“Entendemos que ese compromiso nos involucra a todos los ciudadanos argentinos, y que desde cada lugar que ocupamos en nuestra sociedad podemos colaborar a través de nuestro accionar cotidiano.
Nosotros, los docentes, lo hacemos día tras día desde hace varias décadas y nos damos cuenta que esto no es entendido por la mayoría de nuestros compatriotas, por el contrario se nos juzga y responsabiliza del estado precario de la educación sin conocer verdaderamente la difícil tarea a la que nos enfrentamos diariamente.
Hacemos lo que podemos y más, pero esto no alcanza a ser lo que debemos, porque para eso es necesario que se garanticen una serie de condiciones que han estado y siguen estando ausentes.
Como consecuencia sentimos frustración profesional, que peligrosamente cada día se parece mas a la “incompetencia” para desempeñar el rol esencial de enseñar.
Es entonces cuando nos preguntamos…
¿Cómo hacerlo?
Si ante el cambio continuo de la sociedad nos hemos quedado con herramientas, que resultan inútiles al momento de estimular e incentivar a nuestros niños y jóvenes.
La capacitación que recibimos es insuficiente. El acompañamiento en nuestra tarea es tan débil que termina por ser una complicación antes que una solución. Nadie nos brinda con claridad los métodos para poder contener y transformar la conducta de nuestros alumnos cuando aparecen: la irritabilidad, la burla, los insultos, la indiferencia, la falta de respeto, la agresión violenta (defecar y orinar el escritorio y el armario del docente por ejemplo), la desacreditación continua de nuestra figura y autoridad.
¿Cómo hacerlo?
Si aún al ejecutar toda la normativa, los mecanismos de sanción y corrección disciplinar, sin violar el derecho del alumno y sin perder de vista la contención e inclusión social, las respuestas y ayudas obtenidas resultan insuficientes e inútiles.
¿Cómo hacerlo?
Si además todo lo antes descripto se desarrolla en un ámbito de absoluta precariedad edilicia.
En una escuela donde sus paredes de chapa aluminio ya no resisten el calor, el frío, la humedad, ni la lluvia. Una escuela sin espacio para jugar, con instalaciones y cañerías que colapsan cuando llueve y provocan inundaciones en el patio, aulas y corredores. Una escuela con techos que parecen de cartón, de los cuales no puede pender más de un foco y un ventilador (si es que lo tiene, y en tal caso, pagado por los docentes).
Una escuela donde se interrumpe la corriente eléctrica y el tanque de agua detiene su carga cuando la temperatura es alta, entonces ya no sólo hace calor sino que no hay agua que tomar, tampoco para garantizar la higiene de los baños… Y los niños siguen ahí, nosotros también…
Una escuela sin espacio para hacer gimnasia, lo que provoca salir con los alumnos hasta el club del barrio donde no hay sombra, y toda la clase se desarrolla bajo el rayo del sol que soportamos tanto los niños como los docentes, pues como está a dos cuadras de la escuela debemos acompañar a nuestros grupos sin saber si el seguro escolar nos protege ante algún accidente.
Ante tanta impotencia y angustia en la tarea diaria, nuestra salud es afectada y como consecuencia hacemos uso de la licencia correspondiente, pero es allí cuando aparece como un elemento más de desaliento la solapada acusación pública de la especulación, abuso e irresponsabilidad docente…
Similar situación se desencadena cuando reclamamos por la mejora del sistema, a través de la discusión y pelea gremial, al poner en ejecución los planes de acciones directas (paros), para solicitar aumentos de los salarios y mejores condiciones de trabajo…
A pesar de todo siempre sugerimos, proponemos y exigimos las soluciones por la vía que corresponde, pero éstas nunca llegan.
Este año contamos con el compromiso público que hizo el señor Gobernador en el mensaje de fin de año, donde se refirió específicamente a nosotros, considerándonos los verdaderos protagonistas de la educación. Es una distinción que agradecemos y una consideración que compartimos.
Sabemos de nuestra responsabilidad y por eso pedimos ¡Ayuda!
Necesitamos:
• Inversión en educación.
• Mejores sueldos.
• Escuela nueva.
• Capacitación permanente y en servicio.
• Acompañamiento de profesionales en forma constante y efectiva (gabinetes especiales).
• Implementación de reducción horaria para los chicos con problemas de disciplina.
• Talleres y actividades diferentes desempeñadas por otros actores sociales.
• Coordinación entre las políticas de salud, minoridad, y educación.
• Modificaciones en la estructura de evaluación pedagógica (es necesario rever la promoción automática, ya que la escuela se ha convertido en un depósito de niños que no aprenden, pero para no excluirlos se los promueve año tras año agravando la debilidad de la calidad educativa.
Esta denuncia pública ha surgido de la impotencia y el hartazgo colectivo del personal de la Escuela 34. Creemos que la opinión pública debe conocer lo que pasa muros adentro de las escuelas, ya que la educación nos compete a todos…
Existe el otro camino que es más cómodo: el del silencio, la complicidad, la hipocresía, hacer como que todo está bien, mirar para otro lado y no meterse… total los resultados son a largo plazo… tal vez… otros doscientos años…”.