Desde que se decretó el aislamiento social y preventivo por el COVID, los argentinos tenemos que presentar un permiso de circulación en los puestos camineros de la ruta y el detalle del lugar de procedencia en el acceso a cada localidad, además por supuesto del control de fiebre. Pero la situación de los camioneros se recrudece por el constante ingreso y egreso a las diferentes provincias, la manipulación de mercadería, el contacto con terceros y las paradas en estaciones de servicios y comedores, lo que hace imposible sostenerles un seguimiento sanitario. En consecuencia, y así como sucedía antes con quienes regresaban del exterior, hoy los camioneros están en el ojo de la tormenta y son el foco de atención (y repudio) de controladores y ciudadanos.
Apenas más tranquilo y “con el cuerpo aún dolorido por los nervios y la tensión”, Sergio relató lo vivido en el ingreso a la localidad correntina de Paso de Libres, cuando cumplía su jornada laboral: “Después de pasar los dos primeros puestos, en donde me tomaron la fiebre e hicieron completar los papeles de siempre, llego al último y ahí empezaron los problemas: un policía me pide la autorización, ve que tengo 35.8 de temperatura y lee la declaración jurada, se va y vuelve con un inspector municipal que me pregunta si había estado en Concordia y Chajarí, cuando le digo que sí y que eso estaba escrito, tiró los papeles al piso y empezó a gritar ‘este tiene la peste’. Enseguida comenzó a echar aerosol por el aire y encima mio mientras me insultaban. Me quise bajar del camión pero no me dejaron, me obligaron a quedar encerrado con los vidrios altos y estuvieron así como una hora. Después me dejaron como a 100 mts del control y cada vez que pasaban por al lado me insultaban y tiraban el aerosol”.
Todavía con la voz entrecortada, Sergio siguió su relato: “Tenía tanta impotencia y estaba tan irritado que de la bronca me puse a llorar. Me quise bajar del camión para ir al puesto, pelear y putear, pero una policía que estaba ahí me calmó y también llorando me pidió disculpas por sus compañeros. Pensé en mis hijos y que si hacía algo me iban a llevar preso, secuestrar el camión y labrar un acta, por lo que no iba a poder seguir trabajando. Estaba tan tensionado que me dolía el cuerpo. Mientras tanto, ellos hablaban unos con otros, me miraban, hacían burlas, gestos e insultos. Estaba tan nervioso que no podía siquiera marcar el teléfono a los dueños de la mercadería para explicar que no me habían dejado entrar. Nunca me trataron tan despectivamente”, recordó.
Finalmente, Sergio logró salir de allí alrededor de las 21 y continuó en la ruta hasta que pudo parar en un lugar, calmarse y limpiarse la sangre que le salía de la nariz, “me sangró de la locura que tenía”, bromeó. Después siguió viaje hasta la localidad de San Francisco, Córdoba y llegó a su casa. Allí reflexionó: “Nosotros trabajamos de esto y somos quienes llevamos y traemos todo lo que la gente tiene en su casa. Aunque hubiera tenido fiebre, aunque hubiera estado contagiado, creo que esa no es la manera de tratar a nadie. Son ignorantes, no saben cómo actuar y entonces te insultan. Pero espero que esto no le pase a nadie más y menos a un compañero. Amo esta profesión y le pongo el pecho todos los días a este trabajo aún con los riesgos que implica y que te puedo asegurar, son muchos más que el coronavirus”, concluyó.