El obstinado frío altera la política y la vida diaria de más de la mitad de EE.UU.

Convertidas en una delicia para los más chicos y una pesadilla para buena parte de los que ya no lo son, estas tres semanas inolvidables alteraron la vida cotidiana de cerca de 180 millones de personas. O, dicho de otro modo, más de la mitad de la población de 300 millones con que cuenta el país.

De un modo impensado, el tiempo difícil hizo, posiblemente, uno de los mayores favores al presidente Barack Obama con una de sus obsesiones políticas más indigestas para buena parte de la población: su permanente amenaza con los estragos del "cambio climático".

Nutrido en una cortina de nieve, el debate quedó instalado, con la incómoda sensación de que lo que generalmente se ve como una amenaza distante podría estar convirtiéndose en una fuerza no tan lejana.

"Nada como un frío paralizador para empezar a hablar de ese asunto hasta en la cocina de casa", ironizó Christopher Mooney, experto en calentamiento global y autor de varios libros en la materia.

La Casa Blanca aprovechó la ocasión para hacer un poco de caldo. "No permitan que nadie les desmienta que la ola polar que estamos viviendo significa que el calentamiento global no existe. Que el frío intenso desmiente que el planeta se esté calentando", aseguró John Holdren, el asesor en Ciencia y Tecnología del presidente. El video, elaborado meses atrás y rescatado de nuevo ahora, apunta a que, por extremo que sea, ningún episodio meteorológico puede por sí mismo probar o desmentir el cambio climático.

Pero lo que Holdren sí arriesga, en cambio, es que rachas de frío intenso como éstas, capaces de dar vuelta medio país, "serán una tendencia frecuente" mientras "el calentamiento global siga existiendo".

Por supuesto, media comunidad científica se puso en contra en la discusión, calentada, de paso, con la verba política de dirigentes republicanos que, en su mayoría, creen que el calentamiento global es una "gran excusa para sacar dinero a los contribuyentes".

MENOS CRÍMENES

Lo cierto es que ola penetró como pocas veces la vida cotidiana. Hasta Barack Obama, curtido en el frío hiriente de los inviernos en Chicago, tuvo que guardarse el sarcasmo contra la "flojera" de los residentes de Washington, famosos por estar más dispuestos que ningún otro a cerrar todo apenas caen dos copos.

Esta vez, con 30 grados bajo cero, las escuelas de la estoica Chicago cerraron sus puertas y pidieron a la población que se quedara en casa.

Lo mismo ocurrió en Nueva York, donde el frío llevó a un récord insólito: bajó el índice de criminalidad porque los ladrones y criminales también optaron por cuidarse el pecho. Hubo prevenciones para todos los gustos, como la que recomendó "no dejar a las mascotas fuera de casa porque pueden morir congeladas".

Las cadenas de televisión aportaron lo suyo. El drama meteorológico se canalizó aquí con la repetición -una y otra vez- de The Day After Tomorrow (El día de mañana). Con la tensión puesta en un abrupto congelamiento del planeta, el argumento explota desde la ficción las prevenciones del cambio climático.

"Lo más celebrado de esta película fueron sus efectos especiales. De haberla filmado en estos días, los productores se hubiesen ahorrado unos cuantos millones", fue la broma. Pero el sarcasmo no exageraba: muchos de los costosos escenarios que hubo que filmar para rodarla, con ciudades cubiertas por la nieve, estos días fueron de lo más reales.

Lejos de la sofisticación académica, de la disputa política entre demócratas y republicanos o de la charla familiar impulsada por el aislamiento obligado ante la ola polar, el cambio climático empieza a ser un miedo más real para poblaciones de esquimales que, por el derretimiento del Ártico, pronto tendrán que dejar sus aldeas.

"La capa de hielo sobre la que habitamos se está angostando demasiado y ya es peligroso estar aquí", advirtió, por caso, Millie Hawley, presidenta de la aldea de Kivalina, en la costa de Alaska. Temerosos de ser devorados por una ola de mar helado, sus 400 habitantes están pensando en partir. Pero no es fácil. Al igual que los referentes de otras aldeas de la zona, están pidiendo ayuda al gobierno para relocalizarse. "El calentamiento global nos está trayendo demasiados problemas. Nos gustaría pensar que podemos vivir sin miedo, pero ya no es así", dicen, mientras piensan cómo hacer para mudar la escuela, la biblioteca y las casas donde viven.

La cuestión generó que, por primera vez, la Casa Blanca esté pensando en un programa para reubicar esas aldeas, con poblaciones que viven de la industria ballenera. Los republicanos, sin embargo, se oponen, convencidos de que es otro plan para subir el gasto.

"Nos oponemos a que se use a las poblaciones esquimales en beneficio de una agenda partidista", dijo la senadora republicana por Alaska, Lisa Murkowski..

 

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