La recuperación económica de la Argentina no fue milagrosa. Fue, en eso sí coinciden los economistas, sorprendente aunque la explicación es bien concreta: la mejora en el mercado externo, una buena cosecha que permitió recomponer los efectos brutales de la sequía y políticas contracíclicas que acompasaron los coletazos de la crisis internacional, que comenzó por las finanzas y pasó a la producción. Esa combinación de elementos, que aceleró los tiempos de la salida del torbellino económico, le permitió al sector empresario mantener las tasas de ganancias, que se fueron incrementando desde la salida de la convertibilidad.
Esa recomposición, inesperada, le jugó una mala pasada a todas las previsiones económicas. Un repaso fugaz por aquellos papers ya oxidados alcanzan para entender el impacto político que generó el desborde de cualquiera de ellos. En el último trimestre del año pasado, la “Carta económica”, el informe que elabora periódicamente Miguel Ángel Broda, estimaba que el producto crecería entre el 2 y 3% en todo 2010.
Para Broda, la recuperación de la Argentina sería mucho “más amarreta” en comparación con la salida de otras recesiones. A tono con su posición ortodoxa, cuestionaba la decisión oficial de intervenir en la economía porque esa política no ayudaría a “ganar la confianza de consumidores y empresarios”.
Pero ni siquiera los más benevolentes –como el informe del estudio de Miguel Bein– pudieron prever, en el último trimestre del año pasado ni a comienzos de éste, que la economía lograría un crecimiento por encima del 8 por ciento. Tampoco lo pudo anticipar el Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central, del primer trimestre de este año, que preveía un crecimiento cercano al 3,5 por ciento.
¿V, W o U?. “Nosotros veíamos un escenario optimista por la liquidez mundial y por eso, en octubre de 2009, planteamos un crecimiento del 4,8 por ciento. El otro punto importante eran las lluvias y la cosecha. Después de una enorme sequía vinieron buenas lluvias y eso modificó las estimaciones de cosecha, y se generaron incentivos para la ganadería”, indicó la directora del estudio Bein, Marina Dal Poggetto.
Los otros elementos que consideraron era “el tema energético”, que funcionó bien por las mismas lluvias que alimentaron las cosechas, y habían medido que “había capacidad ociosa” en el sector industrial como para abastecer la demanda.
Desde la heterodoxa Asociación de Economía para el Desarrollo Argentino (AEDA), Andrés Tavosnanska coincidió con Dal Poggetto en el peso que tuvieron las lluvias pero ponderó el comportamiento del sector externo, el freno de la fuga de capitales y las políticas de aliento al consumo. En esos puntos también concurrieron los otros economistas consultados, Andrés Asiaín (Centro de Estudios Económicos y Monitoreo de las Políticas Públicas-Madres de Plaza de Mayo), Agustín Crivelli (Instituto de Investigación de Historia, Economía y Sociedad, que dirige Mario Rapoport), Mariano De Miguel (Sociedad Internacional para el Desarrollo) y Nicolás Arceo (Centro de Investigación y Formación de la República Argentina).
“El año pasado estábamos en el medio de la crisis y el debate era si se trataba de una V, W o una U. El tema era cuán profunda y prolongada iba a ser la crisis. Pero lo que se vio es que Latinoamérica, China y la India, que son los principales mercados para la Argentina, rebotaron rápido”, indicó Tavosnanska.
Además, precisó –al igual que Asiaín– que el “frente interno” exhibía dos características novedosas para la economía local: reservas internacionales acumuladas previamente y superávit comercial. “Eso permitió financiar la fuga de capitales. Sin esos dos factores íbamos a una crisis externa como en 1995 y 1998/2001”, indicó. La fuga había sido importante entre mediados de 2007 y mediados de 2009 (u$s44.400 millones), pero se frenó en el último trimestre del año pasado, según datos del Mercado Único Libre de Cambios, Banco Central.
El acelerador. Con la crisis en marcha, volvió a ponerse en juego el papel del Estado: ¿debía intervenir para acomodar las fichas del tablero económico o debía dejar que el mercado repartiera los porotos? “A diferencia de otros países, ahora tenemos un sistema financiero con mayor estabilidad ante la crisis pero con fuertes deficiencias para cumplir el rol de canalizar el ahorro hacia fines productivos”, indicó Tavosnanska, y ponderó el resultado de la Asignación Universal por Hijo (AUH) –$220 por hijo para padres desocupados o que trabajan en la informalidad o tiene monotributo social– y las obras de infraestructura.
