El mayor retirado Juan Manuel Valentino, primer militar detenido en la provincia por delitos de Lesa Humanidad, fue jefe del Área 213, que abarcaba los departamentos de Gualeguaychú, Concepción del Uruguay y Gualeguay y dependía de la Zubzona 21 del Ejército, con sede en Rosario, desde diciembre de 1974 y hasta noviembre de 1976.
Valentino fue denunciado en la década de 1980 porque era quien ordenaba los secuestros de militantes y presenciaba y practicaba las torturas a presos políticos en la sede de la Policía Federal de Gualeguaychú, según relataron varios sobrevivientes.
Julio Rodríguez, también detenido y enviado a la cárcel de Marcos Paz, integrante de la Policía Federal de Concepción del Uruguay, conocido por el apodo de Moscardón Verde, fue señalado por ex detenidos como integrante de los grupos de tareas, que operaron en la zona oeste del territorio entrerriano.
En el Área 213 –dentro de la organización militar– también fueron secuestrados en Gualeguaychú Norma Beatriz Noni González y Oscar Alfredo Dezorzi, ambos en agosto de 1976; como también Juan Alberto Uriarte, detenido en Concepción del Uruguay, en 1976. Los tres continúan desaparecidos.
Confiamos en que este sea el primer paso en el camino de la justicia, que es la base sobre la que debe edificarse el sistema democrático. Porque aquellas sociedades que no conocen ni juzgan a los asesinos corren el riesgo de que los crímenes del pasado se repitan en el futuro.
Lo que sigue son algunos detalles de lo contado en estos días por Manuel Ramat, Rubén Arévalo, Enrique Marichal, Daniel Sequín, Jorge Molinelli, y María Luz Piérola ante la jueza federal de Paraná, Myriam Galizzi.
“(…) Sólo los que vivimos esto sabemos lo que es la mochila de los muertos y desaparecidos (…)”.
“(…) Fui detenido el 16 de noviembre de 1976 en mi domicilio por fuerzas combinadas, según lo que me dijeron antes de encapucharme (…) Entraron a mi casa y me introdujeron en el baúl de un auto, me llevaron a un lugar, me tiraron sobre un carretón tirado por un tractor. Hicimos un tramo aproximado de 100 ó 150 metros hasta llegar a una casa (…) Cuando no era torturado percibía el olor al criadero de chanchos y también escuchaba el ruido de aviones de gran porte, despegando y aterrizando (…)”.
“(…) Fui detenido por la Policía de Diamante, me llevaron a la comisaría y luego me trasladaron, sin capucha, a diferentes comisarías de Paraná (…) En una de ellas me dijeron que estaba bajo PEN y me llevaron a la Unidad Penal Número 1. Mientras estuve detenido en las comisarías estuve en condición de desaparecido, nadie sabía dónde estaba (…)”.
“(…) Me subieron a un Unimog junto a otra persona. Ambos estábamos vendados y esposados. En un momento nos dieron una pala a cada uno para que ‘nos cavemos nuestra propia fosa’. Nos dieron una vuelta y tomamos por un camino de tierra, después por Avenida Zanni o Jorge Newbery. El camión saltaba sobre los paños de cemento y en aquella época esas eran de las pocas calles que tenían las juntas de cemento. Luego de 15 minutos tomamos otra calle de tierra y llegamos a una casa que no tenía luz, en la que se sentía el ruido del sol de noche. Nos bajaron y nos dijeron que nos agachemos porque íbamos a pasar por un túnel; y con una culata nos pegaron (…) Quedamos en esa casa. El piso era de mosaicos ladrillo, tipo colonial (…) A la tardecita llegó un grupo que me hizo interrogatorios y me torturaron con picana y el submarino seco, o sea, me asfixiaban con una almohada. Estaba vendado con algodón en los ojos y una capucha; las personas que me interrogaban eran dos (…)”.
“(…) Me descalzaron el hombro derecho, me esposaban hacia atrás y por el movimiento de dolor que me generó la picana se me salió el hombro. Al día siguiente se presentó una persona de guardapolvo blanco y dijo: ‘¿A quién le duele el bracito?’, y le contestaron: ‘A este doctor’. Esta persona me movió el brazo un poco y dijo que sí, que parecía que me dolía. Me retiró las esposas, me dio un tirón y lo acomodó. Los otros preguntaron si me podían seguir dando y este respondió que sí ‘el perejil está puesto’ (…)”.
