Doble infanticidio: Como los represores, Álvarez tapaba los gritos de sus víctimas con música

La similitud de los métodos de tortura, descriptos por ex detenidos desaparecidos torturados por el terrorismo de Estado, y los despcritos por Zapata en el juicio por el doble infanticidio de sus hijos; Hugo y Rodrigo, despierta, o debería, despertar sorpresa. La mujer, imputada junto con Álvarez por no haber denunciado los hechos, nunca fue a la escuela, y aprendió a escribir su nombre estando detenida.

La crónica de los hechos, incluye torturas como el submarino, golpes en la cabeza con objetos de hierro, y quemaduras en las partes íntimas con el uso de alcohol y con cigarrillos, tanto a ella como a sus hijos. Pero además de los vejámenes, la tortura sistemática que Álvarez aplicaba a los chicos, incluía la prohibición de comer (ambos estaban desnutridos, al igual que su madre), y de salir de la casa, la cual estaba cerrada con candado.

Un verdadero pozo de tortura. En este contexto un elemento que se introdujo en el debate en la jornada de ayer, amplía las similitudes de ese infierno con las prácticas enseñadas a los militares latinoamericanos en la Escuela de las Américas.

Antes de iniciar su sesión de tortura, que según Zapata solía ocurrir muchas veces en horas de la madrugada, cuando todos dormían, Álvarez tomaba la precaución de poner música, para tapar los gritos de dolor y de auxilio de sus víctimas. Según los testigos policiales que declararon en el juicio, la división de criminalística hizo una prueba de sonido con el equipo secuestrado, y pudo comprobarse que en efecto, no había forma que los gritos se oyeran si el volumen estaba alto. Los decibeles que alcanzaba el amplificador que Álvarez tenía en su vivienda, fueron medidos por el área de medioambiente del municipio, y alcanzaron valores cercanos a los de un local bailable.

Lo que había logrado crear Álvarez en el interior de la vivienda, era un submundo que solo sus tres víctimas conocían. Dentro de ese infierno cerrado con candado, se vivían todo tipo de miserias que los vecinos del imputado jamás imaginaron. “el se mamaba de madrugada y nos despertaba, nos cazaba del cuello y nos llevaba al baño, donde tenía unos baldes llenos de agua y nos metía la cabeza ahí hasta que estábamos casi ahogados” relató Andrea Zapata en su testimonial, describiendo, quizá sin saberlo, la tortura conocida como “el submarino” que aplicaron los represores a detenidos desaparecidos.

A decir verdad, métodos que aún durante la democracia se siguieron aplicando clandestinamente en algunas comisarías policiales a los presos comunes, como hasta hace poco pudo conocerse por un video capturado en una comisaría de la provincia de Salta, donde dos jóvenes detenidos por delitos de hurto, fueron torturados con el submarino seco (con una bolsa de nylon) y con baldazos de agua fría en pleno invierno.

El debate que abre esta desgarradora testimonial, es hasta donde llega el “Nunca Más” que desde el retorno de la democracia expresamos como grito de pueblo que quiere borrar para siempre toda posibilidad de retorno del totalitarismo.

Un debate amplio, que se extiende sobre las prácticas ya más que sobre los íconos, porque si bien es poco probable que en nuestro país vuelva a darse un golpe de estado militar, ya la sociedad ha coincidido en el repudio generalizado del régimen militar (a excepción de minorías reaccionarias que aparecen en alguna que otra marcha contra el Gobierno), cierto es que muchas de las prácticas de tortura efectuadas por el Terrorismo de Estado, continuó siendo aplicada por las fuerzas de seguridad en tiempos de democracia y estas malas mañas llegaron incluso a contaminar a funcionarios jóvenes formados en democracia, pero que aprendieron por la practica en las comisarías todo aquello que en la academia la teoría condena.

Sin dudas el tema requiere un debate, porque como puede verse, si bien es evidente que por su edad es imposible que Álvarez hubiera sido comando civil de la dictadura, e incluso que haya hecho la colimba, su mente fue capaz de pergeñar un sistema de tortura que los represores debieron estudiar en la nefasta Escuela de las Américas, en el marco de un plan sistemático para frenar el avance del socialismo.

