Hay situaciones que componen la construcción cotidiana que duelen y marcan a la sociedad concordiense y que muchas veces el ciudadano no le presta la atención debida. Es cierto Concordia es una ciudad que dispone de todo lo que se necesita para ser próspera, pero más de la mitad de sus habitantes son pobres e indigente. Con asimetrías como que el 20% más aventajado de la población tenga ingresos que, en promedio supera 37 veces al del 20% más desfavorecido, cuándo hace 30 años lo superaba sólo 7 veces. Duele que más de 20.000 personas vivan con $ 2,50 diarios y que en su mayoría sean niños. Duele que todos los días haya cientos de chicos, entre 5 y 14 años, salteando su infancia teniendo que trabajar juntando cartón, vidrios, sobra de comida para los animales, trabajando en los hornos de ladrillos pisando barro, pidiendo monedas y otras actividades propias de los adultos. Duele que en el 30% de los que nacen sus mamás sean niñas de 13 a 19 años, en su mayoría pobres. Duele la desocupación de los jóvenes, pero también que el 50% de los que tienen un empleo no tengan cobertura previsional y social. Duele ver el aumento de la violencia, del consumo de drogas y alcohol en los jóvenes, de la prostitución infantil, de la discriminación, de las enfermedades de trasmisión sexual, el fracaso escolar, el desinterés por la cosa pública, etcétera.
Todo esto duele por qué no es una condición de vida fundada en una cultura que promueva arraigo y orgullo en la ciudad, sino en una responsabilidad política y social.
Y también duele y mucho ver que cada vez que Concordia es noticia nacional por la constante crisis que nos domina, como una especie de Leviatán, la bestia apocalíptica, se recurre a echar culpas constantemente a “los de afuera” como causa de todos nuestros males. Que otra explicación más socorrida podría tener la dirigencia política a mano, para explicar lo que sucede y disculpar su propio fracaso. Pero duele que como sociedad no se reaccione a aquello que conoce muy bien desde hace mucho, que “quien hace las mismas cosas, producirá las mismas consecuencias”.
La superación de los problemas reside, en la negación del esteticismo y en la afirmación de lo ético. Esto supone repensar totalmente las relaciones, la concepción no cambia sin ejercicio de la búsqueda de otras formas de exigencia al administrador.
La sociedad debe tener vocación de desarmar, lo que hoy es el sustento de muchos en política local, la lógica de la dependencia de las personas en situación de vulnerabilidad, que superen sus sentimientos de dependencias y ganen confianzas en si mismo.
Si ésta sociedad sigue siendo guiada en el mismo círculo, es evidente que no encontrará el camino de salida de este laberinto. Ser buen ciudadano es construir una sociedad justa, de la que no va a recoger sus derechos –que son previos-, sino la posibilidad de disfrutarlos. Esa es la grandeza del concepto ciudadano, que no es antagonista, sino humano. El buen ciudadano es aquel que sabe que la desigualdad disminuye la política, la buena política, la que no articula lo existente, sino que genera procesos dónde lo existente se reformula y surgen nuevas cosas. Nadie es libre en una sociedad injusta.