“Lo que es de todos es de nadie” es una frase que resuena en mi cabeza cada vez que veo bancos rotos en una plaza o hamacas descolgadas en un parque. Cuando veo un lavatorio partido o el mingitorio tapado de chicles en un baño de uso público. Cuando esquivo vidrios en una playa del lago o pañales cagados y forros usados en el liquidámbar. Cuando prenden fuego los tachos de basuras o el techo de un vestuario en la costanera. Cuando arrancan la botonera de un ascensor del hospital. Cuando disimuladamente tiras tus papelitos por la ventanilla del auto…
“Lo que es de todos es de nadie”… Una idea que genera sentimientos encontrados. Que en ocasiones suena a lamentable verdad, pero también a latiguillo de amantes de la renta, el lucro y lo privativo. Un frase para arremeter en contra de las propiedades y algunas administraciones del Estado; para ir contra lo libre, lo público y gratuito. Es un “no nos merecemos nada porque nada valoramos”; es un “sólo pagando sabrás lo que cuesta”.
Lo público y gratuito es una manera de hacer algo de justicia social. Para que todos tengamos acceso a cosas por las que siempre estamos pagando con nuestros impuestos. Porque todos pagamos -incluso los habitantes más postergados- cuando compramos medio kilo de yerba o un kilo de pan, echamos nafta o compramos una herradura y clavos para el caballo que tira del carro. Nadie escapa de pagar, ni el más rico ni el más tirado. Los impuestos son infalibles e insensibles, en particular, para los que gastan lo poco que tienen en productos básicos.
El posible cerramiento del Parque San Carlos fue puesto -¿confusamente?- en la agenda de la discusión social después del enésimo acto vandálico en un lugar dónde el vandalismo y el abandono han sido parte de la historia (Alguien sabrá mejor el cuento sobre el ocaso del caserón en ruinas: Los robos y el incendio de los años 30 lo convirtieron en sólo muros de piedra.)
En principio –dicen los autorizados- no habría nada en concreto, sólo pareceres y posturas de distintas gentes… Pero -como sabemos- el principio es la mitad de todo…
El vandalismo puede jugar a varias puntas y cuando juega para el lado de “lo que es de todos es de nadie” puede ser usado como argumento para avanzar con el objetivo de imponer intereses privados y lucrativos –A veces el boicot se puede disfrazar de irracional vandalismo.
Ahora que parece que el Parque San Carlos se apronta a convertirse en un buen negocio…
- No seamos paranoicos, Fósforito
- ¿Yo? Noooo, para nada. ¿Por qué lo decís?
El vandalismo puede ser un grito antisistema. Una proclama anticultural. Pero es, ante todo, un acto antisocial. El Vandalismo habla de un disgusto contra la sociedad. La agresión contra lo público es una agresión contra toda la ciudadanía. A veces esto ocurre con el objetivo de expresar una queja hacia la sociedad con la intención de transmitir la insatisfacción que se siente. Descontento por la ciudad en la que viven, por las leyes o reglamentos que se intentan implantar. Un acto fuera de las normas sociales de parte de quienes no se sienten incluidos.
Así estamos “concordianos”. Nuestra indolencia e indiferencia junto al “estigma” de ser la ciudad más pobre entre las pobres, una de las más desiguales entre las desiguales, nos conduce por estos caminos del desencanto.
Lo más fácil y rápido es cerrar (nos) con rejas cada vez más altas, poner alarmas, pateadores, cámaras vigías y drones, un perro en el patio y un policía en la esquina. Hacer de la ciudad la casa de Gran Hermano puede resultar menos incómodo que preguntarse y cuestionarse por la sociedad que construimos día tras día que genera personas llenas de violencia, resentimiento y desamor por su lugar en el mundo…
“– ¿Qué hiciste, chico psicótico?
– Quería destrozar algo hermoso.”
