Cuando llegue a Concordia a comienzos del 2007 El Silencio fue uno de los primeros barrios marginales que conocí, por entonces la instalación de una futura planta de reciclado, era una esperanza de empleo digno para los más jóvenes, y una amenaza de competencia por la basura, que era entonces su principal recurso de ingresos (aún no existía la Asignación Universal por Hijo) para quienes sabían que quedarían afuera de ese proyecto.
Una mujer de 80 años, pero que parecía llevar sobre su encorvada espalda más de un siglo de trabajo insalubre, contaba con orgullo y a la vez tristeza cómo había criado a cinco hijos en el basural. “Yo viví una vida en la basura, y en la basura crié a mis cinco hijos y estoy criando a un nieto ahora” comentaba la trabajadora vecina que no gozaba de jubilación alguna, no porque no existiera previsión social para su caso (de hecho la ANSES ya había instrumentado la jubilación sin aportes) sino por su ignorancia respecto de esta noticia, y de cualquier otro trámite administrativo, su condición de analfabeta y la deficiencia de un Municipio que –lo recuerdo perfectamente- no contaba con un solo asistente social que recorriera los barrios para enterarse de este tipo de situaciones y gestionar las variadas respuestas institucionales que el gobierno nacional estaba generando.
Esta mujer junto a otros vecinos se manifestó en la plaza 25 de mayo, movilizados por una puntera barrial y allí su caso fue conocido por los medios y atendido por el Estado. Se les prometió empleo en esa planta de reciclado a los más jóvenes y jubilaciones o pensiones a los adultos mayores. La verdad es que recién hoy me acuerdo de ello, y a pesar de que volví muchas veces a El Silencio, nunca se me había ocurrido preguntar si esta señora había finalmente recibido su jubilación o si fue simplemente otra promesa incumplida.
Pero en cambio si puedo afirmar que la planta CETRU, no tomó más que a 13 operarios, y no vi en ese grupo de trabajadores –que por cierto fueron cesanteados y mal pagos sistemáticamente- a ninguna de las caritas que estaban reclamando empleo, y vivienda digna, esa mañana frente al municipio. Vecinos del barrio me confirman que “hay dos vecinos que trabajaron ahí” dos, solo dos, de un barrio en el que habitan (según el último censo) 429 personas: 120 familias, es decir, por lo menos 50 varones adultos en condiciones de trabajar en un empleo de este tipo.
Pero el reclamo se quedaba corto; recorriendo El Silencio pude notar algo que rompía con todos los prejuicios de los que hablan por demás, y que nunca pusieron un pie en ese barrio.
Mirara por donde mirara, en la dirección que fuera, había una persona trabajando. Los hombres por lo general, ya habían partido temprano, a juntar plástico en el basural para luego venderlo, e incluso los niños se ocupaban de esa tarea; (en septiembre de 2009, una nena de 9 años fue arroyada por un camión Municipal, mientras “cirujeaba” en la basura) las mujeres -todas- lavando ropa a mano -claro- bañando a sus hijos y algunas hasta cocinando aleña; arduas tareas si las hay. Además se ocupaban de cuidar a los chancos, -los afortunados que podían darse el “lujo” de criar animales- y ya sobre la margen del arroyo, algunas familias fabricaban ladrillos, y criaban otros animales -si no me equivoco ovejas-
Pero las condiciones de higiene eran paupérrimas, la gente vivía sobre el barro permanentemente, y la sensación era la de vivir en la basura, porque realmente era así, y a pesar de las obras, así sigue siendo, ya que muchos llevaban parte del trabajo a su casa para seleccionar el material que podían comercializar. Algunos otros, sin duda sufren del síndrome de Diógenes, y por entonces, en 2007, no había ni siquiera una salita de primeros auxilios, no había nada más que la escuela religiosa a la que los chicos acudían, y un comedor que funciona solo tres veces por semana.
LA CEMILLA DEL PASTOR JIMÉNEZ
En 2007 una joven madre soltera, que tenía 16 años, me contaba que muchas veces tenía que salir con su bebe de madrugada y cruzaba el arroyo para cortar camino, hasta el barrio Capricornio, donde estaba el centro de salud más cercano, o en el mejor de los casos algún vecino la llevaba en carro hasta el Masvernat. Esto, a pesar de las obras sigue pasando.
No sé si es que la nota radial que le hice a esta madre adolescente llegó hasta Buenos Aires, o si en verdad existe Dios, cosa que dudo a la vista del panorama antes descripto, pero quién sabe… la cuestión es que alguien en otra parte del país, que no fue el Estado precisamente, atendió el reclamo. En julio de 2007 un mediático pastor evangélico, se apareció con un grupo de misioneros de Hawái y construyeron en dos días una salita de primeros auxilios de madera; no era la panacea, pero al menos alguien había hecho algo, había un resguardo y había sido una obra realmente importante para los vecinos, que se sintieron nuevamente esperanzados; y es que no se equivocan los que dicen que no hay nada más largo que la esperanza del carenciado.
Pero el pastor Jiménez, no hizo una casita para dejarla de adorno en el barrio pobre más mediático de la Argentina, el tipo le exigió al Municipio que aportara lo que faltaba para que esa salita funcione, es decir material sanitario y un medico, enfermeros etc. Podrán imaginarse que con una población donde cada familia tiene en promedio cuatro hijos, y que vive de juntar basura y criar porcinos, sería más que necesaria una guardia permanente -Si, yo pensé lo mismo, pero en cambio el Municipio dispuso una sola atención semanal- un medico iba una vez a la semana, para atender a todos los pacientitos, porque ante la dificultad las madres preferían hacer revisión de los niños y muchas veces no se atendían de sus problemas de salud.
