A K. se lo suele ver recostado sobre alguna de las paredes de uno de los centros nocturnos más convocantes de la noche concordiense. Es un hombre fornido, de estatura media pero de torso y brazos gruesos. Hombre de carácter bonachón y mirada expectante. Cuando alguien recurre a él se muestra amable pero no suele apartar la mirada de su objeto de trabajo: la masa de gente que se agita, baila y mueve en derredor. Hace cuatro años que K. trabaja como personal de seguridad. Estuvo trabajando en cuatro locales nocturnos diferentes y actualmente se desempeña como seguridad en un pub céntrico destinado a un público adulto. “De todos los lugares en lo que he estado este es dónde encontré más seriedad para trabajar”, asegura.
Antes de comenzar la entrevista confiesa que en su trabajo la paga es baja y más aún teniendo en cuenta las responsabilidades y los riesgos que se asumen. “Uno siempre tiene temor. La gente que trabaja en seguridad muchas veces termina fumando e incluso llega a tomar algo de alcohol producto de la ansiedad y la tensión”, cuenta K.
K. nos había confirmado que los incidentes seguían siendo moneda corriente y que había decidido cambiar de lugar de trabajo porque no encontraba seriedad por parte de los dueños del local nocturno dónde se desempeñaba anteriormente: “Había noches en que el boliche no daba abasto y no éramos más de ocho los encargados de seguridad. Nos llevaba varios minutos llegar de un lugar a otro y cuando al fin lográbamos llegar al sector del conflicto ya se habían golpeado bastante. Tampoco respetaban tus decisiones para sacar a personas conflictivas. Hubo casos en los que sacabas un tipo que se estaba drogando, que estaba armando quilombo y después lo mismos dueños te lo hacían entrar otra vez. A algunos dueños de los boliches no les importan demasiado la violencia, no son muy precavidos. Lo principal es que el lugar esté lleno y la gente consuma. Hace un tiempo tuvimos el caso de un tipo que le pegó a un barman y le tiró del pelo y empujó a otro. Decidimos sacarlo porque temíamos que llegara a más, pero sale el dueño y nos dice que no lo tocáramos, que estaba todo bien. El tipo nos había querido pegar a todos y estaba todo bien, faltaba que sólo le pegara a él para que se diera cuenta que era un tipo peligroso”, cuenta K.
J. trabaja en otro boliche. Uno en el que K. ya ha estado trabajando hasta hace poco tiempo. J. es más alto y más de una década más joven que K, pero tiene una vasta experiencia como personal de seguridad. Trabajó en cinco locales bailables y ha tratado con gente de todos los estratos sociales y edades. J. a diferencia de K. parece disfrutar algo más de su trabajo y no muestra demasiado resquemor. A juzgar por lo que cuenta tiene esa temeridad más producto de la juventud que de la experiencia.
“Uno nunca sabe como puede terminar la noche pero se puede imaginar. Lo previsible es que haya peleas y nosotros tengamos que poner la cara, el pecho, el lomo, todo. A partir de las cinco de la mañana es más o menos cuando la cosa se empieza a complicar y mayormente los conflictos tienen que ver con personas alcoholizadas y drogadas.
J. muestra unas marcas en su cuerpo: “Esta es del último fin de semana. Te la muestro para que cuentes que no somos nosotros los que levantamos la mano primero como después dicen. Si se puede hablar, se habla, sino se reduce, se inmoviliza a la persona y se la saca” dice J. Luego –tomándome de voluntario poco convencido- muestra como es la técnica de ahorcamiento que puede llevar hasta el desmayo a la persona. J. me rodea el cuello con un brazo y hace palanca con el otro hasta cortarme la respiración. Explica que en algunos casos esta llave se aplica para las personas que están muy alteradas. “Se desvanecen unos segundos y cuando recobran el sentido ya están afuera del boliche y no se acuerdan de nada. Se levantan, nos miran y se van caminando. Si los ves te dan la impresión de que recién se levantan de dormir. Quedan como atontados pero muy tranquilos. A veces si no se despiertan rápido le presionamos en la zona del esternón y se reaniman al instante.”explica J. que por lo visto ya es todo un doctor en el arte de desfallecimiento y la reanimación.
