El sueño de la juventud eterna

En el espectro de la oferta en la programación, existen opciones en la famosa y popular TV. Es una pantalla inerte, pero que al encenderse destellan situaciones que van desde el desatino a la sensatez.  En el medio, se mezclan groserías, burlas, nimiedades, contrasentidos, imprudencias e ignominias.

 El evitar pensar la incertidumbre, un estado que condiciona lo cotidiano, en la búsqueda de recreo, todo es válido. Nada se subestima.

Si se opta por el “mundo del espectáculo”, en un intento de evitar noticias y estadísticas que se encargan de recordar y machacar sobre la contingencia actual, dedicarse a mirar lo que entretiene, que puede incluir “la vida de otros”, ventiladas en programas sostenidos con un evidente bajo presupuesto, sirven para no pensar demasiado en la propia. En estas circunstancias todo es viable, si de pasar un rato, sin penas, se trata.

Son esos programas en que se avientan supuestas vidas privadas de variopintos personajes, algunas vociferadas a modo de relato u otras contadas a través de la propia voz de los protagonistas. Las historias sorprenden. Hay que reconocer que son creativos y hasta pueden llegar a ser, lamentablemente, creíbles.    

Quizás, la perspectiva de este análisis tiene mucho de pueblerina. Es solo una observación silente, pero cargada de una capacidad de asombro extraordinaria. Hay conciencia de ese rol. La percepción es sesgada y sabe que todo es solo cuestión de gustos y pareceres.

En las imágenes de ese mundo, además de escuchar vidas privadas, se ven cuerpos y caras variadas y se perciben intenciones de disimular el paso del tiempo.  

La vista no resiste enfocarse en los cuerpos. Imágenes corporales que se oponen a los años, a pesar de lo evidente.   

Se exhiben cuerpos bellos y torneados, coincidentes con valores estéticos de estos tiempos, pero también muchos otros, flojos, blandos y apretados. Poco hermosos. Unos tantos desgraciados y mucho menos agraciados, grotescos y adornados. Rostros con labios engrosados, pómulos resaltados, sonrisas talladas y expresiones casi momificadas. Un cúmulo de ancianidades que se aparecen nostálgicas de juventud.  Rostros que no coinciden con cuerpos y cuerpos que no coinciden con rostros. Las intervenciones técnicas en ellos, devuelven una imagen inaprensible.

Además de asombro, se admira la valentía en la exposición y la capacidad voraz de los exabruptos de los victimarios cuyo propósito es entretener, pero que fastidian de inmediato.

 Las víctimas que dan la anuencia son “viejos” o adultos mayores con aspiraciones imberbes. Es perceptible el largo recorrido por la vida. Las marcas del tiempo, a pesar del esfuerzo y sufrimiento, se revelan indelebles.   

¿Cómo no dar cuenta que la lucha contra el tiempo biológico es en vano?

El esfuerzo para comprender este fenómeno en la adultez mayor, que se aferra a la quimérica juventud, y que la infalible vejez niega una y otra vez, es parte de una extrañeza inspiradora.  

La TV, siempre fue y sigue siendo un espacio educador en la categoría de lo informal.  Es como un gran laboratorio. Es un terreno propicio para diseñar subjetividades. En ella se construyen formas de ser, excéntricas y megalómanas.

Los espacios dedicados al mundo del espectáculo son interesantes para la reflexión y adecuados escenarios para el pasatiempo estridente. Una estridencia que estalla en los ojos y en las mentes de los televidentes.

Dicen, los que se dedican a la investigación que, a los jóvenes, los reales, ya no los seduce la televisión. Quizás habría que preguntarles por qué las preferencias se han modificado y eligen entretenerse a través de otras vías.

Se puede arriesgar que es una opción saludable antes que el sometimiento al absurdo de un espectáculo alimentado y consumido por adultos que, aunque sueñen con la eterna juventud, se les escurre la vida y, en el mientras tanto, actúan la inercia, el vacío, la necedad, la tontería, la torpeza y la estupidez, con un efecto que se imbrica en una burbuja que aparta de la realidad concreta. Un riesgo que confunde socialmente en momentos que, nunca tanto como ahora, se debe estar atento frente a la ignorancia, tan conveniente para pocos y tan perjudicial para muchos.   

 

Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación.

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