Por Fósforito
-“¿Qué tal si no somos un alma dentro de un cuerpo? ¿Y si, por el contrario, somos un cuerpo dentro de un gran alma? “
Lo escuché en una serie que encontré de casualidad, haciendo zapping en una de esas noches desveladas: el título estaba en inglés, pero su traducción al castellano es “Llegar a ser Dios en Florida”, una comedia negra inspirada en el esquema de negocios piramidales, que aborda la idea de progreso, el emprendedurismo, la seguridad familiar, sobre personas que apuestan todo lo que tienen, que caminan por el borde del precipicio emocional, … pero como el asunto no es hablar de una serie que casi no vi, diré a grandes rasgos que se trata sobre una empresa que resulta ser un timo que arruina la vida las familias, incluso la de una mujer que se infiltra en las altas esferas de la compañía en busca de la fortuna que cree merecerse.
– ¿Seguimos en la misma línea que la semana pasado, amigo?
– Es que anduve revuelto y se me levantó eso que a uno le va quedando suspendido en el fondo
La idea que somos parte de algo mucho más grande e importante que nosotros mismos. Un manto invisible que nos abarca y nos hace partes iguales en la inmensidad. Entonces estaríamos conectados por algo más que por pertenecer a la misma especie. Y lo que toca a cada uno sería una cuestión de capricho del destino.
Nuestro cuerpo yacerá en la tierra y el ser se disolverá en un halo cósmico.
Todos lo mismo, pero sin saberlo.
La percepción de que la sociedad se debate entre dos ideas, que son básicamente las de siempre… La de sálvese quien pueda o nadie se salva solo. Con sus matices y grises, con peros y puritos, esas son las ideas originales que recorren la humanidad.
A veces nos recostamos alternadamente sobre una y otra. Y nos contradecimos en nuestro sentir, nuestro decir y nuestro hacer.
La supervivencia y la convivencia son los dos lados de la taba.
Antes de la pandemia, la suerte parecía echada
Con una mitad del mundo afuera y la otra sosteniéndose. Gente siendo parte del mundo y tanta otra sólo estando dentro de él, aferrándose para no caer. La tierra giraba con una fuerza centrífuga que mandaba a buena parte de la humanidad por la manguera del desagote.
Todavía no cambió.
La pandemia sigue por debajo de las expectativas iniciales. Y como decía el filósofo: el viejo mundo que no muere y el nuevo que no termina de nacer. Y en ese claroscuro viven los monstruos.
Pero ahora cuando el fin nos susurra al oído, nos mira fijo desde la vereda de enfrente, o nos pasa por al lado, nuestras percepciones sobre nosotros mismos, sobre el mundo, y las prioridades se ven afectadas.
Ahora cuando un pequeño e invisible enemigo nos puede mandar a la muerte o a la bancarrota en semanas, todo lo que sentimos, lo que hemos hecho y visto, queda cotejado bajo la sombra de la eternidad.
Un mundo materialista con personas que tienen más de lo que podrían gastar en varias vidas y ¿para qué?
La parca no sabe de perros guardianes, ni de cuentas, ni abogados. Se les meterá en la cama como una amante cruel e inesperada para llevarse el último aliento de vida.
Se anuncian próximas pestes que provocaran otras crisis y tragedias, que derivaran en aumentos de la desigualdad, en más hambre, en revueltas y estallidos. Los poderosos intentaran mantener sus posiciones y posesiones. Las restricciones nunca se irán del todo. La normalidad no será lo que fue nunca más.
El congestionado planeta tierra seguirá estornudando para sacarse esa alergia llamada humanidad.
Y nosotros todavía tercos para entender que nadie se salva solo
Y que nadie sale vivo de aquí.