“(…) Llegamos a un lugar que con posterioridad pude identificar como la Comisaría del Brete, en este lugar estuve durante 45 días aproximadamente. Oía el tren que iba en horarios regulares y con posterioridad también supe que era el tren que iba a Estación Parera. En este lugar siempre estuve sólo en una celda, vendado y esposado. En frente de la celda podía ver una especie de pasillo y bajando había una escalera tipo caracol que iba al sótano donde me torturaban (…)”.
“(…) Algunas veces me torturaban mientras estaba comiendo. Tenía que comer con las manos y con los ojos vendados hasta que en un momento llegaban a interrogarme con trompadas y golpes en los oídos, que llamaban ‘teléfono’ (…)”.
“(…) Una mañana, estando en la Comisaría del Brete, me dijeron: ‘Ahora se decide tu vida, preparate’, y me gatillaron un arma en la cabeza. Después me llevaron en el baúl de un auto para el Batallón de Comunicaciones y me metieron en los calabozos con otro detenido (…) Sabía que estaba en Comunicaciones porque había hecho la conscripción en un depósito de sanidad, contiguo al Batallón (…)”.
“(…) Me hicieron desvestir, me ataron de manos y pies a los extremos de la cama, al elástico de metal; a veces me mojaban y aplicaban picana. Tenían dos tipos de picana de distinto voltaje; a una la llamaban ‘Martita’ y a la otra ‘Josefina’ o ‘Enriqueta’. Una era a batería y la otra estaba conectada con un regulador de 220 voltios (…) En una oportunidad me dijeron: ‘Ahora vas a conocer a Martita o Enriqueta’, y sentí como colocaban la batería sobre la cama (…)”.
“(…) No se quiénes eran las autoridades del Batallón de Comunicaciones, pero escuche de boca de Tortolo que dependía del general Catuzzi (…)”.
Monseñor Adolfo Servando Tortolo, fue Vicario General Castrense, Arzobispo de Paraná y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Murió impune en 1986. Abel Teodoro Cattuzi fue Comandante de la Brigada de Caballería Blindada II con asiento en Paraná desde diciembre de 1975 hasta diciembre de 1976. También murió impune.
“(…) Me detuvieron el 12 de agosto de 1976 en el Club La Vencedora de Gualeguaychú, pasé toda la noche en la Jefatura de Policía de la Provincia y el 13 me trasladaron a Paraná (…) En Comunicaciones me bajaron a cara descubierta, me tabicaron y acostaron en una cama. Allí estuve hasta el 8 de octubre de 1976 (…) Luego me trasladaron a la Unidad Penal Número 1. Estaba todo sucio y barbudo; festejaba que había llegado a la cárcel y el guardia me hizo ver que estaba preso. Yo le expliqué que la cárcel significaba mi blanqueo (…)”.
“(…) Había una mujer con heridas de balas en el pecho, en una de las piernas y en la parte posterior de la espalda. Eran marcas de operaciones, de costuras (…) Esta mujer me dijo que tenía familiares que estaban negociando para que la sacaran del país o volviera a Chaco. Esta persona me dice: ‘Soy la Negra Feitas, mi compañero es Argüello’ (…)”.
María de las Mercedes Fleitas fue secuestrada el 23 de septiembre de 1976 en Córdoba. Su compañero, Cesar Argüello, fue asesinado durante ese mismo enfrentamiento.
“(…) En la Unidad Penal Número 1 me recibió un médico que era de la cárcel que me revisó (…) Yo había llegado golpeado y muy lastimado en el vientre producto de la picana; estaba quemado pero por dentro, estaba hinchado pero en la parte superficial de mi vientre no se notaba nada. El médico me dio una pastilla y nada más (…)”.
“(…) Cuando llegué a la Unidad Penal Número 1 con los testículos en muy mal estado y los pies en carne viva, el doctor me dio una pastilla que no me hacía efecto alguno. Un día, para comprobar qué era esa pastilla, la tire en un jarro con agua y no se disolvió. Creo que era de yeso (…)”.
