Qué fácil hubiera sido para Túpac Amaru reunir al pueblo a celebrar luchas pasadas y callarse la boca ante los atropellos presentes. Si él, su compañera, sus hijos, sus amigos, hubiesen escondido la lengua en su presente, el poder no se las hubiera arrancado como se las arrancó.
Al poder no le molesta la memoria, le molesta la memoria hecha presente, la memoria viva, la memoria que interroga hoy y aquí.
Qué fácil para Mariano Moreno, Manuel Belgrano, conmemorar los logros de la reconquista frente a los invasores ingleses y callarse la boca en Mayo del 10. Qué fácil para José de San Martín celebrar el 25 de Mayo y dejar que el enemigo se fortaleciera detrás de Los Andes.
Qué fácil hubiera sido para los héroes de Malvinas llenarse la boca de sanata anticolonialista y “enfermarse” en el 82 para esquivar las balas.
Recordar luchas pasadas bajo el paraguas del mismo poder que ha profundizado las injusticias atroces, las mismas injusticias que provocaron las luchas fratricidas de los 60 y los 70, es un peligroso entretenimiento cuyo resultado puede ser una historia híbrida.
El poder busca chuparse los mártires, se especializa en vasectomías del pasado histórico. Memoria, sí, porque da chapa, pero memoria infértil es lo que quiere el poder.
Levantar banderas del pasado es un derecho y hasta una obligación, mientras no sean usadas como cortinas para ocultar las cochinadas presentes del poder concentrador de riquezas, comprador de conciencias, asaltante de medios de comunicación, corrupto, manipulador, zorro autócrata disfrazado de corderito demócrata, victimario con lagrimitas de víctima, hijo putativo, en fin, del dictador y la predictadura.
Presente y futuro
Valorar las culturas aborígenes de Entre Ríos tiene un sentido histórico, y compromete hacia el futuro. Mirando el rostro de un charrúa, de un guaraní, de un mestizo, uno puede preguntarse cuánto hicieron los de ayer para evitarles aquellos sufrimientos, para navegar contra la corriente conquistadora, y puede aproximarse más a la verdad; pero también uno puede preguntarse cuánto haremos hoy para que ese arrepentimiento por los pecados de ayer no quede trunco, y nos guíe a abominar de los atropellos y a cumplir aquel precepto maravilloso: amar al prójimo, valorar y respetar a la otra cultura como a la mía, amparar y liberar al débil. Eso es historia, historia fértil.
Recordar la tragedia del africano en estas tierras y la esclavitud, vale por la verdad histórica y también hacia el futuro porque uno se pregunta cuánta sangre esclava nos dio la independencia (inconclusa), y cuánta sangre esclava lleva HOY el desocupado de la periferia y cuánta el banquero del centro, el terrateniente, el gobernante.
La entrañable Bolivia es una excepción aquí y ahora y por eso ponemos todo el amor en el proceso que inicia con Evo Morales. Bienvenido el aire fresco aborigen.
Lo mismo con el gaucho perseguido, con el criollo y el gringo expulsados. Está bien conocer la historia, y es una cuenta pendiente para muchos de nosotros, pero ¿no convendrá, ADEMÁS, saldar las otras cuentas pendientes como complemento necesario, sine qua non? El éxodo que sufrieron y siguen sufriendo los entrerrianos gracias a una estructura económica perversa, expulsora, ¿debe ser para siempre, y cada vez peor como es, o provocaremos desde la política un movimiento de retorno? ¡Retorno, sí!
Conocer las causas de la desocupación y expulsión de habitantes, ¿no conlleva la obligación de cambiarlas para que no sigan dañándonos?
En esta línea, en estos parámetros, podemos insertar tanto las luchas libertarias de los 70, como la Guerra de Malvinas.
La memoria tiene un sentido. Dios (o la naturaleza si se prefiere), nos ha dado la memoria y también la resignación. Entonces si ejercemos la memoria es porque queremos hacer presente una persona, un acontecimiento, una idea, una lucha, un pueblo.
