Por Fosforito
Se lo escuché decir a la vecina: “al mono por más que lo vistan de seda mono queda”. No sé sobre quién estaba hablando. Iba distraído entre las góndolas buscando algo que no recordaba.
Qué placer se siente al decir cosas así….
Lo sé. Porque alguna vez las he dicho. Lo reconozco, sería un hipócrita de no hacerlo.
En el instante se siente liberador. Confortante. La expresión despectiva nos pone en un podio más alto respecto de otros. Como parte de un selecto grupo supremacista. Es la explosión de un brote purulento de una semilla que se nos ha metido adentro.
Son enconos que absorbemos desde la primera infancia. De parientes, de amigos, de padres de los amigos, de maestros… Influencias que se han incorporado a uno, que pueden llegar hasta extremos agresivos. Cosas que se escuchan y repiten tantas veces que hasta se acepta que deben tener una justificación razonable: “Como caca, millones de moscas no pueden equivocarse.”
Por suerte para muchos, la vida es un viaje de cambios, de crecimiento y desconstrucción. La idea del progreso comienza a pasar también por ser una mejor persona. Tratar de no actuar ni pensar como un jodido.
Hay un vecino que se asoma a la vereda todos los días a fumar y putear el mundo que ve pasar. Y creo que lo disfruta
Putea contra las motos. Contra los que rompen las bolsas de basura en lugar de desatar con prolijidad los nudos o mirar a trasluz del nylon: “¿A ver qué mierda buscan?”, pero también putea porque se llevaron un día, así sin más, el contenedor de la esquina. Putea por el olor a fritanga que llega desde los locales de comida rápida e inunda su living. También por la proliferación de viviendas que hacen que el agua corriente no tenga presión ni para llegar a la planta baja donde vive. Putea a la vecina que le estaciona el auto bajo la sombra de “su” árbol, aunque él no maneje y no tenga auto. Putea a las ‘negras preñadas’ que van con sus hijos y se pregunta para qué tienen más, por qué el Estado no les liga las trompas a todas y se dejan de joder; tal vez así se termina un poco la pobreza, piensa; o al menos un raleo anti incendio social. Puteaba por la vacuna rusa y ahora porque todavía no lo vacunaron. Y sospecha que a su vacuna se la dieron a otro.
Pero, sobre todo, sale a la calle a putear por lo que pasa en la tele.
Demasiada información. Demasiada agresión. Demasiada confusión y barullo.
Y, por si faltara algo, la tentadora comodidad de poder echarle la culpa de todo a los demás. El falso estatus intelectual que parece otorgar desconfiar de todo y de todos.
Pensaba que, en estos días tan tensos, de recurrente incertidumbre y pesadumbre al saber que vuelve el frío, sigue el virus y continúa el encierro, lo mejor es evitar el contagio de la locura del vecino, de los desaforados con micrófono en los medios y de tantos que conectan su cloaca a las redes sociales y que se pasan todos los días fogoneando para que la cosa se pudra.
Cruzar de vereda, poner la música a un volumen que tape esos aullidos, desenchufarse de ese mecanismo de desencanto en que se van haciendo carne valores egoístas. Donde se incuba el resentimiento que lleva a la soledad, al pesimismo que nos congela y nos recluye en el desprecio por el bien común.
– Cuanto peor, mejor, Fosforito…
– …¿Mejor para quién, estimado?
A esta altura de las cosas, el que se hace el gil, o es un garca o un boludo.