Coincidencias de Sarlo y el imperialismo

De acuerdo con declaraciones suyas a un canal de cable porteño, el fundamento de la postura de la escritora y periodista Beatriz Sarlo y de los intelectuales que la acompañan en el “documento alternativo” sobre las Malvinas, es: ¿para qué las queremos, qué vamos a hacer con ellas si no hemos incorporado el mar argentino, ni hemos terminado de integrar el territorio?
Sarlo: «¿para qué queremos las Malvinas?
El documento que firmó Sarlo junto con otros intelectuales critica a la Argentina, debido a diferencias con el turno político actual, pero deja fuera de consideración a Inglaterra en cualquier turno. Entiende que si el imperio tuvo suerte y fuerza para durar más de 200 años, los territorios que supo usurpar quedan legalizados por una especie de “derecho bicentenario” y ya no se deben discutir.
Si así fuera, los pueblos originarios de América, cinco siglos dominados, no tendrían derecho ni al pataleo, y todo lo que se les imponga estaría justificado por el paso del tiempo.
El derecho a la autodeterminación de los kelpers que cita el “documento alternativo” no se puede aplicar a una población implantada en las islas por la potencia colonial invasora. Esa población no es autóctona de allí y estaba tan poco “integrada” que durante mucho tiempo fue súbdita de una empresa privada y no de Su Majestad Británica.
Sus miembros no tienen de todos modos mejor perspectiva que hacer de tanto en tanto un viaje a la venerada “madre patria”, a la que deben su idioma, sus costumbres, su sentido de pertenencia y desde la guerra de 1982, su bienestar económico, y adonde con suerte pueden mandar a estudiar a sus hijos.
De manera característica, Sarlo no se atreve a pensar para qué quieren las islas los ingleses, no se pregunta porqué las invadieron hace dos siglos ni porqué consideraron en su momento que todos los océanos eran británicos, ni que Inglaterra “es una isla que se puede encontrar en cualquier parte del mundo”.
Bien: ¿alguien puede pensar que los rusos piensen algo semejante de Siberia, los ingleses de Sudáfrica, el Canadá, la India, Nueva Zelandia, Jamaica, Belice, Gibraltar o Las Malvinas?
¿Si todavía no tenían integrado su territorio, ¿para qué querían los yanquis los desiertos de piedra de Nuevo México, para qué Nevada, Colorado, Arizona, qué se proponían con aquellos parajes tan inhóspitos de California, donde no prosperaban ni los conejos?
Ninguna potencia pensó nunca así. Salvo Sarlo, que no es potencia; pero le indica a los gobernantes de su país cómo deben actuar. Por ejemplo: debemos integrar el territorio antes de reclamar las Malvinas. Ir por etapas con la finalidad implícita, no declarada, de no recuperar las Malvinas. Si pensáramos que debemos resolver todos los problemas de la Tierra antes de ir a la Luna, jamás iríamos a la Luna. No hay mejor manera de impedir, que es lo que quiere Sarlo.
Integrar el territorio como tarea previa -según el ejemplo que propuso- es que una madre de Jujuy tenga un tren rápido, cómodo y barato para visitar a su hija en el tercer cordón de Buenos Aires. ¿No sería mejor integración que la hija de esa señora no tuviera necesidad de abandonar Jujuy? ¿Pediríamos buenos aviones para visitar a los entrerrianos que han debido emigrar? ¿No nos parecería mejor crear condiciones para que los entrerrianos no tengan que emigrar ni nosotros que visitarlos lejos?
Para Sarlo, las Malvinas no son prioridad, tiene otras, por ejemplo el control de la explotación minera, tema que ya está en consideración, dijo, gracias al empuje de Pino Solanas, por ejemplo. Bien: si el gobierno se ocupara de mirar qué hacen sus socios megamineros, como la Barrick por ejemplo, podemos suponer que Sarlo diría: ¡ah, no, un momento! ¡Tanta preocupación por un montón de piedras cuando tenemos niños con hambre en Formosa! Pero tan pronto nos ocupemos de los niños con hambre en Formosa reclamaría abandonar ese problema, menos prioritario, por otro más acuciante: la miseria espantosa aquí, en las villas del Gran Buenos Aires y la Capital Federal.

Artigas: corto y claro

Artigas lo dijo claro y corto: “los porteños nos han fallado en todo, si fuera por ellos seríamos portugueses”. Así era debido a la ideología de los rivadavianos y a la trenza de intereses que entraron muy rápidamente. Así es todavía. Raúl Scalabrini Ortiz puso como ejemplo un curso de historia para cadetes del Colegio Militar.
Se dice allí que la Argentina permitió la segregación del Uruguay debido al constante esfuerzo que exigía defender ese territorio. ¡Un país se cansa de defender su territorio! Los alemanes entregaron la mitad de su país a Napoleón, después a los rusos, a los polacos, porque se cansaron… No parece, antes cada potencia defendió y defiende cada centímetro cuadrado dejando miles de muertos en ellos.
Quizá se deba a los ingleses que hoy dominan las Malvinas sin que a nadie se le ocurra decir que les quedan lejos, como dijo Sarlo (no de Londres sino de Buenos Aires), los brasileños que no ceden su territorio porque sea grande ni esté deshabitado, y cualquier otro, no tengan tanta lucidez ni tanta ilustración geopolítica como Sarlo.
Los antecesores históricos de Sarlo le dejaron el Uruguay al Brasil y si quería llevarse Entre Ríos que se lo llevara también. Permitieron la “independencia” de Bolivia apelando justamente a la “autodeterminación” a que indujeron al mariscal Sucre por su notable desinterés en el territorio altoperuano.
Cuando Bolívar supo que iba a haber un plebiscito aceptado por el gobierno de Buenos Aires para segregar el Alto Perú se opuso porque no quería la balcanización. Pero los rivadavianos sí, y entregaron Bolivia sin problemas.
Es una mentalidad típica de una clase mercantil cuyo horizonte mental son los negocios. Juárez Celman dijo que iba a entregar la Patagonia a los sajones, que era mucho mejor que dejársela a los Tehuelches, y la puso en venta en Europa.
Sarlo, ante la perspectiva de luchar por las Malvinas, mina la posición de su país, pone en duda derechos, habla del “derecho a la autodeterminación” de los kelpers, y todo eso en nombre de “los principios del siglo XXI”. No es así: si bien la apelación a la “modernidad” busca dejar fuera de juego a los “antiguos”, los principios de Sarlo son más que bicentenarios, son los de Rivadavia, reflejos pampeanos de los principios del Imperio Británico.

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