Recordar Malvinas ¿no nos compromete en el presente y el futuro? ¿Hacemos memoria por los héroes de Malvinas como un pasado y sólo pasado o, junto a ellos, inescindible, viene también el compromiso contra el imperio que sigue ocupando Malvinas? (O por lo menos el deseo de verdad, porque si alguien cree que dieron la sangre al cuete, entonces convendría que ese alguien diga, con honestidad, que las Malvinas no son ni serán argentinas).
Respecto del terrorismo de estado que sufrimos desde 1975, por darle una fecha más o menos precisa, la dictadura torturadora y ladrona de bienes y de vidas, ¿qué buscarían los mentores y ejecutores de esa dictadura, militares, civiles, religiosos, sino convertir en días huecos las fechas que nos repugnan y los condenan?
A veces dar el nombre de un héroe a una calle resulta la mejor forma de olvidarlo, licuarlo, y más aún mientras persiste la democracia formal, sin encarnadura, la democracia hecha a la medida de las estructuras para que no se modifiquen, por perversas que esas estructuras sean. Democracia a la medida de petroleros y terratenientes vernáculos y foráneos; “democracia” que nos endeudó (y maniató) en el país y la provincia según los mandatos bien cumplidos, “democracia” que profundiza el abismo entre pobres y ricos.
Ahora, si en términos generales podemos decir que valoramos de aquellos luchadores de los 70 su cuestionamiento al sistema (y dejamos de lado la complejidad del asunto, la diversidad de agrupaciones, y cómo algunos resultaron cándidas víctimas de la manipulación en una interna violenta sin destino que alentó un sector de la sociedad y que se mezcló con la guerra de aquel mundo bipolar), entonces veamos qué aspectos de esas ideas rescatamos en homenaje cierto a la lucha y al sufrimiento extremo que aún nos espanta. (Los relatos recordados en las últimas horas, con motivo del 24, nos ayudan a redimensionar sus valores y sus compromisos).
Hay una tendencia a pensar que luchaban contra estructuras socioeconómicas opresoras. Pues bien, hagámonos eco de esas ideas porque en general los representan bien: ¿qué se ha hecho, para honrarlos, contra el latifundio por caso? ¡Consolidarlo y profundizarlo! ¡Eso se ha hecho, mal que nos pese! Los mismos que hoy quieren hacernos creer que rinden homenajes (desde el poder) son los que conservan y profundizan a grados escandalosos (desde el poder) las estructuras que aquellos hermanos combatieron. Tragarse esta sanata mediática impuesta por el poder, después de todo lo que nos ha pasado, eso sí que sería un síntoma de derrota.
Democracia carrefouriana
La “democracia” ha creado en Entre Ríos más latifundio, ha cambiado los bolichos por multinacionales en el comercio, ha destruido los medios de transporte populares como el tren y ha destrozado a las pymes del transporte de pasajeros, familiares algunas, para dar todas las líneas a una sola empresa ligada al poder político (plutócrata) gobernante. Las multinacionales se pasean como Pancho por su casa en toda la estructura económica, desde el que da la semilla y los agroquímicos (Monsanto) hasta el que exporta las semillas sin procesar o en aceites (Cargill). Y no sólo eso, cuando no estaban, las llamamos: Carrefour, Wal Mart, Repsol, Telecom… ¿Habrían traído aquellos luchadores a Swift, CMS, Credit Agricole, Constantini, Taselli, ALL, socavando todos los intentos populares y cooperativistas habidos y por haber?
La clase dirigente en el gobierno, que tenemos a mano, ha erosionado los postulados de la democracia, bastardeado las instituciones. Los mismos que se llenan la boca con la verborragia democrática desde arriba son los que atentan contra la democracia a diario. Y tienen a favor que el pueblo está viendo cómo sacarse de encima las lacras sin caer en algo peor, y eso demora la limpieza. Como ya las fuerzas armadas perdieron credibilidad, entonces el camino es más largo, más complejo. Bienvenida la prudencia popular después de tanta sangre de hermanos.
