El otro yo

Por Fosforito

Abre los ojos. Transcurren unos segundos hasta que la nube de los sueños se disipa y los pensamientos de la vigilia vuelven a ocupar el lugar. Mira los primeros rayos de luz que se filtran entre las hendijas de la persiana de madera. Mira el techo, respira profundo y siente la proximidad cálida de su amor.

Cierra los ojos, mete aire en los pulmones, y recita callado una oración de gracias a su dios, alguna clase de dios o lo que sea en que crea. Sólo porque está vivo, en su casa, y todos parecen dormir plácidamente.

La gata baja a saludar como todas las mañanas. Sus ligeros pasos se escuchan por la escalera. Refriega su lomo por sus pies y pantorrillas. Y maúlla alrededor de su platito de comida, quiere que se lo sacuda, que haga ruido como si lo volviera a llenar. Es casi un rito y la única vez que el felino le dará atención en todo el día.

El perro mueve la cola y camina en círculos, esperando su saludo de buenos días. El sí viene hasta cuando no es llamado, en busca de afecto y aprobación.

El sonido de la pava, el canto de los pájaros, los resabios del aroma al sahumerio de mirra que prendieron la noche anterior…

Hay silencios que parecen un paraíso.

Se pasa sentado 8 horas diarias en la computadora y, a pesar de eso, le parece emocionante. Siente una adrenalina muy especial cuando aprieta la tecla “Aceptar”. Cuando las palabras van llenando la pantalla en blanco. Parece feliz, pero tener la cabeza todo el día en las noticias no deja de ser una tarea insana. Hay que tratar de entender un poco de todo y caminar sobre un muro de ladrillos del 12.

Duda, cuestiona, busca certezas. Quiere ordenar su caos mientras se pone a barrer o juntar las colillas tiradas en el patio.

Cuando está empachado de la realidad se refugia en mi, en busca de consuelo y desahogo que no siempre encuentra.

Se está convirtiendo en un lastre cuando quiero meterme en aguas profundas. Sus vacilaciones me regresan como olas hacia la orilla.

A veces se cree que yo y convivimos en conflicto por quién de los dos prevalece.

 

-¿Sigo hablando con usted, Fosforito?

-Sí, no se preocupe. Mi huésped tiene prohibido venir por acá

 

Es una época en que todos estamos de alguna manera en conflicto interno. Lo de afuera afecta lo de adentro. No soy psicólogo, pero supongo que casi nadie escapa.

Es tiempo que se desmorona, tiempo de caos y creación.

Miren al equipo de enfrente. Ellos que no se entorpecían mucho. Que marchaban formaditos por un sendero definido. Ahora hay unos cuantos enloquecidos y otros que les chistan como lechuzas. Que les hacen ese gesto con la mano, ese movimiento rápido de arriba hacia abajo como pidiendo que disminuyan la velocidad.

Resulta que el sector más fundamentalista-los brutos y brutales- están llevando la discusión a un tiempo arcaico e inquietante. A un plano de sordera ciega e irracional; movilizados por consignas delirantes que repiten como autómatas parlantes. Salen a defender la idea de matar, hacer justicia por mano propia, maltratan las palabras y todo da igual: a cualquiera facho, a cualquiera asesino, a cualquiera corrupto, a cualquiera vendido, a cualquiera ladrón, a cualquiera marche preso, a cualquiera festejarle por ajusticiar al caído o tirar al fugitivo, a cualquiera que lo torturen, a cualquiera el escrache, a cualquiera el mal por lo que sea que haga, a cualquiera comunista, a cualquiera todo vale.

Son muy incómodos –cachivaches y hasta repulsivos- incluso para los que están del mismo lado de la percepción de la vida.

El metejón anti populista levantó al vuelo a una manga de langostas que no distinguen la hoja del cartón, la sensatez de la locura, el bien común del suicidio en masa, con un apetito voraz por la frustración y las mentiras, los temores infundados y el corazón partido en odios.

Ahora muchos de ellos se empiezan a horrorizar del lado B fiero que dejaron crecer como un cañaveral indómito y los aparta de la luz. Un ejército de alienados que se desgañita en griteríos justicieros y libertarios. Bebedores de lavandina que dejan expuesto a flor de piel lo peor, que son un lastre ideológico impresentable, que los deja afuera de la cancha y gritando barbaridades desde la tribuna.

Mientras de un lado de la división se carajean para marcar el rumbo, del otro lado se debaten entre incendiar el barco o tirar el lastre de canallas al mar.

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