Por Fosforito
Para regocijo de algunos lectores, la vez que conocí el olor de la marihuana fue en uno de los dos recitales que Los Redonditos de Ricota hicieron en Concordia, en 1995, en la discoteca Costa Chaval.
-“¿Sentís? Ese es el olor al porro”, dijo uno. Fue como ver, por primera vez, a una chica de la que ignoraba podía llegar a enamorarme alguna vez y por tanto tiempo.
El segundo encuentro fue casi dos años después. Ya en otra ciudad mucho más grande. Todavía se podía tomar cerveza sentado en el descanso de la vidriera de un quiosco. Un flaco desconocido nos propuso intercambiar pitadas por unos tragos… y bueno, aquellos fueron los primeros besos y el comienzo de una relación larga como casi todas las relaciones duraderas, con períodos intensos, períodos de relativo equilibrio y ausencias prolongadas.
El primer problema eran conseguirla y luego mantener el secreto. En aquel momento el consumidor era un delincuente común de verdad y estaba estigmatizado socialmente; y más de uno se comió un garrón, con los padres o la policía, a veces, sólo porque le encontraron una tuca en el bolsillo.
La marihuana era mala palabra. Estaba muy mal vista. Y era considerada la puerta de ingreso a las drogas duras… científicamente no comprobado, pero yo puedo dar algún testimonio de eso…
Conseguir unos porros era, en el mejor de los casos, entrar a la casa del “transa”, conocer a su familia, aprenderse el nombre de los nenes y generar un vínculo de afecto y empatía. Conocí gente que arriesgaba todo, sobre todo su libertad, familias enteras metidas en esa “entradita” que les daba para vivir un poco mejor.
Si alguna vez sentí culpa por fumarme un porro fue por mucha pobre gente que conocí en el camino. Recurrir al mercado ilegal era ser otro eslabón de ese mundo sórdido donde sobran los rostros urgidos de supervivencia (Ya habrán escuchado que la necesidad tiene cara de hereje.)
Ir al mercado ilegal era también arriesgarse. Cayendo a horarios impropios a lugares donde solía haber gente con armas y la policía federal que podía caer cualquier día, en cualquier momento y cagarte la vida.
Era arriesgar a que te pudieran asaltar a la ida o a la vuelta. Y en algunas “puntas” (puntos de venta) había otras cosas como ácidos alucinógenos, hongos y la falopa jodida, la peor de todas, la cocaína. Vi amigos tentarse a cruzar otras puertas, probar y comenzar un camino del que muchos no pudieron volver más. Pero no era la marihuana la culpable en sí misma, sino que era como ir al súper y tentarse con uno de esos chocolates que ponen antes de que llegues a la caja para pagar y marcharte.
El negocio del narcotráfico es tan grande como el negocio de la lucha contra el narcotráfico. La ilegalidad es un gran negocio para los dos bandos. La droga tiene ese sobreprecio desmesurado porque es una inversión de altísimo riesgo, con muchos “peajes” y varias manos que pasan en el medio hasta llegar al consumidor final, que muchas veces ignora el submundo sórdido que hay detrás de su goce.
Por el otro lado, los Estados nacionales destinan millones en combatir una causa perdida, pero de la que muchos viven: Entre 2017 y 2019 el Estado argentino invirtió 122 millones de dólares en perseguir a usuarios de drogas y cultivadores de marihuana, según un informe realizado por RESET, una organización compuesta por abogados, psicólogos, trabajadores sociales, sociólogos, politólogos, licenciados en comunicación y estudiantes. Datos que fueron tomados por el diario El País de España para un informe especial.
El consumo de la planta siguió proliferando, a pesar de las miles de personas con causas en la Justicia Federal por un par de porros. Casi en la misma proporción hay tantos detenidos por comercialización como por tenencia o cultivo de cannabis. La mayoría pobres, la mayoría “perejiles” que sólo sirven para “hacer estadística”.
Mientras haya alguien que quiera comprar habrá quien esté dispuesto a vender.
Sin embargo, la fascinación por la planta no decreció y se fue armando una militancia para su despenalización y legalización. Hoy hay legislaciones nacionales y provinciales para su producción y consumo con fines medicinales cuyos beneficios están avalados por estudios científicos. El cannabis es un coadyuvante para el tratamiento de enfermedades como la reumatitis, problemas en la piel e incluso epilepsia infantil (conocí un niño que de 15 ataques diarios de epilepsia pasó a ninguno sólo con una gotas diarias del aceite). Incluso el Presidente recibió un pedido para que se aprobara su uso veterinario.
Se elaboran también cremas calmantes, infusiones, cosméticos, suplementos alimenticios… “al final tiene más propiedades que el aloe,” diría Ricardo a las carcajadas.
Pero el debate rezagado es acerca de los efectos psicotrópicos de la planta. Lo que en definitiva fue y es lo que la sigue haciendo atractiva: Sus efectos sobre el sistema nervioso, los cambios temporales de la percepción, el ánimo o los estados de conciencia. Lo que llaman su “uso recreativo”.
Esa es la aspiración que muchos todavía temen reconocer.
Ahora veo a padres fumar junto a sus hijos. Conocí gente insospechada -por mi prejuicio- que cultiva y consume con regularidad como quien se toma un vino por las noches o gusta de meterle el dedo al pote de dulce de leche antes de dormir.
Me he sorprendido descubriendo crecer una o dos plantas en roperos o pequeñas habitaciones de hogares donde menos me lo esperaba. Escuché a personas darme lecciones sobre la planta y desparramar conocimientos como si fueran licenciados en botánica. Que hablan de ella con amor y la cuidan como si fuera una mascota.
Empecé a escuchar palabras nuevas, nombres sorprendentes como Bubba kuhs, Hulk Berry, Moby Dick, Lemmon, AK47 y Purple algo más que no me acuerdo bien, que se refieren a distintas variedades de la planta…
A uno, que viene del prensado “paraguayo” (que olía y sabía a bosta), de la persecución, de la adulteración del producto y la marginalidad, esta nueva ola deslumbra, desconcierta y conmueve.
– Promover el autocultivo para terminar con el mercado negro, Fosforito. Ese es el propósito.
– Lo intenté, mi estimado, lo intenté, pero el gato de mi hermana se comió mi planta de Cannabis Sativa.