Si la democracia está ceñida al funcionamiento de tres poderes, aquí da risa esa “división” de poderes. Si está ceñida a la libertad de expresión, aquí la prensa de mayor tirada está tirada de rodillas ante el poder (Concordia da fe). La democracia está ceñida a la existencia de condiciones elementales de dignidad para que el pueblo pueda ejercer la ciudadanía, y eso es un anhelo, un derecho a conquistar, porque son numerosos los habitantes privados de soberanía al no tener a mano un plato de comida en libertad, una camisa, unos zapatos, un techo, un trabajo, un salario presentable. Y tampoco los servicios adecuados de salud, y menos aún una educación edificante, responsable, libertaria.
El régimen no se fue. El régimen nos acompaña, disfrazado. Los Martínez de Hoz de ayer se replican en los impulsores del pool de siembra de hoy, ni más ni menos.
Ahora, ¿daremos el nombre de un hermano que ofrendó la vida por la justicia, por la verdad, por la distribución de la riqueza, por un cambio de sistema (aún de aquellos que equivocaron la estrategia y los aliados), lo daremos para que lo bastardeen los mismos que se hacen en todos estos postulados y no un día, sino desde hace muchos años?
Robar y haber robado con impunidad en el mismo instante en que nuestros hermanos más pobres se desocupaban y se hambreaban, aceptar todos y cada uno de los mandatos verticales, en el país y la provincia, para obtener las mejores notas en asignaturas como privatizaciones irracionales, compra de conciencia, expulsión rural, hacinamiento en los barrios, entrega del comercio y las finanzas a las multinacionales, apertura indiscriminada, clausura de industrias locales, han sido y siguen siendo la continuación más obscena que pueda imaginarse, de los postulados de la dictadura. ¿Para qué reprimir y hacer desaparecer personas, si hoy el conservadurismo se puede sostener con otros métodos?
Está visto que en ese ejercicio de la memoria podemos encontrar al lado a cualquiera, el verdugo inclusive. Sólo estamos en riesgo de perder la lengua, sentir el filo en la garganta, en las luchas con base en la memoria, claro, pero luchas presentes y “futurizas”.
(La táctica de darnos de progresistas y luchadores sociales señalando el allá para despistar en el aquí y ahora, como el grito del tero, suele ser tan absurda en la Argentina, que hoy se escucha a menemistas recalcitrantes apuntando con el dedo las política neoliberales de los 90… Patético).
Por último: ¿no convendría conmemorar el fin, y no el principio de la dictadura? Los argentinos conmemoramos las muertes de nuestros próceres, eso causa a veces un poco de fastidio, sino risa. Somos afectos a las necrológicas. Y ahora, cuando debíamos conmemorar en esa lógica la muerte de la dictadura (por lo menos en algunas de sus expresiones), completamos la paradoja al conmemorar el nacimiento (y con un día turístico).
La razón es bastante simple: hoy, como ayer, siguen las internas en una facción de la sociedad argentina, internas interminables de enfermos de ambiciones desmedidas de poder, varios de los cuales en una verdadera revolución con tribunales populares hubieran acabado en el paredón. Claro que nadie propone aquí, ni mucho menos, una revolución que sea violenta. Pero queda en el aire una pregunta, ¿será que aún no podemos celebrar el fin de la dictadura porque, en el fondo, esa fecha la estamos por ver; porque la Argentina está preñada pero aún no sabemos la fecha del parto?
Cierto es que en aquella puja de internas eternas ni los héroes ni los mártires ni los idealistas se salvan del bastardeo y la chatura de la casta dominante. Tampoco las fechas.
No las palmaditas en la espalda, no la lisonja, no las modas: sólo la verdad luminosa, el amor, la alegría (nuestra actitud hacia la verdad, el amor, la alegría) nos liberarán de esta pesadumbre que pretende imponernos la autocracia con distintas máscaras. El presente convoca, el presente. Ese es nuestro mejor homenaje