Según datos del Ministerio de Economía, la cobertura alcanza a unos 3.680.000 chicos, que reciben en total $9.211 millones al año que se destinan centralmente a alimentación y vestimenta. Ese aporte implicó que la indigencia cayera un 50% y la pobreza se redujera un tercio este año respecto de los niveles de diciembre de 2009: 1,5 millón de personas quedaron por encima de la línea de indigencia y 1,5 millón de personas dejaron de ser pobres.
“Cuando empezó la crisis se dieron los primeros créditos para compra de autos y electrodomésticos, pero sin grandes resultados. Después llegaron propuestas como la AUH, que tuvo otro peso en el resultado final en la compra de alimentos. El Estado jugó un rol contracíclico de manual y sostuvo el gasto público para compensar la retracción privada. La reacción del sector privado financiero fue cortar el crédito, fundamentalmente a las pymes, y esas empresas terminaron en el Banco Nación. Ahí el rol del Estado fue muy importante”, respondió Tavosnanska.
Crivelli también definió como “central el mantenimiento de una creciente demanda de consumo”.
Allí sumó la suba de las asignaciones salariales y las negociaciones sindicales, que permitieron que “la recesión no se tradujera en una caída de los salarios reales”.
En la misma línea, De Miguel sostuvo que fue “gravitante”, para la recuperación interna, la existencia de “una política gubernamental proactiva y marcadamente contracíclica, sobre todo desde el punto de vista fiscal”. Insistió: “Lejos de lo que se piensa habitualmente, de las desaceleraciones como la que sufrimos el año pasado no se sale frenando sino ‘pisando el acelerador’”.
Para Ana Rameri, economista del Instituto de Estudios y Formación de la CTA, “fue importante” la aplicación de la AUH pero su implementación “conllevó una desinversión en otras áreas sociales como los planes de empleo, becas y transferencias en especie a los sectores más vulnerables”. Agregó: “Este cuadro en un contexto de crecimiento de los precios, sobre todo de la canasta de alimentos, esteriliza los efectos sociales positivos y realimenta el cuadro de injusticia social instalado al financiarse con recursos de la ANSES, principal fuente de recursos del Tesoro nacional gracias a la postergación del pago de la deuda previsional y de la movilidad de los haberes a los jubilados”.
Táctica y estrategia. Otro elemento que se sumó al análisis tiene que ver con lo que ocurrió con el mercado laboral. Arceo, integrante del equipo que coordina Eduardo Basualdo, destacó el “mantenimiento del empleo registrado”. La crisis generó la destrucción de 134.000 puestos de trabajo registrados, que se recuperaron casi en su totalidad para el primer trimestre de este año, la mayoría en el sector de servicios, según el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA).
“Si durante la crisis no hubo contracción del empleo registrado fue en gran medida por el empleo público: se incrementó o blanqueó personal en el Estado. Esto último significó más dinero en el bolsillo que se volcó al consumo”, indicó Arceo.
Sin embargo, señaló una dificultad que no se logró resolver aún desde el Estado y es que “los salarios están estancados en términos reales, porque están apenas por encima de los valores que tenían a la salida de la convertibilidad. Lo que se necesita es una expansión sensible de los salarios que compense la suba de precios”.
–¿Pero esa discusión no implicaría volver sobre esa puja salario-precios sobre la que alertan algunos sectores?
–Es falso que la inflación esté originada por salarios. La economía creció a más del 7% anual acumulativo desde 2003 y los trabajadores no participaron de esa ganancia. La economía es más grande y creció la productividad pero los salarios siguen en niveles similares a la salida de la convertibilidad. Aquí no hay que perder de vista la tasa de ganancia que lograron las empresas, particularmente las 200 más grandes, y por eso no se puede culpar a los trabajadores por el aumento de precios. Necesitamos una política estatal consistente para lograr una recuperación de los salarios en términos reales, que modifique la estrategia de los últimos años, que estuvo orientada a moderar el incremento de salarios nominales.
fuente: BAE