Juan Manuel Dotti, un vecino cuya vivienda se ubica cerca del paso a nivel de Roque Saénz Peña, dijo a DIARIOJUNIO que la situación no está “tan mal”. “Se ha trabajando bien; los camiones han llegado más o menos a tiempo”, admitió. El único problema es la falta de baños. En tres vagones conviven cuatro familias: cerca de 40 personas. “Tenemos que ir a los vecinos, ellos colaboran, pero es medio indignante. Es totalmente incómodo: vos sabés que el baño es una cosa privada. Nos da un poco de vergüenza tener que pedir”, indicó.
Aunque el agua aún no se alojó en la casa de Dotti, se quedó sin electricidad y las cloacas no funcionan. Por lo tanto, se mudó a las vías. “Estoy en la misma y me tuve que venir al vagón donde guardo las cosas y aparte cuido”, señaló. “Vivir en un vagón es impresionante porque hace mucho calor. Después, de noche es lindo, es una habitación”.
El huésped indeseable se instaló en varias de las viviendas ubicadas a lo largo de Roque Saénz Peña. Algunas ya tienen un metro de agua. Algunos vecinos optaron por mudarse a los vagones. Otros siguen en sus hogares. Aunque el agua llega a la cintura en la esquina de Roque Saénz Peña y Lamadrid, dentro de una vivienda el piso se ha elevado hasta el equivalente a una altura de 14,50 mts. y los propietarios se han quedado en su interior. “El agua no les ha llegado al piso de la casa”, dijo Dotti. Otra vecina que vive cerca se refugió en un altillo. “El problema es que cada vez que tienen que entrar o salir de la casa tienen que mojarse”, añadió.
Cuando el agua se retira, no significa que los problemas se van con ella. “Lo más difícil cuando se va el agua es la limpieza y volver todo a la normalidad. El agua trae una pátina de cloacas que te va quedando pegada en las paredes. Si estuvo mucho tiempo se humedecen las paredes”, dijo Dotti.
“La seguridad es buena y hay mucha policía pero ayer acá hubo un tiroteo porque había gente que se estaba metiendo para sacar cosas de una casa y anteayer también hubo tiroteos en esta zona por esa misma causa”, indicó Dotti señalando a la zona anegada de calle Buenos Aires. “Te rompen los techos porque la gente lo primero que hace, cuando llega el agua, es subir cosas a los altillos”, añadió.
A 20 metros de la esquina de Lamadrid y Buenos Aires, en dirección al club Libertad, se encuentra la casa de Gerardo Fernández, quien fue responsable de Defensa Civil en la intendencia de Hernán Orduna. El río se encuentra a muy escasos centímetros de alcanzar el escalón de ingreso a su vivienda. “Yo diría que tenemos el agua al labio, no al cuello”, se lamenta sin perder el humor. En referencia al tiroteo que percibieron a dos cuadras de distancia, dijo no haber escuchado nada. “Seguridad hay. No quiere decir que algún pillo ande también, pero tenemos constante patrullaje en bote de la policía rural y hay parejas de policías fijos en las esquinas”, indicó. Aunque no negó que algún vecino, al divisar un movimiento raro, haya disparado al aire.
El vecino resaltó la diferencia en ese aspecto con la crecida de 2002. “Los mismos vecinos medio que nos juntamos y nos hicimos tipo una patrulla con un bote y andábamos peleando porque siempre hay amigos de lo ajeno”, recordó. “Son ruines porque aprovechan la desgracia del otro para sacar provecho”, agregó.
Si bien el agua aún no alcanza el escalón de entrada, ya ingresó furtivamente en el interior de la casa por las cloacas. “Ya tengo 70 cm. de agua”, dijo Fernández. “Podés hacer mucho paredón; cuatro o cinco ladrillitos en las puertas pero sino bloqueaste la cámara antes de que te entre por las cloacas, sonaste. Te va a entrar por los resumideros y, por supuesto, por el inodoro”, reflexiona.