Le preguntamos a J. si sus patrones toman medidas precautorias para no llegar al punto de tener que asfixiar un cliente para poder sacarlo del lugar. J. cuenta que en algunos lugares se selecciona a la gente y que hay ordenes de no dejar ingresar por un tiempo a aquel que haya protagonizado una disputa. Le preguntamos si no hay medidas como las de restringir el consumo de alcohol a algunos clientes que están a punto de perder la cabeza. J. duda un poco y responde: “No, creo que el negocio es el consumo de alcohol. Mientras más alcohol se venda mejor para el boliche, con el precio de las entradas sería imposible mantenerse.”
Según la experiencia de K.:“Los problemas empiezan porque las personas están fuera de sus cabales, aturdidas, entonces por ahí en el amontonamiento se chocan o se pisan y se miran mal y uno le pregunta a otro qué le pasa y el otro le contesta con alguna palabra desafiante. O a uno le pareció que le estaban avanzando la novia. La mayoría de las veces ni siquiera saben porque se cagan a palos. La misma excitación que les da la música, lo que consumieron, las luces, los exalta y no quieren ser menos que el otro. A veces te encontrás a los dos o tres días con los tipos que mantuvieron un incidente el fin de semana y no te saben decir por qué se pelearon.”.
J. comparte la apreciación de K. acerca de que la mayoría de los hechos violentos son provocados por minucias de poco o ningún sentido: “Hay veces que también la bronca viene de afuera por cosas que pasan durante la semana, pero la mayoría de las peleas son por una mujer. Por que le tocaron el culo a la novia, porque la encararon o porque aparece un ex novio borracho y celoso o un hermano y cosas así. Eso es el detonante del ochenta por ciento de los conflictos, el otro veinte por ciento es porque volcaron bebida, se empujaron o pisaron y entonces se miran mal y ninguno quiere ser menos macho que el otro. La mujeres muchas veces son las mediadoras, son las que ayudan a para las pelea.”, da cuenta J.
A diferencia de los lugares nocturnos periféricos, dónde concurre un público de estrato social más bajo, en el centro los incidentes violentos no suelen terminar con personas hospitalizadas con heridas de arma blanca o de fuego. Por lo general las grescas se solucionan a las piñas y alguna vez con elementos contundentes como botellas, baldosas, vasos de vidrio y cintos.
“En el centro tenés un nivel de clase media para arriba. Yo he trabajado en lugares de diferentes niveles sociales y el comportamiento de la gente es más o menos el mismo. Se podría decir entre comillas que el tipo del centro es más educado… bueno, si es que sabés encontrar el momento en que se comporta como una persona educada. La droga, la música y el alcohol nos emparejan a todos. El cliente, por lo general, entra bien al boliche. Es una persona con la que podes mantener un diálogo, que podés precisarle sobre las normas del boliche como, por ejemplo, que no puede entrar en determinado sector que podría ser el VIP o que tiene que ingresar por otra puerta o que no puede entrar con bebidas adquiridas fuera del local. Cuando la noche está en sus comienzos el cliente es más razonable. Lo que tenés que ir esperando con el correr de las horas son conflictos. Las personas empiezan a consumir alcohol y otras sustancias que están al alcance de la mano para cualquiera y ahí es donde empiezan a surgir los problemas. A eso hay que sumarle los problemas personales, económicos y otro tipo de insatisfacciones que arrastra alguna gente y tenés una bomba de tiempo”, explica K.
Según J. “Por ahí se puede decir que los que más plata tienen más consumen. Hay otros que no tienen mucho dinero pero lo gastan todo en bebida. La mentalidad de hoy en día es salir y empedarse hasta quedar inconscientes, pero también depende de cada persona, tampoco son todos iguales.”