La situación era terrible, y aún lo es; pero de algún modo, la modesta obra de este grupo de voluntarios fue el disparador, para que el Estado viera e hicieras algo por las condiciones de vida de estos vecinos. Voluntarios que tuvieron que venir de afuera porque en Concordia no surgió un solo espacio ni político ni religioso al que se le ocurriera poner el primer ladrillo. (Incluso la congregación católica que tiene una escuela en ese barrio, a la que los vecinos le dicen “la escuelita de las monjas” se negaba a guardar los materiales para la construcción de la salita porque los constructores eran de otra confesión cristiana)
Después las cosas anduvieron un poco mejor, y Jiménez no tuvo que volver para terminar la obra. En un tímido primer paso, allá por 2008, mientras la nueva gestión municipal ejecutaba en el área macro céntrica de la ciudad un plan de asfaltado y reasfaltado de 1000 calles, el silencio tuvo el “privilegio” de que los camiones municipales pasaran y en un día abrieran paso al progreso generando al menos unas callecitas de tierra (si de tierra, nada de ripio) y prometiera la obra de iluminación, que llego poco tiempo después. En entre tanto el médico seguía yendo solo una vez por semana.
LOS PROYECTOS DE NACIÓN Y LA TERGIVERSACIÓN LOCAL
Sin duda la obra que debería responder a esta grave demanda largamente postergada, es la construcción del Centro Integrador Comunitario (CIC) del barrio el Silencio, una obra de $ 780.000 pero además un verdadero programa de abordaje territorial, que se ejecuta con fondos del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Según el programa del Ministerio nacional, cada CIC debe ser construido por mano de obra local, y originaria del territorio y zona de influencia donde se proyecta, a los fines de también dar empleo y lograr una mayor relación entre la institución y el barrio.
En dialogo con DIARIOJUNIO Cristina Repeto, una dirigente vecinal de El Silencio aseguró que “acá vinieron sí, y le tomaron los datos a los vecinos porque hay varios que trabajan en construcción, pero a la hora de empezar la obra no tomaron a ninguno y la hicieron con toda gente de Concordia (léase zona urbana)”.
EL MÉDICO VA UNA SOLA VEZ POR SEMANA
A propósito de la inauguración de este CIC, que estaba programada para esta semana, consultamos a tres vecinos de El Silencio respecto de la regularidad y calidad del sistema de atención primaria a la Salud, que por el momento se sigue realizando en la casillita que construyó el pastor Jiménez allá por 2007; la respuesta que nos dieron los tres por igual, fue que al tal como en 2007, “el médico viene solo una vez a la semana cuando vienes” y señalaron además que “en salita no hay medicamentos y tampoco los traen cuando dan consulta, solo nos hacen la receta y tenemos que ir hasta el hospital a buscarlos” por otra parte, no es un dato menor que muchas familias reciben con la atención, la orden para provisión de leche fortificada, beneficio para niños con bajo peso, que también se pierden cada vez que el médico o la enfermera no concurre a la salita en cuestión.
Otro aspecto, que no es un dato menor, es que la única escuela que tienen en el barrio no es laica, sino que pertenece al obispado, y que son alrededor de 20 chicos del barrio deben concurrir a escuelas para alumnos con dificultad de aprendizaje.
AHORA LAS VIVIENDAS
El sueño de las viviendas para el barrio El Silencio, es otra de esas causas que ejemplifican aquello de la longitud que puede tener la esperanza del pobre. Promesas hubo varias, se dijo a titulo de rumor que las 80 viviendas prometidas en una primera oportunidad, habían sido redireccionadas a otro barrio; no me consta, pero es sugestivo que en vez de 80 ahora sean 68 las que se van a construir.
No obstante, enhorabuena que se haya autorizado ayer en la sesión ordinaria del Consejo Deliberante de Concordia, el ingreso de fondos provenientes de la Nación para la ejecución de esta obra habitacional, para poder asistir a la demanda de una importante cantidad de familias de la zona.
En esa sesión, el tema fue abordado con singular interés por los concejales, que debatieron sobre la ubicación del nuevo barrio, y si sería o no conveniente emplazar esas viviendas en el lugar que hoy ocupan los vecinos o en otra zona, más alejada del basural –y añado yo, del horno de residuos patológicos que está adjunto al barrio el Silencio-.
Solo espero, que este debate no termine cambiando los fines primitivos del proyecto, ya que es bien sabido que mientras el Estado no garantice políticas de generación de empleo genuino para estas familias, no tendrán otra que seguir viviendo de la basura, que es un rebusque insalubre y nocivo, pero es lo único que tiene, y es en ese habitad en el que actualmente viven, donde pueden aprovechar mejor dicho recurso. Solo espero, que el debate no devenga en uno de esos proyectos de relocalización sin contención suficiente para lograr que este sea efectivo, y al final las viviendas terminan en manos de terceros y la gente se vuelve a sus casas precarias porque no se respeta la idiosincrasia de los excluidos, que debe ir evolucionando a partir de la contención del Estado y de la concreción de un proyecto inclusivo.