años. La industria de la moda es, además, una industria muy concentrada y muy rentable para sus patrones, que están entre los hombres más ricos del mundo.
Para lograr tal éxito, la industria de la moda ha jugado con los costos sin cesar. Tras las innovaciones técnicas y tecnológicas, la deslocalización (trasladar el proceso productivo a regiones o países que permiten producir a menor precio) por los costos ha permitido a los gigantes de la moda aumentar sus márgenes sacando provecho de la mano de obra barata. Esta deslocalización también ha hecho que bajen los precios de la ropa en todo el mundo. La deslocalización benefició a China, que producía dos tercios de la ropa consumida en el mundo en los años 80. Con el aumento del salario mínimo en China en la década de 2000, los industriales se han movido hacia el sur y el sudeste asiático, donde el salario mínimo sigue siendo bajo, Bangladesh se ha convertido así en el segundo exportador mundial de ropa, por detrás de China. Al haber subido ligeramente el salario mínimo en esos países, las grandes marcas se orientan hacia África y, sobre todo, hacia Etiopía, que, con su salario de 26 dólares mensuales, está en lo más bajo de la escala mundial. Esta carrera por el costo mínimo no es la única razón que lleva a la industria de la moda a deslocalizarse. Los países donde instalan sus fábricas suelen tener leyes menos estrictas respecto a la protección del medio ambiente. La moda es una de las industrias más contaminantes del mundo. Así el sector emitía 1700 millones de toneladas de C02 al año según el Fondo Mundial para la Naturaleza[1], el equivalente en emisiones de C02 de todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo juntos. A esto se añade los gases de efecto invernadero de la agricultura, la ganadería para el cuero y el transporte: en 2018, el equivalente a 2100 millones de toneladas de C02.
Para respetar una limitación del calentamiento global a 1,5 grados de aquí a 2100, la moda tendrá que reducir sus emisiones a la mitad en la próxima década. Además, se debe tener en cuenta, el consumo desenfrenado del agua: el 4% del agua dulce mundial por año. La producción de un solo jean requiere unos 7500 litros de agua. Se añade la contaminación del agua al teñir y procesar los tejidos: el 20% de la contaminación mundial de las aguas industriales. Y, finalmente, una contaminación aún más dañina: la emisión de micropartículas de plástico al lavar la ropa sintética. El 35% de los microplásticos vertidos al océano procede del lavado de tejidos.
“Cada vez que se lava en la lavadora un lote de ropa hecha de poliéster, acrílico y algodón mezclado con poliéster –los tejidos sintéticos más comunes en la ropa de consumo masivo, al menos 700 mil fibras de microplásticos se liberan hasta terminar en los océanos, según un estudio de la Universidad de Plymouth.
Multiplicado eso por todas las lavadoras particulares e industriales del mundo, los resultados son escandalosos. La ONU calcula que cada año, medio millón de toneladas de microplásticos se lanzan al mar por lavar la ropa. Además, sigue la ONU, cada segundo se llevan a los vertederos o se queman el equivalente a un camión de basura lleno de productos textiles”[2].
Una industria textil que se ha globalizado, ofreciendo a algunos países nuevas actividades económicas y permitiendo a una gran mayoría vestirse a precios mínimos, pero su balance de contaminación y humano es muy negativo. ¿Qué ocurrirá en un futuro? Como en la industria alimentaria, algunos sostienen hoy la voluntad de regresar a los orígenes: recuperar hábitos más naturales con muchas marcas que ofrecen fibras ecológicas, relocalizar la producción y un mercado de reciclaje en expansión entre los jóvenes con el auge de las webs de reventa. Quizá, en el futuro las fashion-victims[3] también serán corresponsables.
No sería acertado pensar que las personas dejen de comprar ropa, tal vez habría que esperar que se desplegaran procesos sostenibles de producción y soluciones que modifiquen las dificultades y el consecuente problema de los residuos y emisiones que afectan el medio ambiente.
Finalmente, en la época que nos toca vivir, de pandemia y encierro, posiblemente dan cuenta de que la ropa, dependiendo del contexto social y el clima, no es un artículo de primera necesidad en muchos casos, cuando los placares están abarrotados de vestimentas que, quizás, nunca se usarán. Y, en esto, también se puede educar.
Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la educación
[1a] https://iqlatino.org/2019/iniciativas-para-cambiar-los-productos-de-consumo-de-la-industria-de-la-moda-la-segunda-mas-contaminante-del-mundo/
[1]WWF: World Wildlife Fund
[2] https://iqlatino.org/2019/iniciativas-para-cambiar-los-productos-de-consumo-de-la-industria-de-la-moda-la-segunda-mas-contaminante-del-mundo/ Op. Cit.
[3]Fashion-victims es una acción urbana inspirada en los acontecimientos en Blangadesh. El derrumbe del 23 de abril de 2013 de varios talleres textiles, Rana Plaza, tuvo un saldo de 1138 trabajadores que fabricaban allí ropa para 30 marcas internacionales y que pretende dar visibilidad a los verdaderos “fashion victims”: los trabajadores esclavizados, la explotación infantil y los millones de perjudicados por la contaminación que producen las fábricas. Blangadesh es uno de los países donde se ha relocalizado la producción, por los bajos costos de mano de obra y las bajas restricciones, entre otras, ante el impacto ambiental.