Los apáticos indignados

El ser humano evoluciona pero hay cosas que al parecer se mantienen. Las cosas intrínsecas a todas las cosas. Las personas no cambian, las personas se controlan o autocontrolan: Siempre estarás vos detrás de la máscara, bajo los tatuajes. Siempre serás ese niño temeroso y enojado con el mundo detrás de la sonrisa amable. Un chico inseguro debajo del rímel y el rubor. Siempre seremos niños jugando, sólo que en la adultez nuestros divertimentos serán un poco más complicados, caros y sofisticados.

Hay cosas de la vida que tampoco cambian demasiado; entonces la esclavitud se convirtió en salario; al feudalismo se lo conoce como poder financiero multinacional; el afán por confirmar los prejuicios es llamado posverdad; prometer mentiras se dice "pusimos metas demasiado optimistas", la apatía que sacudimos votando cada dos o cuatro años le decimos democracia; consumir, comprar, gastar le solemos llamar "nuestra libertad para elegir"

 Así que nos dicen que el tiempo es hoy, que la vida es ahora y que hay que aprender a ser desprendido, a soltar el billete sobre todo.

Seguramente todo sea un poco verdad, pero quienes te lo dicen no viven como si fueran a morir mañana (¿Cómo será que se vive cuando uno sabe que puede morir mañana? Supongamos que es lo que dice el banco: Ensartate y date el gusto porque la vida es hoy). Esa gente compra seguros de vida, paga su parcela en el cementerio, invierte a futuro, ahorra, proyecta negocios, tiene una rutina, ordena sus papeles? algunos, incluso, trabajan para construir poder.

Nos meten el dedo en la llaga de nuestra finitud, pero ya no nos consuelan con la vida eterna, a cambio nos ofrecen darle una patada en el culo a la muerte comprando un calefón en cuotas o viajando por el mundo con las millas acumuladas en la tarjeta de combustible.

Ya no es la religión, ya no es la televisión, es el consumismo sin ton ni son el opio de los pueblos. El mensaje final es no te fastidies, no te comprometas demasiado, no te preocupes. La vida pasa volando. Gastala toda. Después vemos.

Cambiamos las sombras de la caverna por luces multicolores porque al fin y al cabo la libertad es también un estado mental, una sensación, una ilusión.

Y creemos que somos libres porque podemos elegir entre una segunda y una tercera marca de yogurt. Porque podemos hacer zapping entre 140 canales en la tele y armar nuestra propia playlist de canciones. Porque podemos elegir qué queremos que diga nuestra remera. Porque hay sexualidades y religiones a la carta. Porque la droga la retiramos a domicilio o viene con delivery. Porque podemos poner likes en las publicaciones que gustan y bloquear las que no.

Las decisiones que determinan nuestra vida -a vida de todos- se toman detrás del escritorio de algún funcionario, en la oficina de un CEO de una multinacional, en las mesas de negocios de grupos inversores, en las "Brainstorm" de inescrupulosos publicistas, en las redacciones de los escribas del poder, en los despachos de ciertas embajadas o en las habitaciones de hoteles alta gama como el "Four Seasons".

Dicen que lo dijo Néstor  -no lo pude certificar- que el 5 por ciento toma las decisiones, el 20 por ciento se encarga de ejecutarlas y el resto no sabe muy bien de qué se trata. 

El gran público baila la música que unos pocos ponen y degusta diferentes platos todos ellos con el mismo sabor a pollo –

"La verdad está ahí afuera, detective Mulder"

Pero, ¿quién tiene tiempo para la verdad? La verdad requiere trabajo y trajinar. Requiere lecturas, experiencias y compromiso. Requiere valor y sacrificio. En cambio, la apatía y la inacción no exigen nada; y así nos quedamos tiernos, zonzos, tibios y perezosos, saliendo a comprar, subiendo fotitos a Instagram, escribiendo porquerías para seguir taponando las literas de los comentarios de lectores y creyéndonos unos copados que estamos más allá del bien y del mal, esperando que algo o alguien venga ? -o vuelva- a cambiar el mundo por nosotros.

-¡Que alguien haga algo, por favor!

Es el grito de los apáticos indignados.

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