Derechos humanos: Teoría de los dos menemismos

El año 1978 permite visualizar dos escenas. Primera: la compacta mayoría festeja futbolera la “victoria nacional”, la derrota de la “conspiración antiargentina montada en el exterior para desprestigiar al gobierno militar”. Segunda: una triste hilera de familiares de desaparecidos espera que una comisión de la OEA reciba su declaración, al tiempo que los insultan y escupen “argentinos derechos y humanos”. El respaldo al gobierno de la dictadura burguesa terrorista seguía siendo mayoritario, como en el ’76. Los partidos políticos del arco parlamentario anterior seguían siendo solidarios con la “lucha antisubversiva”. Y Madres sostenía, en heroica soledad, algo que el estado de excepción no admite: los vencidos tienen derechos y los vencedores obligaciones.
El planteo resultaba inaudible. El año ’83 no supuso el triunfo de la democracia. Esa “democracia” se redujo a evitar el golpe de Estado, a impedir otra irrupción militar. Madres eran “ultraizquierdistas” que ponían en peligro la “democracia” con sus exigencias “imposibles”. Y el juicio a las Juntas del ’85, la sentencia del tribunal, establecía la teoría de los dos demonios. La sociedad argentina no era responsable de nada, la locura mesiánica de ambos terrorismos debía hacerse cargo de todo. Por eso, Obediencia Debida y Punto Final, para seguir viviendo sin perturbaciones.
Sin embargo, el programa verdaderamente democrático, su misma posibilidad, dependía de la eficacia del discurso de Madres, porque era el único que reconocía que las víctimas del terrorismo estatal tenían derechos, y que ninguna democracia podía construirse sin verdad y justicia.
El menemismo intentó sepultar el problema con indultos bochornosos e indemnizaciones legales. Fracasó. Fernando de la Rúa llegó al límite, reconoció “la patriótica labor de las FF.AA”. Pero el 2001 sepultó todo, dado que era consecuencia directa de la legalización del delito impune. Y el prestigio de los organismos de derechos humanos alcanzó su clímax, fueron los únicos a los que nadie pidió “que se fueran”.
El prestigio de Madres y Abuelas en la sociedad argentina es más que merecido, pero también resultó la contracara de la culpa por complicidad, de la complicidad sistémica y personal.
A partir de la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, la relación entre las palabras y las cosas, entre los delitos y las penas, quedó restablecida bajo el gobierno K. Esa victoria popular aportó un nuevo prestigio; permitió, permite, nuevas tareas. En ellas el error es consustancial a la acción, actuar supone riesgos, problemas, responsabilidades. El error no fue construir casas, sino sumar a Sergio Schocklender a la tarea. Reducir toda la acción de los distintos organismos a este episodio tenebroso contiene la puñalada trapera.
Sin embargo, no hacerse cargo de los significados de este doloroso error bloquea la posibilidad de seguir elaborando el trauma colectivo. Debemos aprovecharlo para distinguir admiración, gratitud y prestigio, de veneración acrítica.

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