El fin de una odisea: los 33 mineros fueron rescatados sanos y salvos

Luis Urzúa se había preparado muy bien para ese momento: abrió la rejilla y cuando tuvo enfrente al presidente Sebastián Piñera le hizo un gesto y entregó su turno, que él había liderado con heroísmo admirable, con la novedad de que están bien en la superficie, los 33, después de 70 días de encierro.
–Presidente, le entregó el turno. Que esto no vuelva a ocurrir –dijo.
Antes, su hijo se le acercó y lo tomó fuerte del cuello porque a él, como a nadie más en esta mina, le tocó esperar. A nadie como a él le tocó aguantar ese abrazo. En la lista, estaba en último lugar. Vio cómo sus compañeros de espera, de frío polar en las noches, de fogatas, de videoconferencias, se llevaban a sus padres, hijos y hermanos. Y él, nada. Esperar, como si 70 días no hubieran sido suficientes.
Tras recibir el turno del último de los mineros, Piñera recalcó la valentía de Urzúa para esperar hasta el final. Después le agradeció a las familias, al ministro de Minería Laurence Golborne, al jefe del operativo Andrés Sougarret y a los demás miembros del grupo de rescate.
–Y a alguien que nos ha ayudado mucho, Dios –afirmó.
Después se cantó la canción nacional y Chile entero fue una fiesta. Ya habían salido todos, los 33 podían descansar en paz, al lado de sus familias, sin la incertidumbre de cuántos metros había avanzado la excavadora o algo peor, que nadie en la superficie sabía si estaban vivos o muertos.
El día fue eso. Fue un subir y bajar, ascensos y descensos. De familias expectantes, de minutos de ansiedad. Fue la historia de este miércoles, la historia de la espera en escalas, en 33 etapas. A pesar de la impaciencia de los familiares, esta ceremonia de subir y bajar a la Fénix 2 fue mucho más rápida de lo previsto. El propio ministro de Minería, Laurence Golborne, salió a decirle a la prensa lo que era muy evidente: que el rescate iba a terminar antes de que finalizara el día.
Una sucesión de milagros. De alegrías. Desde el efusivo saludo de Mario Sepúlveda, las rodillas en tierra de Mario Gómez (ver p.21) y Omar Reygadas, de la felicidad de Franklin Lobos, José Ojeda, Carlos Bugueño. De las sonrisas del presidente Piñera y Sougarret.
Y la salud no fue un tema menor: todos estaban en perfectas condiciones. Sólo algunos necesitaban una normal asistencia para el viaje de sus vidas. Mario Gómez requirió de algo de suero y tubos de oxígeno y José Ojeda tuvo una especial atención por su diabetes.
Pero el ministro de Salud, Jaime Mañelich, dejó claro el asunto: “Es muy notable el estado de salud de los mineros. Sin contar algunas afecciones, la mayoría de ellos no necesitó de mucha atención médica de emergencia”, afirmó el funcionario.
Y es que fueron los mismos mineros quienes se encargaron de demostrar su estado de salud: todos salieron caminando de la cápsula y a Mario Sepúlveda casi hay que atornillarlo a la camilla para llevarlo a donde sería atendido en primera instancia.
Varias veces en el día, el helicóptero cruzó el cielo sin nubes del Desierto de Atacama y llevó en sus entrañas a los mineros, como una forma bastante espectacular de finalizar ese terrible encierro de los últimos 70 días.
La dirección de ese helicóptero era el Hospital de Copiapó, un edificio de color carmesí a punto de ser demolido, mientras a su lado se construye la nueva sede. Sin embargo, a pesar de tener las horas contadas, fue rejuvenecido para atender a los 33 mineros que se están ubicando en sus cuartos para ser atendidos en todos los detalles. Este lugar será la antesala de la libertad definitiva.

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