“(…) De la Unidad Penal Número 1 fui retirado por lo menos tres veces. Esto sucedió dentro del predio de la cárcel; en la guardia me encapuchaban y con el tiempo pude comprobar que era trasladado a la Unidad Familiar y a la Casa del Director. La Unidad Familiar estaba al lado de la cancha de fútbol que había en aquel entonces (…) A estos lugares era llevado para que firmara documentos ‘para darme el paso previo a la libertad’, pero no pude ver lo que firmaba porque estaba encapuchado y sólo me levantaban apenas la capucha para hacerlo (…)”.
“(…) Iba monseñor Tortolo a visitarnos (…) El 24 de diciembre de 1976 dio una misa en la cárcel (…) Fue algo humorístico porque dijo: ‘A los comunes me los sentás de este lado y a los subversivos de este otro lado’ (…)”.
“(…) Un día domingo mi esposa estaba buscándome y fue hasta el comando donde la atendió un oficial que le dijo que debía ir a los cuarteles, que me trajera ropa y dijera para quién era (…)”.
“(…) Con el correr de los días, las condiciones iban empeorando porque solamente una o dos veces al día nos llevaban a hacer nuestras necesidades, nos daban de comer una o dos veces al día una especie de sopa y algunas madrugadas comenzaron a sacarnos con las capuchas puestas. Los militares eran varios (…) En alguna oportunidad pude escuchar cuando decían: ‘¿Está listo el pozo?’, a lo que respondieron: ‘Si mi jefe’. ‘Bueno empujala’. Esto sucedía camino al baño, dentro del Batallón de Comunicaciones (…)”.
“(…) Recuerdo una noche de tortura, que fue corta. Me llevaron a los calabozos y sentí muchas voces en el trayecto. Esto era algo anormal. Y vi cómo sacaban a un muchacho que estaba a la izquierda de mi calabozo. A los 15 ó 20 minutos lo trajeron nuevamente y le pregunté: ‘¿Que pasa que hay tanto revuelo, para qué te sacaron?’. ‘Vino Tortolo a verme’. Y le pregunté: ‘¿Vos denunciaste lo que está pasando acá?’. Y él me respondió: ‘No, me dijo solamente: Si estás acá por algo será, por eso estuvo poco tiempo’. Al día siguiente el muchacho desapareció.
“(…) A Coco Erbetta lo llevaron una noche, estando en Comunicaciones, a hablar con monseñor Tortolo a la residencia del arzobispo, en el Parque Urquiza. Estuvo varias horas con él. Coco le comentó la situación de todos los detenidos (…) Esa misma noche lo llevaron y nunca más volvió. Tipo seis de la mañana, ya había amanecido, vi pasar una camilla con un cuerpo ensangrentado, tapado con una sábana blanca. Había médicos y supuse que era el cuerpo de Erbetta (…)”.
Victorio José Ramón Erbetta se encuentra desaparecido. Fue detenido el 16 de agosto de 1976 y visto hasta el 23 de agosto en el Centro Clandestino de Detención del Escuadrón de Comunicaciones del Ejército en Paraná.
“(…) Me llevaron a un lugar chico, me acostaron en una cama elástica, desnudo, atado de manos y pies a las patas de la cama; me aplicaron picana y me tiraron wisky y agua sobre el cuerpo. Nunca eran menos de tres personas las que estaban en el interrogatorio (…)”.
“(…) En la primera época, las sesiones de tortura eran todos los días, pero con el paso del tiempo se fueron espaciando (…) Era torturado hasta que me descomponía. Tenía la lengua seca y hasta llegó a partírseme (…) Mientras me torturaban había un médico profesional que controlaba mi estado de salud (…)”.
“(…) Una noche me llevaron a una casa cercana a la Base Aérea en un camión (…) Yo trabajaba al lado de la casa a la que me llevaron, en el campo. Esto queda en San Benito Sur (…) le decían La Tapera, tenía dos piezas, una galería, una entrada de auto con un eucalipto grande y frutales, dos ventanas –una en cada pieza– que daban al frente de la calle. En la parte de atrás estaba el Chiquero. A esta casa la demolieron (…)”.
“(…) En el mes de agosto de 1976 las cosas se agravaron porque a la cárcel llegaron nuevas detenidas, brutalmente torturadas (…)”.
