Presentación en Santa Fe del libro: Historias y recuerdos de una Madre de Plaza de Mayo

“A los compañeros los desaparecieron por estar en contra de los beneficios burgueses. Las Madres nos unimos con la alegría que ellos tenían. Nos formamos y enfrentamos la dictadura más sangrienta. Las Madres entendimos la lucha de nuestros hijos y socializamos la maternidad. Transmitimos sus sueños a las generaciones jóvenes”.

El aplauso fue cerrado. “Liberen a #MilagroSala”, fueron sus últimas palabras. (Robado a Gisela Romero, compiladora de “No son solo memoria. Historias de detenidos-desaparecidos de Concordia).

Queca entra a la sala en su silla de ruedas y se la ve frágil, chiquita y querible, terriblemente querible. Hasta el día de hoy, a pesar de haberla conocido de toda la vida, confieso que la veo y me emociono hasta tal punto que no me atrevo a hablarla por miedo a quebrarme, tal es el montón de sentimientos que se me agolpan: amor, dolor, admiración, y la increíble certeza de intuir –apenas- ese dolor sin nombre y sin descanso que ella convirtió en lucha inclaudicable. Y me niego de plano a hacerla sentirse mal, por eso me quedo cerca, mirándola con amor y admiración, como cuidándola, a mi manera.

De repente, la sala estalla en un solo aplauso, largo, interminable, y miles de voces la abrazan con un canto de amor “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”. Fueron minutos largos, muy largos. Y no fue una sola vez, fueron varias.

Hoy, 30 de abril de 2017, se conmemoran los 40 años del comienzo de su lucha. En Argentina las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;, vislumbró el fallecido escritor Eduardo Galeano en Utopías;. Creo que esas palabras definen todo.

 

El libro Historias y Recuerdos de una Madre de Plaza de Mayo. Celina “Queca” Zeigner de Kofman

Una construcción familiar, todos unidos alrededor de Jorge Kofman, desaparecido, siempre buscado, nunca olvidado, eternamente amado: Queca escribió en forma manuscrita sus recuerdos, Julia Gaitán, compañera inseparable de su otro hijo Hugo Kofman (ambos siempre junto a Queca, incondicionales en el acompañamiento de su lucha), colaboró “en su tarea primordial de corrección, armado, presentación de fotos, y ordenamiento tan prolijo de las actividades que motivaron este libro” (palabras de agradecimiento de Queca, al comienzo del libro), María José Lombardo, la compañera de uno de sus nietos, fue quien se ocupó de corregir y ordenar sus memorias de lucha para ser impresas.

Y la hija de María José fue quien dibujó a la Queca, dibujo que ilustra la tapa del libro. Un círculo de amor inquebrantable, no creo haber visto algo tan hermoso como toda esa familia junta en la primera fila de la sala. Y el cierre, por parte de El Fuego de la Semilla, el grupo musical integrado por otro de sus nietos, Marco, quienes le pusieron música a un poema de Jorge.

Ese frente familiar unido, todos uno solo apoyándola, son un símbolo de lo que puede el amor. No nos han vencido, nunca nos vencerán, el amor vence al odio. SIEMPRE.

En el año 1975, Celina “Queca” Zeigner de Kofman, transcurría sus días en la ciudad de Concordia, Entre Ríos, entre su trabajo de directora de escuela, los quehaceres hogareños y la cotidianeidad familiar y social.

Ese mismo año, su vida daría un vuelco con la desaparición de Jorge, el menor de sus tres hijos. Su secuestro la llevó a recorrer cárceles, cuarteles y juzgados. A visitar iglesias y despachos políticos en busca de ayuda. A encontrarse con compañeros y compañeras que compartían similares situaciones. A convertirse en una de nuestras queridas Madres de Plaza de Mayo.

Hoy nos regala parte de sus recuerdos de militancia. Haciendo un gran esfuerzo, dados sus más de 90 años, nos cuenta de sus comienzos, los viajes y caminos recorridos y los cariños enhebrados durante los mismos.

Historias de construcción, de transformación de la tristeza en lucha, y de la rabia en alegría.

(Texto del libro).

“…En segundo viaje que hicimos a Tucumán con mi esposo, el Dr. Pisarello nos mandó a Famaillá. A un bar a una cuadra de la Escuela de Famaillá, con una carta especial para el dueño del bar, cuyo nombre no recuerdo. Él salió corriendo hacia la escuelita de Famaillá, entró muy cómodamente ahí, para luego venir a preguntarnos (seguramente por el apellido), si éramos judíos. Entonces yo cuando él me dijo así, salí corriendo con desesperación. Era un momento terrible.

Dije: “Mi hijo está ahí”. Esa intuición de madre. Yo no andaba bien de salud, pero salí corriendo hacia la escuelita. Me detuvieron y me encañonaron. Les lloré tanto, les dije: “Déjenme llegar al alambrado” que rodeaba la casa. Llegué hasta el alambrado, de unos dos metros de altura, y grité con toda la fuerza de mi corazón el nombre de Jorge. Nunca sabré si lo oyó o no”…

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