Quizá estemos pronto ante un desafío, porque Uruguay y la Argentina acudieron a una corte internacional para ocultar los fracasos y las mentiras de sus gobiernos, y es prudente entonces estar preparados si queremos poner a prueba la hermandad y con ella, la banda roja.
Hoy lucimos con orgullo no disimulado el pabellón a dos bandas, sin que eso compita con nuestras banderas nacionales, la uruguaya, la argentina, pero hay algo en la bandera oriental que nos arraiga y que, entre muchos valores, nos cultiva el valor de la unidad por sobre límites no queridos.
El río Uruguay fue convertido en muro hace mucho, y nosotros, que tenemos el mandato histórico de derrumbar ese muro lo haremos con sólo trazar una cinta roja de banda a banda, un puente que no es de cemento, que no se ve, que no se da al tacto, porque pertenece a otra dimensión. No es el único puente necesario, pero el puente que más importa.
La bandera argentina es argentina, la uruguaya, uruguaya. La bandera oriental es sudamericana, no reconoce fronteras, y por esas rarezas del destino (y no tanto), lleva el color del ceibo.
Para junio pasado redactamos una suerte de manifiesto para los gurises entrerrianos, que se extiende, sin forzar nada, a los gurises uruguayos y alcanza entonces a los orientales todos de las dos costas, principalmente, los orientales del Paraná.
Decíamos: ¿qué sentido tiene que enarbolemos esta bandera cruzada de rojo?
Un 19 de Junio nació José Gervasio Artigas, que sería el más leal Jefe de los Pueblos Libres, y para identificar a estos pueblos libres nos dio una bandera de tres colores. Las luces que encendió siguen alumbrándonos, calentándonos.
Si la bandera fue chorreada de sangre, desde entonces jamás podrá pasar inadvertida. Si encarna la vida de los sudamericanos, ese símbolo compromete.
Un día de 48 horas
¿Qué estamos diciendo nosotros al agitar la Bandera Federal?
Un grupo de docentes argentinos propuso que el 19 de Junio no sólo recuerde la gesta del pueblo sudamericano con Artigas al frente, en homenaje al nacimiento del prócer, sino que también sea el 19 de Junio el Día de la Bandera Federal de los Pueblos Libres, en la Argentina.
Qué buena onda. Ya sabemos: el 20 de Junio le cantamos a la Bandera Nacional Argentina, porque un día así de 1820 murió en la pobreza Manuel Belgrano, el fundador, un patriota que reunió todas las virtudes y padeció todos los olvidos.
Belgrano, claro, tan oriental como argentino, de cuando la división de hoy resultaba inimaginable.
Un 19 de Junio de 1764 vio la luz José Artigas, el padre de los principios fundacionales de la nación: la libertad, la independencia, la división de poderes, el federalismo (autonomía de las regiones sudamericanas); la igualdad, la distribución de riquezas, la intransigencia ante los imperios, la dignidad de los pueblos, la promoción de los más infelices, el no dejarse arrear con promesas falsas, el estar alerta ante las trampas del discurso.
Entonces, juntar esas dos fechas resulta la mejor coincidencia, la más auspiciosa oportunidad que la historia haya podido regalarnos a los argentinos, y que los orientales saludamos de pie.
Si algo nos faltaba para completar un sello sudamericano, era dar a Artigas y a Belgrano un solo día, una jornada de 48 horas; ver en esos dos nombres una sola nación que tiene nombre: Sudamérica.
¿Qué nos dice?
Lo primero que escuchamos de esta banda roja es la palabra hermandad. Porque varios pueblos vecinos nos reconocemos en ella.
Si de corazón alzamos la banda roja, jamás podremos aceptar la división de estos pueblos, el centralismo, la concentración del poder. Banda roja es soberanía de las provincias, es embeber a las instituciones en aquel antiguo axioma sudamericano “naide es más que naide”. O dicho de otra manera: igualdad de oportunidades para las regiones, para las provincias, para las ciudades; igualdad de oportunidades para los jóvenes, para los sudamericanos. Federación, en una Sudamérica unida, es confederación. Ahí está el camino.
La banda roja nos dice a todos mucho más de lo que queremos ver. ¿Qué nos dice? Nos dice independencia, soberanía, porque esta franja expresa el espíritu de los primeros que, tras Mayo de 1810, se negaron a obedecer a los reyes europeos; los que exigieron (sin éxito) la declaración de la independencia ya en 1813. (Y eso no distingue entre uruguayos y entrerrianos).
Esa banda roja nos dice también república. Eso significa que si la enarbolamos de corazón es porque no aceptamos que nos ensucien el derecho a una justicia que no se incline ante el poder partidista o económico, el derecho a tener como jueces a las mujeres y los hombres probos, incorruptibles.
