“Comparaciones entre ayer y hoy”

En los comicios siguientes, gana otra vez el radicalismo. Pero ahora la figura es Alvear, que no sería un continuador de esa política. Era un aristócrata que saboteó la reforma universitaria, paralizó obras ferroviarias en el sur y, en general, planteó el retorno a políticas similares a las de principios de siglo. Esta vez, la UCR había ganado en doce distritos sobre quince, contra seis de la oportunidad anterior. Eso era fruto de la política de Yrigoyen, que su sucesor desdeñó para impulsar un modelo totalmente opuesto.
El partido se dividió. El sector antiyrigoyenista en la Legislatura recibió el apoyo de socialistas, demócratas progresistas y conservadores. Y para 1928 elige su propia fórmula presidencial, con el respaldo de los conservadores y de la mayoría de los gobernadores. Pero el viejo caudillo reconstruyó el partido con el resto de sus seguidores, al punto que en varios comicios provinciales, confirmó un creciente apoyo popular. Esto fue utilizado por la oposición, que empezó a expresar su desconfianza por la Ley Sáenz Peña y a manifestar que “los seguidores de Yrigoyen eran corruptos”. Por las dudas, hicieron correr rumores de golpe militar.
Y algunos conservadores se inclinaron decididamente por una dictadura militar, al estilo de las de Italia y España de aquellos tiempos. El triunfo yrigoyenista fue aplastante. Casi el 60 % de los votos fue para el caudillo radical. Y, sin embargo, terminaría con un golpe militar. Un informe del Foreign Office destacaba que “la experiencia de los gobiernos radicales (…) había convencido a las clases privilegiadas de unirse a fin de evitar el peligro comunista que esos gobiernos habían dejado desarrollar. Unión que pudo concretarse en el golpe militar de 1930”. Francisco Pinedo calificaba al gobierno como el más “inepto” y el más “inmoral” que había regido el país. Y “La Nación” señalaba que “los diarios más autorizados comentan con sorpresa el momento dramático en que ha caído la Nación por el desgobierno (…). La opinión no puede presenciar esa disolución del ascendente país, sin sentirse culpable de complicidad si no contribuye con su presión al cambio radical de las cosas. Y la opinión reclama de modo categórico ese cambio”.
Con el gobierno de Alfonsín también se puede hacer comparaciones. Este dirigente radical también recibió un país empobrecido, una población hambreada y una desocupación elevada. Cuando pretendió revitalizar la economía con el Plan Primavera, lo hizo con el acuerdo de la Unión Industrial Argentina y la Cámara Argentina de Comercio. Pero al ponerse en marcha el desdoblamiento de tipo de cambio, la Sociedad Rural Argentina, la CRA, la CONINAGRO y la FAA dijeron que era un despojo al campo. Entonces las asociaciones empresarias rompieron la alianza con el gobierno, se consideraron liberadas del acuerdo de precios convenido en el Plan, y los exportadores se negaron a liquidar divisas a la tasa de cambio oficial. Ante estos hechos, el equipo económico renunció, pero los que los reemplazaron “no pudieron neutralizar la espiral inflacionaria (…) Los golpes de mercado pasaban a reemplazar a los antiguos golpes de Estado y pusieron de manifiesto el considerable rol que los poderes económicos locales habían adquirido en el contexto de un régimen democrático”. Alfonsín también tuvo su contra en el mismo partido: Eduardo Angeloz, el candidato oficialista en los comicios siguientes, planteaba “abiertamente la profundización de un modelo privatizador y liberalizante”.
(¿Es posible que en un partido existan dos corrientes claramente opuestas en políticas de Estado? ¿No es que en la plataforma de cada uno de los partidos se declara la posición que los mismos sostienen en materia de política social, económica, educacional, etc.?)
¿Y qué comparaciones se pueden hacer con el gobierno del Dr. Carlos Menem? Ninguna, porque aunque había prometido “la revolución productiva” y “el salariazo”, desde el comienzo hizo todo al revés: hizo alianza con Alsogaray y lo llevó de asesor presidencial, puso en Economía a un representante de Bunge y Born, indultó a los militares procesados por genocidio, y se lanzó de lleno en la reforma de la Constitución a fin de lograr la reelección. Así pudo obtener la segunda presidencia, con el apoyo de la liberal UCD, de las clases altas, y de sectores medios seducidos por la aparente estabilidad económica. Ya no tuvo empacho alguno para que Domingo Cavallo fuera su ministro de Economía… que marcó el principio del fin: se agudizó la recesión, la desocupación ocupó el centro del escenario político-social, pero los apoyos empresariales y de centros inversores extranjeros obligaron a Menen a ratificar a su ministro “hasta el fin de su mandato”. Hubo huelgas, cortes de ruta, instalación de la carpa blanca, protestas todas por mejoras salariales y otra huelga con la consigna “contra el modelo y la flexibilización”.
De De la Rúa, mejor no hablar. Nos dejó el país del 2001.
La derecha se consolida porque de ella son los medios de comunicación. Tienen el cuarto poder, en el que —cosa muy curiosa— no hay un solo periodista que apoye a este gobierno. Asombra la similitud con la situación durante el último Proceso militar.
Pero no tiembla el pueblo. Son los dueños de los medios los que lo hacen. Por eso se oponen al proyecto de regulación de los mismos, unidos con la oposición y con los infiltrados en las filas del justicialismo.
Así están las cosas. Pero todavía queda el voto. En las próximas elecciones, habrá que luchar para que no ganen los que tienen ganas de eliminarlo.

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