Entre tantas desavenencias, contrariedades, desasosiego y presagios agoreros que aquejan a la humanidad ¿No sería oportuno pensar que la vida, para todos, algún día finaliza?
Ese final, solía presentarse con mayor o menor recurrencia en tiempos de normalidad, con algunas pausas y con las secuelas propias de la pérdida de quienes pasan como espectadores directos de la circunstancia, que invade de dolor. Ese que provoca la despedida, para siempre, de un cercano y querido.
En este presente, la persistencia que se encarga de recordar ese final, y con pocas probabilidades saludables todavía, empaña proyectos y esperanzas. Todo el tiempo está vigente, con números y estadísticas. Su presencia es permanente.
Los seres humanos, depende de la etapa de la vida, pueden evadir pensarla. En la infancia o juventud, la percepción, si la hay, es lejana. En la escuela, por ejemplo, se la sublima en tanto efemérides de pasajes a la inmortalidad, de honorables protagonistas de la historia, meritorios del recuerdo desde el día final y honrados por sucesivas generaciones, y así, hasta la eternidad…
Va pasando el tiempo y mientras transcurre la vida, con más o menos entusiasmo cada uno festeja o sufre, año a año, el camino recorrido. Se puede dar cuenta o no de ello, pero es frontera que se estrecha y tiempo que se consume ante la posibilidad más certera e infalible. Se intenta mitigar la angustia, solamente humana e individual, de saber. Cada quien lo resuelve como puede. Nadie lo hace por otro, nadie es reemplazable en ese acontecimiento.
Quizás, es tiempo de repaso en tiempos tan fatídicos y cuando NO interpela el sufrimiento ajeno.
¿Qué nos pasa con la muerte a los seres humanos? ¿la pensamos como propia?
Hablarla sería un aprendizaje con, tal vez, consecuencias más fraternas, responsables y solidarias.
Estas reflexiones se han profundizado en los últimos tiempos, en que el fin de la vida de tantos recuerda permanentemente que somos mortales. La muerte de muchos y a diario, aunque para algunos todavía son números, abruma y lleva a preguntarse si es azar o es destino.
Mientras muchos perecen, los que todavía no, resisten.
En esa resistencia ¿No habrá que tener presente, para la ocasión, la existencia de esa única posibilidad infalible?
Pensarla… ¿no podría cambiar algunas cosas?
Hace pocos días, en un medio de comunicación, se lee:
“…Cuando el presidente de Millonarios Patriotas dice que no quiere terminar colgado es porque sabe que este sistema basado en las finanzas, en la usura internacional, tendrá que explotar alguna vez…”[1]
La cita de la publicación, cuyo título provocó curiosidad, da cuenta de que hay, en unos tantos poderosos, conciencia de final y de alternativas de elegir como terminar.
Hay una notable distancia entre ignorantes y escuetas perspectivas veladas de codicia. No es ingenuo ese pensar. Tampoco es ingenua la interpretación del patriotismo enarbolado.
La barbarie que puede provocar tanta voracidad material es una amenaza latente. Mientras la riqueza, la opulencia y el destrato no tienen límites, hay una humanidad hambrienta. No es solo advertencia, sino una realidad que plantará bandera en medio de una anomia general.
El hartazgo de miseria y hambre de los pueblos es mayoría. Pues entonces la invitación es pensar cómo salir de un atolladero y elegir repartir y apaciguar. Solo es conformarse con un poco menos, orientar la brújula de la moral y esperar, con un sesgo de dignidad, el día final.
Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación.
[1] Feinmann, José Pablo. Los Millonarios Patrióticos. En Página 12. Contratapa 02-08-2020