Morir por el solo hecho de ser mujer

La “distancia” vincular con las mujeres entrerriana que hoy nos faltan, y de su entorno comunitario afectivo, nos arroja a la “inutilidad” de quienes solo pueden intentar, esbozar una opinión, con la utópica idea de caminar hacia lo profundo de una problemática cruel.

Querría comenzar con un “prejuicio” y lo expresaré de la siguiente manera:

Las mujeres están desigualadas, por ser mujeres, pues sufren cadenas de vulnerabilizaciones por ser: mujeres, pobres, aborígenes, negras, de religiones no hegemónicas, niñas, discapacitadas etc.; hay mujeres que sus atravesamientos las segregan, excluyen, discriminan más que otras, pero comparten una condición transversal a todas y “peligrosa” frente a una sociedad falo céntrica: SER MUJER.

Dicho esto, se me ocurre un primer interrogante, que contendría el conjunto de respuestas, respecto a las violencias de género, que se realizan tanto la institución del estado, los medios de comunicación y la sociedad civil toda.

¿Qué hacer con la víctima de violencias de género y con el victimario?

Se encuentra un espectro que péndula desde la banalización, la estigmatización y el fascismo, con propuestas de “hacerla cortita, y mandarles bala a los tipos”, “que esto se da en las clases populares” o el trato mediático en clave de espectáculo, con violines incluidos, y poses lacrimógenas de quienes no sufren las formas más extremas del machismo.

Por otro lado: el pedido fundado de que las instituciones encargadas, de dar protección y acompañamiento psicológico, físico y simbólico, funcionen efectivamente, centrado en un paradigma medico/legal. Aquí encontramos a los optimistas, que suponen que, si “todos” hacen su parte, la suma de esos factores daría el resultado saludable de detener el “flagelo de la violencia”.

Por otro lado, los que creen que hay desidia estatal, y que la justicia no funciona, que faltan los recursos para garantizar los derechos de las mujeres. Verdades relativas, todas ellas, si intentamos darnos otros interrogantes:

¿Qué tipo de sociedad existencial nos contiene, y qué subjetividades se intentan “producir” que instalan estos patrones estereotipados, de “hombre moderno” macho, como universal de toda corporalidad? Si la violencia se aprende, ¿qué pedagogía de la agresión y la violencia, rige toda dinámica cotidiana, familiar, mediática, institucional, instituyente y del orden del azar?

Pensar el feminicidio es pensar, en otra lógica, de la estigmatización que opera cuando se la aísla, en una tipificación de homicidios, “drama pasional”, “brote de locura”, etc, dando lugar a procesos entre otros de “patologización del femicida”.

Pensar el feminicidio implica, dar contexto social a la muerte de una mujer, interpretar un acto cobarde como este, en la trama y red de relaciones, con el saber y procesos de enseñanzas de la “civilidad”, y de Poder, con el que se sostiene un tipo de sociedad capitalista, patriarcal y en estadío neoliberal. Pensar en términos de femicidio obliga a interpelar, a todo un conjunto sociocultural, sobre los sistemas de valores que se promueven, en el que se fortalece, confirma, estimula, invisibilizan y naturalizan las desigualdades de género, étnicas, religiosas, socioeconómicas y de grupo social.

Pensar en términos de feminicidio insta a encontrar las linealidades en una complejidad como la violencia contra la mujer, que teje los micro machismos, sutiles e imperceptibles, pero no menos efectivos para el sometimiento, con la forma extrema de violencias contra la mujer como es la muerte.

Parafraseando libremente, la antropóloga Lagarde nos dice al respecto: “el feminicidio comprende el delito de lesa humanidad” es un genocidio contra las mujeres. Siguiendo este razonamiento, la muerte de una mujer es más que un “hecho aberrante” ejecutado por un “psicópata”. Es la muerte por causas de la organización, en todas sus dimensiones, de una sociedad que desiguala y naturaliza esas desigualdades.

Luego las instituciones de esa misma sociedad proponen procesos de flagelizacion de una problemática, generando anticuerpos, o respuestas a este problema, que están lejos de interrumpir la matriz desigualadora, muy por el contrario, todo abordaje en este nivel tiene efectos farmacéuticos, efectos quiméricos, con ello no se quiere menospreciar la tarea de miles de personas, que cotidianamente ponen su cuerpo y subjetividades para atenuar el dolor de mujeres y familias sufrientes.

Nominar la muerte de las mujeres como feminicidios, hace estallar el velo hipócrita de la técnica de poder, que fragmenta y aísla tipificando sesgadamente, paralizando los efectos de transformación que puede producir la toma de conciencia, de que la muerte es producto de lo que se proyecta, como lo que somos, debemos ser, anhelamos y deseamos.

En términos bien concreto esta opinión, intenta ir al hueso de la cuestión, y por ello, tiene la falla práctica de quien en este instante no está sufriendo en su cuerpo la crueldad del machismo, misógino, patriarcal.

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