¿Y algo más? Claro que sí, porque expresa la dignidad y los derechos de los pueblos originarios. Entonces uno no puede izar la banda roja sin jurar respeto y agradecimiento y arrepentimiento y compromiso reparador.
Tampoco podemos izar la banda roja sin la conciencia plena de las ofensas que debieron soportar las mujeres y los hombre traídos del África, esa madre despojada, y los hijos de esos indios y negros y europeos, que llamamos gauchos, criollos.
Muchos se consolaron en ese color. Cuántos europeos llegados hace un siglo y pico, en otra inmigración masiva, tomaron como propios los valores de la banda roja y sufrieron también, como los hijos de la tierra, ese flagelo tan naturalizado llamado expulsión, destierro y dieron sus luchas con otro rojo que se fusionaba de maravillas.
Todos ellos somos nosotros. Por nosotros se pone más colorada la banda roja. En nosotros pensó primero José Artigas cuando repartió tierras. ¿Cómo se comprende la concentración de propiedades hoy, el latifundio, ante el mandato de la historia que llama a socializar? Y en nosotros pensó cuando buscó una extensión generosa de territorio en Arerunguá para permitir que el charrúa pudiera desarrollarse en paz.
Alzar la banda roja es comprometerse con reformas financieras para dar oportunidades, reforma agraria para permitir a las familias un desarrollo, reforma comercial para revertir la tendencia a los hipermercados; reformas por organizaciones solidarias, comunes. Reforma al fin para poner en el banquillo al individualismo, al consumismo, al capitalismo, y para dejar que el mundo obrero y microemprendedor cocine su estofado con los ingredientes que quiera.
Siempre vuelve
Existen aspectos que fueron cambiando y que hoy no podrían comprenderse con categorías de aquellos años 1810, 1813, 1815.
Por ejemplo, en aquella época no existían masas de obreros en las fábricas, no existían las comunicaciones digitales de hoy, no existían los aviones, la guitarra eléctrica, el MP4. Nada de eso. ¿Entonces qué tiene para decirnos hoy Artigas? Los principios.
Hoy la palabra independencia debe interpretarse conociendo el poder de las multinacionales, por caso; la palabra federación se entiende en las discusiones por la coparticipación en la Argentina, o en los debates por la unidad sudamericana en nuestro continente. La palabra dignidad se entiende comprendiendo la situación de los indigentes y de los desnutridos, y se entiende en el necesario destierro de los sistemas de compra de conciencia y los clientelismos varios.
Está claro, la banda roja no es para flojos, conformistas, resignados. No.
El compromiso se explica sabiendo qué lugar darle a la diversión, qué lugar a las responsabilidades. Igualdad podría llamarse distribución de riquezas, liberación para los que menos tienen, oportunidad para todos.
Si Artigas supo descubrir y enfrentar tantos engaños de aquí y de allá, esa misma actitud nos sirve hoy para estar atentos ante las tretas siempre cambiantes del poder, las mañas, sean de Buenos Aires, Montevideo, Paraná… Si él supo caminar junto a sus hermanos, y durmió en sus mismos toldos, cuánto dice esa actitud a los gobernantes de hoy. Si él resistió con fuerza y organización, si supo levantarse de cada tropiezo, cuánto sigue diciendo Artigas a los pueblos de hoy que izamos la banda roja.
Mientras unos pocos se queden con lo que a otros les falta, la banda roja nos recordará que está hecha de sangre. Ella no nació para el turismo, para la foto, para que el paisaje resulte pintoresco.
Artigas, hombre “alvertido” al decir de Yupanqui, estaba muy prevenido de farsantes y ese también es un legado, el advertimiento.
Hacia el futuro
Vista así, la banda roja es más futuro que pasado. El tiempo, lejos de desteñirla, le impregna más color.
En años de José Artigas no existían los problemas ambientales que se nos plantean hoy, pero la banda roja es hondamente aborigen y el indígena sudamericano tiene en su cosmovisión la relación armoniosa con la naturaleza, de modo que la Bandera de los Pueblos Libres conversa con el monte, con el río limpio, con los pastizales, los pájaros, el aire puro, la vida; no con el ruido, el humo, la contaminación.
Si hoy se presenta un problema en la “frontera” entrerriano uruguaya, por caso, la banda roja nos dirá que no reconoce límites allí, y el mensaje es tan obvio que apenas si requiere explicación. En tanto alcemos una banda roja, las posibilidades de distanciamiento entre hermanos no serán escasas, serán nulas.
Dicho esto, vayamos al grano: la banda roja será nuestro refugio y nuestro fuego, el fuego nuestro, sudamericano, el día que la Corte Internacional de la Haya falle sobre el asunto de las pasteras y sobre los incumplimientos de los tratados binacionales. En la banda roja nos reconoceremos los pueblos, tirando parejos en un solo sentido, sin divisiones estériles ni límites antojadizos que sabremos sobrevolar, como vuela el bracita de fuego, a dos bandas.