Es decir, un sistema de tortura diseñado por militares entrenados en el arte de la tortura, inspirada en los métodos de enjuiciamiento del Medievo, la etapa más oscura del la historia de la humanidad, signada por la inquisición y la barbarie santa.

En otras palabras, lo que el testimonio de Zapata evidencia, entre otras cosas, es lo presente que está aún en nuestra cultura, los años de plomo, y la forma en la que esa negra etapa de nuestra historia marcó a fuego no a una generación, sino a un pueblo, que a pesar del tiempo, y a pesar de la justicia, a pesar de la memoria y la búsqueda inclaudicable de la verdad, sigue dando muestras de su existencia llegando a nuestro presente, con cada tortura que se practica en una comisaría, o como ocurre en este caso en un domicilio privado.

En diálogo con DIARIOJUNIO, un vecino de Álvarez que presenció el debate desde el primer día, y que lo conoce desde que era chico, señaló que el imputado, “era una cosa afuera de la casa y otra puertas adentro”. “Él jugaba a la pelota, nunca se peleaba con nadie no era un pendenciero ni nada por el estilo” sostuvo.

Es curioso, pero es otra cualidad en la que Álvarez se asemeja a los asesinos que comandaban las sesiones de tortura en los diversos centros clandestinos de detención, y que tras marcar tarjeta iban a misa con su familia, o a celebrar la victoria de argentina en el mundial de fútbol.

Ese submundo, que es en gran medida posible por la gran hipocresía de una sociedad llena de tabúes y prejuicios, es también el submundo de las víctimas de violencia de género, no solo de Andrea Zapata; en cuyo caso la violencia sufrida alcanza niveles de tortura sistematizada; sino de las cientos de mujeres que sufren a diario violencia domestica, y de las cuales solo se registran 100 casos al mes, y que –cuando se animan a decir lo que está pasando- reciben comentarios del tipo: “no te puedo creer, ¿tu marido?, pero si tan buena persona que es, juega al tenis con mi hijo, no te lo puedo creer”.

Y lo que es peor, la prédica aún vigente del “no te metás” victoria computada si las hay, del autodenominado proceso de reorganización nacional, que ya no solo se limita a los casos de desaparición de personas sino que se ha diseminado como sentido común en nuestro pueblo, como regla de oro para quien no quiera tener contratiempos por los problemas de otros.

En rigor, máxima expresión del individualismo llevado a la categoría de religión por el proceso neoliberal iniciado a sangre y tortura en el 76, y continuado en democracia con indultos, nombramientos y reconocimientos a los ex represores.

La sociedad fue absorbiendo, como absorbe hoy el facilismo de culpar a Zapata por la muerte de sus hijos, por no haber denunciado los hechos de violencia que sufrían, pero sin embargo tampoco lo hicieron sus vecinos.

Podremos decir que no se enteraron, que no lo oyeron porque la música estaba fuerte, pero Álvarez tenía un kiosco, y ese kiosco a menudo lo atendía Zapata, a quien las heridas se le curaban solas con el paso del tiempo, porque no podía ir al hospital, y a la vista de todos nadie vio nada. Como dijo su vecino, “era una cosa afuera y otra puertas adentro”.

“No te metas”, “no me hagas acordar”, “yo argentino”

Uno de los testimonios sustanciales en la causa, el de Vanesa Corrado, la ex mujer de Álvarez, fue por orden de los jueces, a puertas cerradas y sin público. No obstante, la mujer dialogó con este diario al salir de la sala, y afirmó en ese intercambio que; “los vecinos sabían, porque después que se conoció el caso todos salieron a hablar, se ve que sabían, pero nadie lo denunció”.

Al juego perverso de ese silencio pavoroso, se suman otros elementos que en este caso tienen al Estado democrático, y a la Justicia en particular, como cómplices por omisión, de un calvario sufrido por la ex mujer de Álvarez.

Salvando las distancias, la misma actitud que esta sociedad le reprocha a la Justicia de los años de plomo, que lejos de hacer justicia, más bien hacia “el mal sin pasión”.
Como habitualmente se dice, “no hay peor justicia que la que nunca llega”, aunque aún queda espacio para ser peor, y esto ocurre cuando llega, pero se vuelve contra las víctimas, es decir que es injusta.

