Hoy, a pesar del crecimiento de la economía y la productividad, los niveles de pobreza y desigualdad distributiva son inusitadamente altas y persistentes. Mientras que el ingreso por habitante es mayor que hace treinta años, la pobreza es 10 veces más elevada, la desigualdad de ingresos aumentó un 50 % (los ingresos del 10 % más rico de la población son 28 veces mayores que el ingreso del 10 % más pobre) y los salarios reales se encuentran aún 20 % por debajo de los niveles de aquellos años. La participación de trabajadores en el ingreso se redujo por debajo de los niveles de la década del `70. La desigualdad, como la actual es, crecimiento con pobreza y salarios bajos. Crecimiento que no es desarrollo humano lleva necesariamente al desequilibrio social.
La distribución del ingreso es la discusión nuclear que desafía cualquier ideal político sensible a la necesidad de construir una sociedad más equitativa. Es cierto que lo que se discute hoy es mayor a lo de hace cinco años atrás. Pero no siempre parece saberse de qué hablamos cuando hablamos de mejor distribución de la riqueza, cuáles son los instrumentos viables para alcanzar ese objetivo y hasta dónde hay políticas públicas eficaces por parte del Estado.
Existe una cierta desidia general que reduce el debate sobre la distribución de la riqueza a lo salarial. Aun cuando se trata de una cuestión de importancia central, no es la única. Las diferencias de ingresos entre los diversos sectores asalariados, el problema del trabajo en negro, las maneras de acrecentar el poder adquisitivo, las políticas sociales, los proyectos de universalización de seguros de desempleo como los que hace años propone la CTA, las políticas fiscales y previsionales, el reparto de las ganancias empresarias, el comportamiento de las privatizadas y lo que se siguen apropiando en términos de renta, la inversión en vivienda, infraestructura y obras pública, son algunas de las muchas posibilidades que existen para atacar el problema de la distribución del ingreso. La distribución del ingreso, no es una cuestión más, es algo que atraviesa toda la injusticia social argentina. La distribución del ingreso es el tema ético y moral categórico de la vida social, sin embargo no ha logrado aun ocupar un lugar en el debate político-social.
A partir de esta puja distributiva con el campo, se empieza a relacionar con frecuencia en los discursos de la presidente Cristina Kirchner, “crecimiento con distribución del ingreso”. Y esto, es decididamente auspicioso. La presidente, ha dicho en reiteradas oportunidades que la “distribución del ingreso no es una cuestión ideológica sino que define la calidad de vida. Se está discutiendo la distribución del ingreso y un modelo de país”. Cuando la presidente habla de distribución del ingreso, debemos entender que se está refiriendo a cómo se distribuye el valor generado entre los distintos actores del proceso económico a través de salarios, de las ganancias de los empresarios, de las tasas de interés que remunera al capital financiero y de las rentas que se obtiene de los alquileres de determinados bienes económicos.
La distribución del ingreso, encierra, al menos dos procesos, uno primario y otro secundario. La distribución primaria es la que asigna a los dos factores básicos, entre el empresario y el trabajador, que parte se lleva cada uno, que esta preestablecido en los convenios. Y hay una distribución secundaria, que algunos llaman “redistribución”, que se produce posteriormente por vía de los dos brazos de la política fiscal: Por el modo en que se recauda el tributo y por la forma en que se hacen los gastos del Estado.
¿Cómo mejorar la distribución del ingreso?
Para modificar la distribución inequitativa del ingreso, la discusión no sólo debe estar centrada en lo que hace el Estado cuando captura recursos a través de impuestos, como lo plantea el sector ruralistas, sino en la distribución primaria. Se debe discutir cómo se genera la desigualdad del reparto en la producción de bienes y servicios. Ahí el Estado debe fijar pautas que permitan orientar la acción empresaria hacia una redistribución más alta de los asalariados. El progreso salarial es factible cuando uno mira en cada sector económico cómo se reparte la torta. En relación con la distribución secundaria, lo importante es no sólo fijarse cuán eficiente es el gasto para beneficiar a los más pobres, sino impulsar una reforma impositiva que grave la renta financiera y las ganancias obtenidas por la transferencia de patrimonios para que paguen más los que más han ganado y siguen ganando.
Este escenario mejorara, si se coloca en el centro de los objetivos del gobierno, la recuperación de mayores niveles de equidad y de justicia social y, llevar adelante un conjunto de políticas macroeconómicas, sectoriales y sociales consistentes entre sí. El diseño tradicional donde la distribución del ingreso está apostada exclusivamente en torno del mercado de empleo y la remuneración del trabajo asalariado es insuficiente para mejorar la distribución. Es necesaria una intervención directa de políticas redistributivas por fuera del mercado laboral, que complementen los ingresos de las personas. Hay que modificar la estrategia de las políticas sociales terminando con el clientelismo, para dar lugar a políticas de estado financiadas con recursos de una reforma tributaria. La buena distribución de los ingresos no parte sólo de una buena política social, sino también de incorporar políticas sociales a la política económica. Hasta que no se evalúen las políticas económicas en términos de resultados sobre empleo, calidad y sobre la equidad de las remuneraciones, seguiremos observando un grave tendencia a la desigualdad.
Es absolutamente destacable la firmeza de la presidente Cristina Kirchner al instalar la cuestión redistributivas como núcleo de los debates y de la acción política, situando tal tema como centro cardinal del conflicto contra sectores concentrados del poder económico. La actual distribución de la riqueza es el resultado de relaciones de fuerza, luchas y decisiones que se eslabonan unas con las otras. Ahora, esas relaciones se pueden cambiar. La presidente ha dicho que “algunos creen que la redistribución del ingreso es una batalla de intereses, pero también es una batalla cultural» y llamó a los argentinos «a dar esa batalla». La batalla que se debe dar es intentar que las porciones de la torta se emparejen. Si esto no pasa, habrá fallado el gobierno, por debilidad ideológica, o por la fuerza del adversario y será recordado por incapaz para redistribuir pese a una etapa con crecimientos históricos