Este domingo, compartía con los lectores la historia de un pibe de nuestra ciudad, al que muchos conocen sólo por sus hechos delictivos. Planteaba en esa nota, que este muchacho, como muchos otros, fue ladrón, pero pudo haber sido un destacado atleta. En esa nota, sostenía que fue en gran medida el contexto social, el que hizo de ese pibe un “delincuente”. Ese contexto que se da dentro y fuera de su hogar paterno, un contexto que nos incluye a todos y del que somos parte.
Este punto de vista, subjetivo (como lo son todos), parte de entender el comportamiento de las personas, como resultado de un proceso que no comienza en el momento que se deciden o ejecutan las acciones o elecciones, sino que empieza mucho antes, cuando ese sujeto está configurando su bagaje cultural; ese mapa ideológico, moral, intelectual, emocional, etc, desde el que mide y sopesa sus decisiones.
Ese marco, existe en todos los individuos, conciente o inconcientemente, todos lo tenemos. Y cuando ese bagaje se extiende como conocimientos generales de un colectivo, que puede ser una nación o un pueblo, se lo denomina sentido común. Ese sentido común no implica necesariamente buen sentido, o sano juicio. Sólo implica que es un sentido compartido por un gran número de personas.
Quienes son concientes, tienen la capacidad y la oportunidad de analizarlo, evaluarlo y hasta modificarlo; reflexionar sobre la justicia o no de esos conceptos. Uno puede (y debe) “parar la maquina” un día y reconocer su bagaje culturar, y por ejemplo plantease; ¿Cuál es mi marco ideológico? ¿Con que ideal o con que expectativas es que juzgo lo que veo?
Uno puede por ejemplo, decir: “Pues bien, me he dado cuenta que desde que tengo memoria, he sido homofóbico; lo he advertido, porque me molestan mucho las personas homosexuales, bisexuales, transexuales, etc”. Y entonces, reflexionar sobre ello: Ese malestar que me generan los homosexuales ¿a que se debe? ¿Qué es lo que me molesta de ellos? ¿Desde cuando es que me molesta tanto esta particularidad? ¿Cuántos homosexuales conozco yo en persona? ¿Qué tanto conozco al respecto? En definitiva, preguntarse a uno mismo, si ese juicio previo que tenemos con este y otros temas, tiene, a esta altura de nuestra vida y de la historia, un sentido lógico… si realmente, es importante para nosotros y para el conjunto, que conservemos ese criterio o no. Sabremos entonces después discernir, si en necesario o no, conservar ese elemento dentro de nuestro “bagaje cultural”, que es, aunque uno no lo sepa, nuestra ideología.
Y así con todo; ¿Me gusta Tinelli? ¿Por qué me gusta? ¿Qué es lo que me agrada de ese programa? ¿Qué es lo que me hace reír de esta producción cultural? Una vez hechas las preguntas, podríamos pasar a intentar responderlas, con los valores que consideramos que nos definen.
Por ejemplo, el tan pronunciado y nunca pasado de moda, “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hagan a vos” y otros por el estilo e incluso contrastarlos entre si.
Si lo hacemos, comenzaremos a descubrir un sinnúmero de conceptos que no sabíamos que teníamos, o sabiendo que los teníamos no comprendíamos realmente sus alcances y sus orígenes. Algunos de ellos, se remontan a creencias de las que nos hemos despojados siendo niños, o que alguna circunstancia de la vida nos ha enseñado a comprender, porque nos a tocado vivirla en carne propia o a algún familiar o amigo.
Cuando nos toca de cerca, es cuando logramos verlo desde otra perspectiva… es ahí donde estamos recién logrando tener empatía.
Conocer, cual es nuestro marco ideológico, es indispensable para no ser en la vida, como esos petardos a los que se les denomina buscapié, porque no tienen dirección, y arden en el suelo yendo de aquí para allá, atentando contra todos porque no tiene un guía. Esa varillita que tienen por ejemplo las cañitas voladoras, que les permite salir disparados en una dirección concreta.
Esa nota, publicada este domingo, no estaba escrita desde el aire. Fue escrita desde un marco ideológico definido por el autor que la suscribe; un marco que el autor conoce y revisa constantemente, contrastando los conceptos teóricos con los datos concretos de la realidad, que se obtienen de un trabajo de campo. Un trabajo que consiste en conocer cuanto le sea posible, de primera mano, estando en el lugar, hablando con los protagonistas, y de este modo ir colocando un dato recogido de la realidad, allí donde otrora había una impresión. Una impresión, prejuicio o estereotipo, que antes de conocer la realidad, habíamos adquirido de un libro, de un comentario, de un informe periodístico o de una película.
No es lo mismo estudiar sobre la guerra de Vietnam, tomando por fuente a diversos autores de diversa orientación ideológica, o hablando con sobrevivientes, que mirar toda la saga completa de Rambo, pelotón, o Forrest Gump.
Cuando el televidente ve una película sabe que está viendo ficción, pero con el tiempo, si uno no está muy conciente, y aún si lo está, la información recogida por su mente de esa película se incorpora al bagaje cultural, como concepto de lo que fue esa guerra.
No pretendo proponer a todos los ciudadanos que hagan lo mismo, pero si, quiero compartir esta sana practica de hacer un recreo diario o semanal, darnos ese espacio para pensar y repensarnos, para conocernos. Sacarnos por unos minutos el chip, y reflexionar sobre lo que decimos o hacemos. Hacerlo, es una forma de ser más concientes de lo que hacemos, más dueño de nuestras decisiones, opiniones y acciones. Así, quizá, los comentarios al pie de una nota de tamaña seriedad, logren tener algún valor, algún sentido, que no sea simplemente, sacarnos la bronca culpando a otro.
Porque siempre es mejor tener un aporte, una propuesta, que tener una excusa…
