El hecho ocurrió en torno de las 20.30, en la modesta vivienda del Barrio San Miguel II que Juan Carlos Cabrera y su mujer, Ana Ferreyra, ocupan desde hace cuatro meses cuando llegaron desde Buenos Aires, donde vivían, en busca de un lugar tranquilo donde criar a sus nueve hijos.
En una habitación de la humilde casilla de madera, ubicada sobre la Cortada 57, a media cuadra de Moulins, la pequeña Jésica, de doce años, estaba sentada en su cama, haciendo los deberes encomendados por la maestra que dicta clases de apoyo en el comedor comunitario del barrio, al cual la niña asistía desde que su familia se había establecido en Concordia, a falta de una vacante en la escuela de la zona.
Repentinamente, dos proyectiles impactaron en el cuerpecito de la niña, y un tercero rozó el hombro izquierdo de su hermano de tres años, Dante, desatándose la tragedia en el hogar de los Cabrera.
Sangrando profusamente, Jésica fue trasladada inmediatamente al Hospital Ramón Carrillo, junto a su hermanito, pero a poco de llegar al nosocomio materno infantil, y a pesar de los esfuerzos de los galenos para intentar estabilizarla, la niña dejó de existir.
La noticia del deceso de la infortunada chiquilla sorprendió a sus familiares que arribaron al Carrillo momentos después de verificada la muerte y disparó asimismo la intervención policial que se desarrollaba simultáneamente en las inmediaciones de la casa de los Cabrera.
La tensión generada en el barrio por el luctuoso incidente determinó la intervención del propio Jefe Departamental, comisario inspector Hugo Miño, quien se apersonó en la dependencia de Boulevard Jorge Odiard para interiorizarse de los pormenores del hecho.
Mientras el Jefe de Policía se entrevistaba con los responsables de la Octava, un procedimiento efectuado en una finca ubicada en la esquina de Moulins y Boulevard. Yuquerí a unos 150 metros, daba como resultado el hallazgo de un rifle de alto calibre, provisto de mira telescópica, y otras armas de puño, propiedad del dueño de casa, a la sazón, tirador deportivo, conocido en el barrio por el apodo de Pelado.
Algunas versiones aportadas por vecinos de los Cabrera sindicaban al Pelado como presunto autor de los disparos que causaron la muerte de Jésica y las heridas sufridas por Dante, quienes habían sido alcanzados por balas «perdidas», cuyo objetivo habría sido amedrentar a supuestos intrusos que habrían querido rapiñar algún efecto en la antigua casona erigida sobre la barranca de Moulins y Yuquerí.
Pero los investigadores no descartaban la posibilidad de que los disparos que segaron la breve vida de la niña e hirieron a su hermano hubieran sido efectuados desde una distancia mucho menor.
Los restos mortales de la niña eran velados esta madrugada en casa de su abuela materna, Rosa Benítez, quien exigió justicia y el más completo esclarecimiento del caso, al tiempo que denunció «la total falta de seguridad en este barrio (por el San Miguel II), donde a cualquier hora, cualquier día, los delincuentes vienen tiroteándose y nunca se lastiman ellos, siempre pagan inocentes».
«Ya hubo una chiquita que quedó paralítica y otra fue herida gravemente, hasta hoy los padres están con problemas -acusó la abuela de Jésica-, la Policía sabe quiénes son los delincuentes, ¿por qué no se toma medidas, por qué no se hace Justicia con esta gente?».