Esas mandarinas
Dicen que el nombre deriva del griego y significa “la mensajera de buenas noticias”, “la que trae buenas nuevas”. ¿Cuál es esa noticia? ¿Será la paz y la concordia entre argentinos y orientales esa buena nueva tan anhelada y negada? ¿Será la armonía de la voz un presagio de la armonía que se avecina?
Frente a la belleza de Evangelina, ¿qué harán los poderosos del mundo, qué los poderosos de Argentina y Uruguay, que miden las cosas con otros parámetros no precisamente bellos?
Hasta ahora se discutía la belleza como armonía, como reflejo del cielo, como perfección; se discutía cuánto había de objetivo, cuánto de subjetivo en la belleza; qué le debía a los sentidos, qué al intelecto. La voz y la candidez y la paz que transmite Evangelina Rebosio de Villaguay es la belleza. La energía y la provocación y las curvas de Evangelina Carrozo de Gualeguaychú es la belleza. Una dulce y humilde como la mandarina, otra dulce y ácida como la mandarina también. Si el mundo se preguntaba hasta ayer cómo era Entre Ríos, ya no quedan dudas: bella y cítrica.
Para sobreponerse de la ceguera y sobreponernos, Evangelina canta; para curarnos de la ceguera, Evangelina traspone las fronteras y las vallas y florea su metro setenta ante los ojos del poder.
“Esperé a que los presidentes se ubicaran, pensé ‘es ahora o nunca’, me saqué el tapado y atravesé la valla”, explicó aún nerviosa Evangelina la joven de 25 en una frase que hará historia. ¿No debió también sortear la valla de la discriminación, del no se puede, Evangelina la niña de 13, cuando decidió cantar como un ángel, con sus ojos cerrados, para iluminarnos los ojos?
Bello y puro
Bellas por fuera y por dentro, dicen los que conocen a estas morochas que no se sentaron a esperar que el destino les pasara por encima, se animaron, vencieron los obstáculos y nos dejaron cavilando.
“La vida es belleza, admírala”, dice la más bella de todas, Teresa de Calcuta. Tal vez no haya mayor autoridad y mejor sugerencia en esta hora en que, por sobre todas las diferencias, por sobre asuntos de oportunidad, de juicios, de poder, se ha impuesto la belleza como sinónimo de pureza.
Yo soy la morocha / de mirar ardiente, / la que en su alma siente / el fuego de amor, parece decir Evangelina en Viena, parece cantar Evangelina en Villaguay, ambas con la autenticidad de una Tita Merello en la milonga de Villoldo. Soy la morocha argentina / la que no siente pesares.
Ella no se queja, canta. Ella no se queja, danza. Luchan y vencen obstáculos. El futuro debiera ser bello para ellas que nos han dado horas de tanta paz, de tanta plenitud. Sin discursos, sin gritos, sin cortes de rutas ni argumentos forzados ni atributos vendidos: sólo dándose por causas nobles como la música romántica y la batucada y el bienestar y la comprensión.
La televisión se hizo bella de súbito con la voz de la niña de Villaguay, la Cumbre se hizo bella de sopetón con las piernas de la joven de Gualeguaychú. Las dos criaturas están rindiendo honor al nombre, Evangelina, la mensajera de buenas noticias. Nadie debiera “utilizar” ese nombre, nadie debiera usar a estas morochas, en un punto sobrenaturales, de donde jamás podría brotar otra cosa en Entre Ríos que no sea armonía, belleza, amor.
Y habrá que convenir, de ahora en más, que frente a la ausencia de creatividad que se nota en las estrategias de lucha, una medida ingeniosa tira más que una yunta de bueyes.