Para K. el clima que se genera en una discoteca -con la música, con las luces, el no saber si es de día o de noche y perder la noción del tiempo- hace que la percepción se abrume. Para K. esa atmósfera de aturdimiento hace que la violencia reprimida se libere.
“La música es la que maneja la noche y la que predispone al consumo. Si pones marcha ves que la gente está tranquila, bailando y que empieza a consumir. Cuando la cosa empieza a tomar ritmo le ponen cumbia y la gente empieza a saltar, a tomar más alcohol, se empiezan a destratar, a soltar y surgen las cosas negativas. Nosotros cuando escuchamos que ponen cumbia empezamos a estar más alertas y uno piensa ‘cagamos empezó la cumbia’. La gente se pone desafiante y la mayoría se pelea sin saber por qué”. Antes cuando querían que la gente se vayan pasaban lentos pero ahora le dan rosca hasta el final” , explica K.
Al igual que en la vida de todos los días, en la noche del centro también juegan las relaciones sociales y el factor dinero para obtener protecciones y beneficios que pueden ir desde entrar sin pagar, acceder a sectores VIP y ciertas garantías como no ser expulsado y golpeado o poder consumir alcohol y drogas sin ser molestado. Cierta impunidad.
“Cualquier persona te puede venir con problemas, pero generalmente el cheto se siente más impune porque es conocido de los dueños, porque su presencia le da cierto nivel al lugar, porque es hijo o amigo de fulano de tal. El cheto se aprovecha de esas situaciones. Los dueños o los encargados del boliche son los que lo vuelven a hacer entrar. Una vez saque al hijo de un tipo que yo conocía. Un pibe bien, de buena posición y buena familia, pero estaba muy descontrolado y tuve que apretarlo del cuello para poder sacarlo. Lo dejé marcado. Al rato llegó el padre al boliche y me dijo que iba a iniciar acciones legales, entonces yo le expliqué lo que había ocurrido, le conté en qué estado estaba su hijo y que problemas estaba ocasionando. El hombre me escuchó y después no sólo desistió de hacer la denuncia sino que además hizo que el chico volviera al boliche al otro día a pedirme disculpas. Fue un solo caso, uno en mil. Lo común es que vengan con la postura de que sus hijos son unos santos y te amenacen de distintas maneras. Es muy común también que te estén esperando a la salida del trabajo para pelear.”
J. dice: “Creo que ser una ciudad chica, donde mucha gente se conoce tiene algo que ver. Hay broncas que no se entienden, envidias. La gente de afuera de la ciudad no molesta a nadie, están en su burbuja, hacen la de ellos y no molestan. Generalmente es la gente de la ciudad la que arma el quilombo.”
En el boliche la gente ya no esta tan distendida, la atmósfera se siente tensa y acelerada.. La noche está nevada de ese polvo blanco y cristalino que endurece el cuerpo y acelera los sentidos, que te pone ansioso e irritable. Aquí también, como en las grandes urbes, la cocaína es la reina de la noche.
“Lamentablemente la droga entra porque conviene que entre. Una persona drogada permanece más tiempo en el boliche, consume más alcohol, se gasta toda la plata. El que está a cargo del boliche sabe porque entra la droga. Es más creo que muchos de ellos encubren para que entre. Suponte que es un boliche cheto, al que va gente de mucho dinero. Con esa gente armas el negocio. Es la que consume y gasta mucho. Los encargados del boliche de alguna manera fomentan todo esto. El alcohol y las drogas son negocio así que estimulan esos consumos”, asegura K.
“No sé cómo era este lugar antes de que yo empezara a trabajar-cuenta J .en relación a su actual trabajo -, lo que te puedo decir es que nosotros tenemos ordenes de que si vemos a alguien drogándose lo saquemos del boliche y le peguemos para que sepa que acá eso no se hace. El otro día encontré a un tipo en el baño tomando ‘merca’, me hice el distraído hasta que guardo ‘la bolsa’ en el pantalón y le pegué un golpe en el pecho para atorarlo, después lo trabé y lo saqué a la calle. Esperé a que guardara la droga para que hubiera evidencia por si te quieren acusar de que lo sacaste sin motivo.”