“(…) Al penal llegué lastimado por las torturas, y nadie me recibió ni constató mi estado de salud (…)”.
“(…) En una oportunidad, vino monseñor Tortolo y nos dio misa en la cárcel (…) Dijo que si alguien deseaba hablar con él podía hacerlo. Yo le conté lo que sucedía y le pregunté por qué mataban gente. Tortolo me dijo: ‘Si ellos matan gente las armas están bendecidas, ustedes matan con armas sin bendecir’. Yo le aclaré que no había matado a nadie y Tortolo me dio dos cachetadas porque no había dicho la verdad, si alguien recibía una cachetada era porque había dicho la verdad (…)”.
“(…) Una vez fui trasladado desde la Unidad Penal Número 1 a Comunicaciones, que era un lugar de tortura. Por los agujeritos de la puerta veía pasar un médico con un maletín (…) Por lo que escuchaba durante las sesiones de vejámenes, eran médicos los que estaban y decían: ‘Pará, pará, dejalo un poco’, entre otras cosas (…)”.
“(…) Una vez llegó monseñor Tortolo de visita a la Unidad Penal. Los detenidos le comentamos lo que estaba pasando y le mostramos las huellas de la tortura. Él no dijo nada. Luego el director del penal de apellido (José Anselmo) Appelhans nos reunió y nos amenazó diciendo que si hablábamos delante de una visita, inventaría que nos habíamos fugado y nos haría fusilar. Todo esto, a los gritos (…)”.
“(…) Me dejaron en la Unidad Penal Número 1 de Paraná. Allí pude ver a detenidos que eran retirados en buenas condiciones y eran devueltos como despojos humanos (…)”.
“(…) Una mañana, apareció personal militar en la Unidad Penal Número 6, me vendaron los ojos, me pusieron una capucha, me esposaron y me sacaron de la habitación (…) Empecé a caminar hacia adelante, doblé a la izquierda como en ángulo recto y me subieron al camión. Sentí puertas que se cerraron y que alguien subió junto a mí (…) Recuerdo que el viaje era por un camino interno, con movimientos; luego el camión retomó el asfalto, después de un rato bajó por un camino de tierra, llegó a un lugar donde escuché que dijeron: ‘Traemos la mercadería’ (…) Estacionaron, en ese momento se abrió la parte de atrás del camión y entre dos personas me bajaron en el aire. Me pusieron contra una pared, me palparon, empezaron a pegarme con algo como una fusta, cuerda o algo así, mientras me insultaban. Escuché varias voces. Luego me llevaron a la rastra, me sacaron las esposas, me desnudaron y ataron a lo que comúnmente se denomina ‘parrilla’ (…) El interrogatorio no tenía, en sí, un hilo conductor, puesto que no les interesaba saber las respuestas porque inmediatamente me golpeaban y volvían a preguntarme. Descubrí un grado de ensañamiento más que interés por saber algún dato (…)”.
“(…) En una oportunidad me colocaron la capucha y me llevaron a un lugar dentro del mismo penal, me golpearon y patearon y en ese momento me decían que ya estaba todo resuelto, que no había nada que hacer, que ya me habían acusado. Lo que tenía que hacer era firmar unas declaraciones que no pude leer ni ver, sólo me dijeron que firmara. Con estas declaraciones me hicieron el Consejo de Guerra (…)”.
“(…) En enero de 1977 se hizo el Consejo de Guerra. Nos fuimos enterando que íbamos a ser juzgados pero no comprendíamos cómo podía existir ese procedimiento. Iban a ser una gran cantidad de personas y comenzó una puesta en escena (…) El juicio era igual a una película y duró varios días (…)”.
“(…) En el Consejo de Guerra me asignaron como defensor a un teniente de Concepción del Uruguay, que me dijo: ‘La institución es como la madre de uno, está todo organizado, a vos te van a tocar tantos años (…)”.
“(…) A pesar de todo el dolor y el daño causado a nosotros y nuestras familias, y a los que impunemente mataron, como en el caso de Coco Erbetta, no les guardo rencor ni odio. Lo que buscamos es justicia por el bien de nuestros hijos, de nuestros nietos y de nuestra Patria (…)”.