En la esquina, una mujer lanza un aparejo desde la ventana ubicada en el primer piso. Fernández asegura que en los zanjones de la calle de tierra, totalmente cubiertos por el agua, nadan mojarritas pero se queja del tamaño. “Si fueran más grande las pescaría”, indicó. Desde la misma ventana donde minutos antes estaban pescando, la mujer ahora lanza baldazos de agua a la vereda, como si la vivienda fuese una embarcación que comienza a hacer agua e intentase llevarla a tierra firme.
Fernández asegura que retiró la heladera, los colchones y el lavarropas y los envió a la casa de un pariente junto a su familia. En la casa sólo permanece él cuidando los enseres que dejó sobre tarimas y cajones a una altura de 15,50 mts. A la vuelta de la esquina, en dirección al río, las casas ya tienen más de un metro de agua. “El día después de que se va el agua, tienen 30 días para normalizar la cosa. Las casas de material absorben una humedad impresionante; los cañitos de la instalación eléctrica se llenan de agua; al que no se le cae un pedazo de muro o una pared tiene que pintar toda la casa”, indicó.
En el puerto, el edificio de Prefectura sigue siendo ocupado por la fuerza. Al lugar sólo se puede acceder a través de embarcaciones. Las camionetas y los trailers de las embarcaciones de la fuerza se ubican al final de calle Mitre. El agua verdosa con un cardumen de basura flotante cubre la calle antes de la esquina de Mitre y Lamadrid. En esa cuadra vive Lila, una mujer que va y viene mirando el nivel del río. “Estoy preparada; estoy inquieta; estoy molesta; estoy orando pidiéndole al Señor que esto se corte ya”, confiesa
Durante el día, Lila va baja por Mitre y recorre Bolivia, midiendo si el río avanzó unas baldosas más; subió o no el cordón de la vereda a tal altura; si ya entró en tal o cual casa. “La radio dice una cosa y después venimos y está un poquito más. Queremos algo justo, que nos digan la verdad”, dice Lila. “Estoy rogando a nuestro Dios no sólo por mí sino por toda esta gente que está sufriendo. Acá a la vuelta perdieron los animales, los muebles porque uno a veces deja todo para acarrear los muebles y cuando se quiere acordar tiene todo ahí y no puede sacarlo”, dice Lila mientras un perro observa todo ubicado estratégicamente en el alero sobre el zaguán de una casa anegada.
Cerca del mediodía, el Manzores engullía lentamente el asfalto de calle Colón en dirección a Alberdi. Carola miraba preocupada el avance del agua sentada en la vereda junto a dos familiares. A 30 metros en dirección contraria, se encuentra su casa. “Tengo el agua adentro ya. Ya saqué todo pero me faltan muebles y no tengo donde meterlos”, explicó. Le quedan los roperos y la cama y no quiere llevarlos a un centro de evacuados. Si bien los alzó por encima del piso, son muebles grandes y no puede elevarlos mucho más. “A 15 metros se nos moja todo ya”, explicó.
Si bien sabía de la crecida, Carola esperaba que con la modificación de las bocas de tormenta del barrio y el recuerdo de la subida en 1997 -si bien debió evacuarse el agua no llegó al interior de su casa- podría pasar sin mayores complicaciones. “Pero se me vino de golpe el agua y tuve que empezar a sacar”, admitió “Lo bueno es que es un barrio retranquilo. Los vecinos entre todos nos ayudamos y vigilan de noche. Además está mucho la Policía. Hay gente de Paraná, de Villaguay cuidando”, dijo Carola.
El agua tiene un tono verdoso extraño. Para Carola, se trata de una mezcla entre el Manzores y el agua de cloacas. “Está lleno de bichos, de víboras y de mosquitos. Hay muchas yararás que viene del norte. Acá a la vuelta mataron tres yararás”, dijo. El agua seguía trepando por Colón: uno de los familiares de Carola retornaba a la casa mientras ella volvía a llamar para saber si había conseguido lugar para sus muebles.