Un día como hoy, pero de 1810 se ponía en circulación el primer periódico de las Provincias Unidas del Río de la Plata, La Gazeta de Buenos Ayres, una herramienta sumamente revolucionaria, que tenía por objeto informar al pueblo de las cuestiones que la Primera Junta de Gobierno decidía puertas adentro del cabildo.
El decreto que autorizó su impresión, establecía que “el pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes” y el lema del periódico advertía … “Tiempos de rara felicidad, son, aquellos en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lícito decirlo”
Y valla si tiene actualidad hoy, a 201 años de este primer ejemplar de la Gaceta de Buenos Ayres, la frase que engalanaba por entonces la cabecera del naciente periódico rebelde…
“Tiempos de rara felicidad, son, aquellos en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lícito decirlo”…
Hoy podemos y debemos más que nunca ejercer ese, nuestro derecho de sentir lo que deseamos, y decirlo con la total libertad, que –hay que reconocerlo- tal vez no exista puertas adentro de determinados grupos o empresas dueñas de los medios masivos de comunicación, pero que sí está garantizada por el Estado la libertad de expresarnos, y podemos hacernos oír por cientos de medios alternativos, e incluso crear uno propio. Pocos en el mundo, pueden arrogarse esa libertad.
Las redes sociales, los blogs y tantas otras alternativas han hecho que la libertad de expresión sea aún más profunda, más diversa, más variada –tal vez solo hacía falta imaginación- y en esto el lícito decir que periodistas somos todos.
Desde el que se pasa madrugadas escribiendo para un diario matutino, o el que se levanta temprano para armar la sábana del vespertino, hacer radio; televisión, o tomar esa fotografía que puede decir más que mil palabras; quienes suben sus notas en un sitio digital con el vértigo de la sana competencia, apurado para ser el primero, “colgar la primicia”, o los que escriben lo que pasa en su ciudad, en un Blog o en su muro de Facebook, también son periodistas, y lo son también, quienes producen, hacen llamadas, y buscan hasta el cansancio a ese personaje del día que no puede faltar a la entrevista.
En este día, en el que a menudo sobran las frases de señalador, lo que deseamos, es que hagamos una autocrítica sana y constructiva sobre cómo ejercemos nuestro oficio, en que consiste; ¿Cuál es nuestro papel? si vale la pena seguir hablando de la tan pisoteada, vapuleada y explotada “objetividad e independencia”, o es mejor admitir nuestra condición de simples mortales, con defectos y virtudes, con aciertos y errores, con pasiones, amores, odios y rencores, con ideas y utopías -léase ideologías-. Y sincerarnos con nuestro publico, dar la cara.
Ofrecer nuestra visión particular –o no- de las cosas, si estamos de un lado o del otro, o de ninguno, pero tampoco en el espacio exterior observando todo como un juez imparcial de la realidad, porque eso no existe.
Nos dicen que somos el cuarto poder y a menudo nos dejamos convencer; pero ¿Quién tiene el poder; los periodistas o los dueños de los mass-media? ¿No puede acaso un cuarto poder corromperse? ¿Corporativizarse? ¿Dividirse? ¿Cosificarse?
Si nos arrogamos ese poder que dicen que tenemos, debemos hacernos cargo de lo que ello conlleva y de lo que -por cierto cabe decir- de ser así, sería un poder bastante relativo, porque depende de lo que Nietzsche llamaría la Voluntad de Poder, es decir, la capacidad de un medio para imponer su verdad o mejor dicho su versión de los hechos. Siguiendo esa dialéctica -para graficarlo en términos de capacidad de poder- nosotros seríamos concejales en tanto Clarín sería Presidente, solo que en este terreno no hay democracia, y es a fuerza de tapas y títulos que la presunta “verdad” se impone, con la complicidad de un lector poco crítico.
Lo bueno de esto es que el lector no tiene que esperar cuatro años para cambiarse de diario, o de radio, o de sitio digital, es una cuestión de elección, y si lo desea puede también comprar varios y comparar –a mi juicio es lo más saludable-
Hoy, como en 1810, y salvando las distancias, estamos en tiempos, “de rara felicidad” donde al fin la gente -nuestros lectores, oyentes y televidentes- han aprendido a dudar de nosotros, a compararnos, ponderar nuestra credibilidad, y eso es muy bueno, más que bueno es necesario.
Porque hoy sabemos -y también lo saben los consumidores de noticias- que no basta con leer un libro o un diario para enterarse de lo que pasa, que la información está a veces oculta, disfrazada y hasta tergiversada. Que el tenor de la rigurosidad periodística depende de la vara con que se midan los hechos y los medios a menudo no tenemos la misma vara para todos los acontecimientos; básicamente porque somos seres subjetivos, en el más honesto de los casos porque tenemos nuestras propias convicciones, y en los otros casos porque se juegan los intereses de cada empresa.
Pero fundamentalmente somos subjetivos porque antes de ser periodistas somos humanos, somos ciudadanos, vecinos, hijos, hermanos, padres, amigos. Tenemos memoria, conciencia, sería imposible ignorar todo eso a la hora de escribir una nota, hacer una pregunta en una entrevista o tomar una fotografía, y si lo hiciéramos ¿Qué diferencia habría entre nosotros y una máquina?
El periodismo es más que contar hechos, es también interpretarlos, analizarlos, opinar sobre ellos, tomar partido, pero avisándole antes al lector que lo estamos haciendo, y eso se hace colocando nuestra firma al comienzo del texto.
Volviendo a la Gazeta, Podríamos decir entonces, que el periodismo comenzó en esta Nación de la mano del Gobierno, del primer gobierno, que –cabe aclararlo- era un gobierno revolucionario.
Y fueron hombres de la talla de Moreno, Belgrano y Castelli, hombres dedicados en efecto a ciencias políticas y económicas, hombres encargados de la organización de una Nación, quienes iniciaron ese camino, abriéndole paso a la verdad -o al menos a su verdad- para comunicársela al pueblo, hasta entonces ajeno a la voluntad de las clases políticas, que eran claro, monarcas y nobles.
El mismo Moreno planteaba en su plan revolucionario de operaciones de 1810, que cuando las noticias eran malas había que imprimir menos ejemplares y por el contrario, imprimir más cuando eran buenas. Claro está, que la Gazeta no era el fin, sino un medio para concretar la revolución y Moreno era un político de cepa jacobina.
Eran revolucionarios, comprometidos políticamente con su Nación, con una causa, como lo fueron –en otro tiempo y en la otra vereda- Sarmiento, Alberdi, y Echeverría, como también lo fueron más cerca de nuestra época, Rodolfo Walsh, Alejandro Olmos, Miguel Bonasso, y algunos pocos contemporáneos que no voy a nombrar para evitar quedar adulón…
Dicen que la verdad es un acto revolucionario, y de hecho lo es… pocos son los que desafían el orden establecido a cambio de nada más que la satisfacción de hacer lo correcto… otros lo hacen porque esa verdad es afín a sus convicciones, y es –a mi juicio- tan lícito si el periodismo es el fin o el medio, siempre que el horizonte que se persigue sea el bienestar colectivo.
La clave está en que “el consumidor debe ejercer el beneficio de la duda”