Antes por complicidad, hoy por burocracia, inoperancia o simple individualismo, falta de conciencia, el rol de la justicia viciada sigue siendo el de dejar hacer.

Cómo ya lo informara DIARIOJUNIO, pese a su destacado historial de violencia familiar, que computan una suma de 19 denuncias formuladas por su ex mujer, Vanesa Corrado, el defensor de pobres y menores Diego Ponce refrendó un acuerdo de partes en el que Vanesa Corrado le cedía a Álvarez la tenencia de sus hijos.

No fue sino hasta que Álvarez estuvo preso -no por las denuncias de violencia que ella radicó y por la que tenía condicional, sino por el doble infanticidio- que la mujer se animó a contar que siempre estuvo amenazada, que “cuando yo puse un pie en esa sala sabia que él se iba a quedar con mis hijos, yo le dije que él no los iba a cuidar y el juez se los dio igual y ni se fijo que había denuncias contra él” según cuenta Corrado, “hasta poco antes de que se conociera lo de los nenitos de Zapata, el me había amenazado con matarlos a los chicos míos”.

Una vez más la historia se conecta, una vez más la sociedad muestra hoy las mismas actitudes que tomó varias décadas atrás.

Vanesa, no se detiene en eso, cuenta también como era golpeada por Álvarez cuando él vivía con ella y cuando estaba embarazada. Al igual que Zapata, sus hijos debieron ser internados en neonatología porque corrían riesgo de vida por los golpes sufridos durante su embarazo.

Cuesta, y hasta parece rebuscado, pero analizándolo psicológicamente, hay allí otra aberrante coincidencia. Ambas mujeres, sufrieron la ausencia de sus hijos recién nacidos, para que fueran internados en neonatología.

Una de las cosas que Zapata recuerda con más dolor durante su testimonio, es justamente el momento de su parto: “me lo sacaron y no lo pude ni ver, se lo llevaron enseguida y no lo vi” relató la mujer, que cuenta haber pedido ayuda ese mismo día del parto a una médica de apellido Piana, pero la ayuda nunca llegó.

El pedido de ayuda que Zapata asegura haber hecho, no quedo registrado en ningún lado y hoy es un elemento que su abogado defensor debe probar para poder defenderla, porque a pesar de haber sufrido todo lo que sufrió, a pesar de haber sido una víctima, es acusada por esta justicia y por esta sociedad, de ser un demonio.

Más precisamente de ser el otro demonio porque ya a Álvarez la opinión pública le ha puesto ese mote.

La verdad, las coincidencias aterran, y es que acaso una vez más nuestro pueblo, ha formulado la teoría de los dos demonios, culpando a las víctimas de haber incitado a la violencia con sus actos, sin medir la infinitamente disímil correlacion de fuerzas.

Así como los represores culparon a los militantes políticos del Terrorismo de Estado, hoy culpamos a las víctimas de violencia de género de provocar la ira del agresor, o de justificar la violencia contra ella proferida sólo porque la mujer “complacía” o “no hacía nada para impedir que matara a sus hijos” como refieren algunos lectores de la crónica judicial, en sus comentarios, realmente vomitivos.

Entonces, ya no es sólo Álvarez el que repite practicas peligrosas, lo que ocurre es que este perverso sujeto ha tomado el rol activo, mientras el resto, una gran cantidad de personas, actúan como cuando se desaparecían personas, y dice; “algo habrá hecho”, y de hecho va más allá y lo asevera.

Hoy se observan comentarios en las redes sociales, donde ciudadanos comunes de a pie opinan sobre la presunta culpabilidad de Zapata, agregando elementos para reforzar la imagen del “otro demonio”, cuando a ciencia cierta, no ha surgido en lo que va del juicio una sola prueba que lo acredite.

Ver y analizar cómo reaccionamos ante estos estímulos, es lo que nos permite analizar cuán lejos estamos aún de que ese “Nunca Más” pueda envolver no solo la negación unánime al terrorismo de Estado, sino también la negación a unánime a esa herencia que en nuestro pueblo ha dejado el terrorismo de Estado.

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