EL ESTADO SE HACE CLANDESTINO

Un hombre joven, de apenas 38 años, calvicie avanzada, gruesos anteojos y bigotes frondosos, toma un taxi en Santa Fe, entre Callao y Riobamba. Es Rodolfo Ortega Peña. Diputado Nacional, cuya independencia intelectual lo lleva a conformar un bloque unipersonal. Divulgador histórico, abogado, defensor de presos políticos y partidario de “ la lucha de posiciones en el marco de las instituciones republicanas “, como dice su amigo entrañable, el actual Secretario de Derechos Humanos Eduardo Luis Duhalde.

En el vehículo lo acompaña su compañera Helena Villagra. El taxi recorre las pocas cuadras que lo separan de Pellegrini y Arenales. No se sabía entonces, tal vez sólo se intuía, que estaba por detonar el ingreso raudo de la ley de la selva en la política. El taxi se detiene. La pareja baja. De un Ford color verde, como un trágico anticipo del futuro, tres sicarios con sus rostros cubiertos por medias de mujer, fusilan a Rodolfo e hieren a Helena. Son las 22 y 15 de esa noche fría y desapacible del 31 de Julio de 1974. La barbarie oculta sus facciones, pero firma sus crímenes con una A por triplicado. Ha nacido la Alianza Anticomunista Argentina. Ha muerto un pensador democrático. El frío de la noche, la lluvia, calan los huesos de la historia. La esperanza se pierde en el horizonte de la mano de la revolución. Ya no se la encontrará a la vuelta de la esquina. En su lugar aparecerá un Estado que apaña y patrocina bandas asesinas.

El ministro y consejero de la viuda de Perón, el siniestro José López Rega, desatará la caza de brujas. Y se entrará en ese terreno miserable, en el que el jefe de la Policía Federal, comisario Alberto Villar, es a su vez, el jefe del operativo de la siniestra organización clandestina. Tres meses después, los Montoneros asesinaron a Villar, haciéndolo estallar con su lancha. El crimen como política ocupando en los diarios la sección de policiales. La Triple A se convertiría, 20 meses más tarde en las Tres Fuerzas Armadas, que tomaron el poder el 24 de Marzo de 1976. No se sabía, ese 31 de Julio de 1974, que la Argentina se precipitaba hacia los años de plomo. Con un pueblo tomado de rehén de minorías mesiánicas. Hoy sí se sabe que no puede haber Estado Terrorista ni bandas clandestinas. La generosa sangre de Rodolfo Ortega Peña, la lucidez de su pensamiento tal vez están fructificando en un presente con más espacio para alentar esperanzas.

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Un hombre joven, de apenas 38 años, calvicie avanzada, gruesos anteojos y bigotes frondosos, toma un taxi en Santa Fe, entre Callao y Riobamba. Es Rodolfo Ortega Peña. Diputado Nacional, cuya independencia intelectual lo lleva a conformar un bloque unipersonal. Divulgador histórico, abogado, defensor de presos políticos y partidario de “ la lucha de posiciones en el marco de las instituciones republicanas “, como dice su amigo entrañable, el actual Secretario de Derechos Humanos Eduardo Luis Duhalde.

En el vehículo lo acompaña su compañera Helena Villagra. El taxi recorre las pocas cuadras que lo separan de Pellegrini y Arenales. No se sabía entonces, tal vez sólo se intuía, que estaba por detonar el ingreso raudo de la ley de la selva en la política. El taxi se detiene. La pareja baja. De un Ford color verde, como un trágico anticipo del futuro, tres sicarios con sus rostros cubiertos por medias de mujer, fusilan a Rodolfo e hieren a Helena. Son las 22 y 15 de esa noche fría y desapacible del 31 de Julio de 1974. La barbarie oculta sus facciones, pero firma sus crímenes con una A por triplicado. Ha nacido la Alianza Anticomunista Argentina. Ha muerto un pensador democrático. El frío de la noche, la lluvia, calan los huesos de la historia. La esperanza se pierde en el horizonte de la mano de la revolución. Ya no se la encontrará a la vuelta de la esquina. En su lugar aparecerá un Estado que apaña y patrocina bandas asesinas.

El ministro y consejero de la viuda de Perón, el siniestro José López Rega, desatará la caza de brujas. Y se entrará en ese terreno miserable, en el que el jefe de la Policía Federal, comisario Alberto Villar, es a su vez, el jefe del operativo de la siniestra organización clandestina. Tres meses después, los Montoneros asesinaron a Villar, haciéndolo estallar con su lancha. El crimen como política ocupando en los diarios la sección de policiales. La Triple A se convertiría, 20 meses más tarde en las Tres Fuerzas Armadas, que tomaron el poder el 24 de Marzo de 1976. No se sabía, ese 31 de Julio de 1974, que la Argentina se precipitaba hacia los años de plomo. Con un pueblo tomado de rehén de minorías mesiánicas. Hoy sí se sabe que no puede haber Estado Terrorista ni bandas clandestinas. La generosa sangre de Rodolfo Ortega Peña, la lucidez de su pensamiento tal vez están fructificando en un presente con más espacio para alentar esperanzas.

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