Los niveles de violencia y agresión han tenido puntos muy altos. La historia violenta de Concordia cuenta con casos muy graves de desfiguraciones de rostro, pérdidas de masa encefálica, quebraduras óseas. Jóvenes que han perdido alguno de sus ojos o han tenido que someterse a suturas importantes. También se pueden recordar destrucciones parciales de vehículos y sectores del mismo boliche dónde se desata el conflicto como de lugares aledaños.
“La mayoría de las peleas se continúan afuera. Nosotros tratamos de sacar a uno primero y luego de un tiempo prudencial sacar a al otra persona involucrada en el conflicto. Si los sacas a los dos juntos se terminan matando en la calle. La policía rara vez aparece, ellos no quieren problemas además muchas veces al ser pibes del centro sus padres tienen abogados o influencias y ese es otro problema. La policía interviene si tiene cuña dentro del boliche. Es decir, si hay gente de la fuerza trabajando dentro del boliche. Es la realidad, en caso contrario no aparece. Casi nunca hay detenidos al menos que le falten el respeto a ellos. La violencia puede llegar a niveles muy peligrosos. Hay casos de pibes a los que le han partido botellas en la cabeza y casi se han desangrado. Muchos casos en los que alguien rompe un vaso y le corta el rostro a su adversario. Ha habido casos en los que el agresor se equivoca de victima y le parte la cabeza a una persona que no era la que lo había molestado. Casos de gente que va a la calle y saca palos o revólveres y vuelve a amenazarte. Todavía no ha ocurrido una tragedia pero hay condiciones como para que ocurra.”
No es noticia, tampoco es un fenómeno nuevo. La violencia convive con nosotros todo el tiempo. La violencia es la forma más primitiva de hacer política, con violencia se escribieron los capítulos más importantes de la historia de la humanidad. Conflictos a nivel mundial (Irak, Irán, Colombia) confirman que la violencia sigue siendo muy útil para algunos intereses. Pero es la violencia que tiene un propósito, un objeto. La violencia como medio para imponerse sobre el otro, para alcanzar ciertos objetivos. La violencia política.
La novedad -si la hay- sería la de la violencia por la violencia misma, la violencia como fin: La violencia boba, la que no se reflexiona, no se piensa. Vivimos en una sociedad en que el valor de la palabra y el diálogo se han devaluado para dar lugar al impulso agresivo y hasta autodestructivo.
Una violencia boba, síntoma de los tiempos que vivimos y el tipo de sociedad ganada por la frustración y el desencanto, los cambios de valores que trajo consigo el individualismo exacerbado, el consumo y el mercado. Nos comportamos como autitos chocadores, que tenemos que toparnos porque el juego lo dice así.
Sería ingenuo cargar las culpas de todo lo que pasa en la noche de Concordia a los responsables de los locales bailables. Tan ingenuo como responsabilizar a Colombia o Bolivia de las adicciones del mundo. Tan ingenuo como criminalizar a los pibes que toman cerveza en un kiosco, fuman un porrito o se transan un gramo.
El negocio nocturno siempre funcionó en base al consumo de bebidas más que a la recaudación por la venta de entradas. La relación de la violencia con el consumo de alcohol y drogas responde a otros factores que van más allá de la voluntad de un par de empresarios que pueden mirar o nó con simpatía esos consumos. Los boliches bailables no son más que los lugares donde los síntomas de una sociedad sin demasiadas perspectivas, que vive en un estado de violencia permanente, se tornan muy evidentes y el ser humano, sin esperanzas, camina sobre sus pasos, llegando a los monos.
Afortunadamente la mayoría de las personas no se ponen en riesgo o se satisfacen en la vía de la violencia, muchos encuentran que hay mejores modos de gozar, como el encuentro con los pares, la alegría, la diversión y el amor.