Un grito colectivo, una tarea de todos

El aldabonazo ha sonado otra vez. Más fuerte, si cabe, y sin ningún margen para distorsiones o especulaciones. Desaparece un testigo contra los represores de los setenta, por segunda vez en pocos meses.

Todo indica que hay fuerzas que, ante la imposibilidad de dar la batalla política; y clausurados ciertos artilugios legales, han decidido recurrir a un instrumento que sienten como propio: el crimen.

Esto ocurre cuando la amenaza del juicio y el castigo se cierne sobre un arco amplio de ejecutores, cómplices e instigadores. Los de marzo de 1976 en adelante, y los de la mucho menos recordada masacre de 1974-1975, algunos de los cuales se han dado el lujo de ser ministros, senadores, gobernadores o vicepresidentes de la Nación, ya en democracia.

El desafío a la sociedad argentina está planteado, y no cabe otra respuesta digna y promisoria que el avance sostenido en dirección al más completo esclarecimiento de los hechos del pasado y el presente. No caben miradas parciales y mezquinas, son atentados que no van dirigidos a una figura política o a un gobierno, sino que se inscriben en la lucha entre quiénes organizaron o apañaron la ‘guerra antisubversiva’; que tienen enfrente a todos los que intentaban transformar el mundo en los 70′, y los que luego libraron la batalla política y cultural para que la historia no la escribieran los vencedores, y hasta ahora lo han logrado.

El caso de Jorge Julio López no repercutió con toda la claridad e intensidad que hubiera sido deseable. Se dudó de la existencia de un secuestro, se desvió la atención en varias direcciones, incluyendo cierta culpabilización de la víctima. Mas allá de las responsabilidades del gobierno y de otros sectores con poder, el ‘abajo’ social se vio en parte confundido, y permaneció des-movilizado. Las manifestaciones por la aparición de López (a excepción tal vez de las realizadas en La Plata), congregaron militancia, luchadores por los derechos humanos; pero no tuvieron la masividad y el calor popular de, por ejemplo, las que repudian los golpes de estado en cada aniversario. No hay que descartar que lo limitado de las reacciones haya sido un factor que alimentó la repetición que enfrentamos hoy, en la persona de Luis Gerez, militante peronista de base del Gran Buenos Aires, de los mismísimos pagos del subcomisario Patti.

Ante el nuevo hecho, menos aún caben las vacilaciones y demoras. El secuestro de Julio, queda palmariamente demostrado, no fue una casualidad, ni una excepción única. Se quiere amedrentar, silenciar testigos. Pero sobre todo instalar la sensación de que el borramiento definitivo, la desaparición sin dejar rastros, puede volver a ser el castigo de los que se atrevan a desafiar poderes hoy soterrados, pero ominosamente vivos. Lo que hasta ahora han hecho con dos valientes declarantes en causas judiciales o comisiones parlamentarias, pueden hacerlo mañana con ese delegado combativo; aquel dirigente social que se negó a conciliar; con el autor de una denuncia molesta, y un largo etcétera.

Dar una respuesta cabal equivale a nada menos que emprender la defensa eficaz de nuestra vida; de la del informal colectivo de los que piensan, militan, construyen por sus solidaridades y convicciones, sea quien fuere a quien no le guste.

La tentativa del retorno del terror debe ser destruida en su cuna, y esto sólo es factible si se llega a sus máximos responsables, lo que puede implicar ‘costos políticos’ importantes y hasta sorpresas desagradables para sectores poderosos.

Es un asunto demasiado importante y espinoso como para dejarlo sólo en manos de funcionarios, fiscales y jueces. Se necesita pueblo en la calle, que se congregue sin pausas ni desmayos. Se impone moverse, actuar, multiplicar el repudio, la protesta, la exigencia de esclarecimiento y castigo, por cientos de miles de voces y cuerpos.

Levantar la mirada hacia una causa trascendente, en la que se juega el porvenir colectivo. Y lanzar un estentóreo ¡aquí estamos, y no lo permitiremos!

* Daniel Campione es profesor universitario (UBA y UNLP). Coautor del libro de reciente aparición ‘Argentina. Los años de Menem’.

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